Hola, personas, ¿qué tal va la vida? La mía también. Esta semana el paseo lo he dado montado en la máquina del tiempo y me ha llevado a la infancia, a la dulce infancia y nunca mejor dicho. El miércoles a las 23.15 salí de casa con la intención de hacer un recorrido por aquellos puntos de la ciudad donde los niños de los 60-70 nos dejábamos la paga dominical. El capitalazo, entre pitos y flautas, padres y abuelos, podía ascender a seis o siete duros, unos 0,25 € y con eso había que comprar los tebeos, ir al cine y aprovisionarse de chuches con las que pasar el día endulzado.

La oferta era diferente a la de hoy, crecimos con los legendarios chicles Bazoka, conocimos el nacimiento del Chupa Chups, de los Palotes y de las Piruletas, comimos kilos de Sugus, de Mastic y de supositorios, nos encantaban unos sobres que llamábamos Picapica y que contenían unos polvos que en contacto con la saliva se hacían efervescentes en la boca, chupamos litros y litros de agua en forma de polo de limón, pelamos toneladas de pipas, nos maleducaron empujándonos a la ludopatía con productos que fueron estrella como los Plutones, unos papeles azules que podían contener premios en metálico o nada de nada, era el juego, y los sobres sorpresa, de donde siempre salía algo pero no sabías qué, era sorpresa y te la jugabas. ¡Qué tiempos!, no solo nos incitaban a la ludopatía sino que también se nos llevaba por la senda del alcoholismo. A mí, por ejemplo, mi abuelo me daba a modo de caramelo un azucarillo untado en su coñac, y en todas las casas había una botella de Kina San Clemente para que los niños nos arreásemos unos buenos lingotazos porque, como rezaba su publicidad, “da unas ganas de comerrrr”. Su personaje Kinito era un dibujo doblemente “animado” que llegó a ser famosísimo y que al final el ministerio de la gobernación prohibió aplicándole la ley de peligrosidad social. Cosas.

Pero vamos a lo que estábamos. He salido por Bergamín, he tomado dirección sur y enseguida he llegado al cruce con González Tablas en donde estaba Maribel, famosa por vender cigarrillos sueltos a los niños; a pocos metros el cine de los jesuitas, ¡qué grandes tardes de cine y palomitas!; tomando la calle Aoiz en la esquina con Paulino Caballero estaba María Inés, la tienda de chuches de mi infancia, fue la que más frecuenté, la llevaban dos hermanas altas y delgadas, luego lo traspasaron a un matrimonio, Isabel y su marido, que venían de endulzar la vida de los niños de Villava y que renombraron la tienda como Enderiz. Bordeando el monumento a los caídos he llegado a otro templo del dulce, González, en la esquina con Amaya. He seguido hasta Maika, a mi esta tienda me pilló ya crecidito, en la esquina con Olite por la que he bajado hacia el centro, al pasar por Leyre he recordado Amorós. He pasado los escolapios, cuyo puesto de chuches en el patio atendía un señor apodado el Mesié; llegando a la plaza de toros, a la derecha, frente al lateral del colegio, una señora de escasa dulzura regentaba un kiosco de dulces. Por los jardines que rodean el coso he llegado al lugar exacto donde estaba el carrico Moreno. José Moreno histórico personaje que antes de sedentario fue nómada por Pamplona con su carro de dulce e ilusión y que vendía unas deliciosas manzanas bañadas en caramelo rojo. He seguido hasta la Plaza del Castillo, cruzándola entera he llegado a los porches de Casa Archanco donde había una heladería-bombonería muy cuca, como escapada de París, llamada Alaska. He bajado Chapitela y en su esquina con calceteros me ha venido al magín, como si aun lo estuviese viendo, el kiosco que allí hubo durante años y al que todos los niños fuimos alguna vez a vivir la aventura de pedirle a la pobre señora “una pesetica de caramelos Tírame la pesa” para salir tarifando en cualquier dirección antes de que la malas pulgas de la kioskera te agarrase y, al grito de “¡que te los de tu puta madre!”, te diese algo más que una peseta de caramelos Tírame la pesa. Yendo hacia la Catedral, donde se junta Navarrería con Curia, encontrábamos el kiosco de Aparicio, kioskero que progresó y llegó a tener una cadena de bares y restaurantes. He dado la vuelta hacia la calle Mayor para encontrar en la memoria otro kiosco que había en Campana con San Saturnino gemelo del de Calceteros y del de San Nicolás, alguien los debía de fabricar en serie. He alcanzado la esquina con Eslava y ahí sigue Casa Ataun auténtico mago del regaliz con famosa fórmula propia que aun explota. Por San Miguel he salido a Sarasate; en ese lado del paseo se encontraban dos establecimientos que para mí tenían imán: Nalia con su leche merengada y los Italianos, donde tenían el mejor helado de café del mundo, ¡la de duros que habré dejado en ellos!, cómo sería la cosa que Fredi, dueño de los Italianos, al primer helado de la temporada siempre me invitaba.

He tomado García Castañón para llegar al jardincillo que hay frente al difunto cine Avenida y he recordado con nostalgia el kiosco de José, otro santo varón que nos endulzó a varias generaciones de irunshemes. Por Roncesvalles he llegado a Carlos III, pasada la plaza de Merindades, antes de capuchinos, teníamos el templo del saber: El Bibliófilo; salir de misa el domingo e ir a por los tebeos era ley, en el Bibliófilo la familia Abárzuza lo tenía todo, DDT, Pumby, Tío Vivo, TBO, Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas Bélicas, y muchos más. Nansy y Pocholi con suma paciencia nos metieron el gusanillo de la lectura en el cuerpo.

He tomado San Fermín y dejando a mi izquierda Vaquero, paraíso de las colecciones de cromos, he doblado a la izquierda por Bergamín para, dejando atrás el Bazar J, llegar a la esquina con Tafalla donde estaba la heladería Perpe. Perpe Irigoyen abrió en 1958 una tienda diminuta de chuches y helados en el chaflán; su hermana Julia y su marido, padres de los Leache, compañeros míos de los maristas, cinco años más tarde pusieron en la bajera de al lado una tienda de encurtidos, pepinillos, cebolletas, aceitunas de todo tipo y color y de todo aquello que fuese vinagrillo. Ambas tiendas se unían por un arco interior. A día de hoy ambas disfrutan de buena salud, Julia cuenta con 95 años y la buena de Perpe hace honor a su santo nombre y cuenta 103 primaveras. Por Tafalla kalea he llegado a mi cole, los maristas, donde también dejábamos unos duros en taquilla para ver a Jerry Lewis, a Louis de Funes, o a John Wayne. El cole tenía kiosco y bar pero quien se llevaba la palma en el terreno del dulce era Eliseo, el Rey de la chiquillería pamplonesa durante décadas. Eliseo Sanchiz, natural de Bañeres, Alicante, llegó a Pamplona en 1931 y fue un trabajador incansable que revolucionó el mundo de la golosina en Pamplona. Tocó todos los palos pero su estrella fueron las palomitas con almíbar, ¡qué ricas!, se fabricaban en su tienda de la Avda. de Guipuzcoa en la Rotxa y se vendían en todos los cines de Pamplona. Eliseo llevaba un motocarro tuneado que parecía un vehículo supersónico, NA. 9092, en el que un letrero decía EL A. 2. Eliseo. Recuerdo cuando hizo el camino de Santiago montado en un burro, yo era muy niño pero en casa se comentó mucho su aventura. Dueño de su destino se arrojó a las vías del tren en 1966.

Y hasta aquí mi dulce paseo, seguro que me he dejado mucho pero mi vida ha sido una y esa es la que cuento.

Besos pa’ tos.

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