- Nació en el barrio de la Magdalena (1957), el pequeño de seis hermanos de la generación del 'baby boom'. Tuvo una infancia complicada marcada por "el rigor y hábitos de consumo" de su padre. Fue su madre la que sacó adelante la familia. Pronto tuvo que empezar a trabajar en un taller. "He trabajado de todo lo honrado que uno podía vivir". Pero una mala experiencia en el negocio de las tragaperras le hizo tocar fondo. "Cajones llenos y monedas por todos los lados...Quise ser rico... El tiempo que estuve en ese negocio fue perdido. Perdí verdaderos amigos, no maduré y caí en lo más bajo. Todo era aparentar y sentir, ver la envidia en los demás...", relata Imanol Rudy, residente en el albergue de Trinitarios. Regentó varios negocios, el último una relojería en Pamplona. Llegó a ser portavoz de la asociación de comerciantes del Casco Antiguo. Nadie mejor que él puede describir la historia de su declive: "La falta de madurez personal, la crisis económica y la mala planificación de su vida me convirtieron en una persona sin rumbo y con falta de cariño"... El precio del alquiler subió, el negocio no fue bien y tuvo dos opciones: o pedir ayuda familiar o echarse a la calle; y eligió la segunda. Separado, con tres hijos (de dos matrimonios), dos de ellos se a su cargo y, ahora, en manos de los Servicios Sociales. Sus hijos son "lo mejor que he hecho en mi vida". De un día para otro se vio durmiendo en un albergue. "Empiezas no diciéndoselo a nadie, luego esquivas hacer llamadas y, por último, si te cruzas con un desconocido te haces el despistado o cruzas la calle. Hasta que la vergüenza, la culpa, la sensación de indignidad te invaden, y te anulas. Te entregas a la calle... Ahora entiendo por qué algunas personas sin hogar recurren a las drogas y el alcohol", narra.

Su vida ha sido intensa y salpicadas de tantas anécdotas como para escribir una novela. Ha viajado por medio mundo y vivió durante un tiempo en Brasil. "He vivido al borde del precipicio y era cuestión de tiempo caer. No supe proteger a mis hijos. Esto me ha causado un sufrimiento que me está destrozando", reflexiona. En la calle ha conocido a viajantes, aventureros, indigentes, vagos... "Conocí buenos amigos pero también mala gente que no tiene reparo en aprovecharse de las situaciones", relata.

El rechazo social que ha visto en la calle es devastador, mucho más duro que la violencia de sentirte golpeado físicamente y que también la ha sufrido. En Trinitarios le ha tocado vivir un momento histórico en el que el mundo, al igual que su vida, se ha detenido por completo. "La convivencia no está siendo problemática aunque por diferentes costumbres siempre hay algún roce. Ahora todos estamos en el mismo barco y con el anclaje en el puerto a nueva orden. Algunos agradecemos el poder estar atendidos y con un trato magnífico por parte de un gran equipo de profesionales (Xilema). Otros, los menos, no quieren ataduras y estar en cuarentena se les hace muy difícil", subraya.

Una experiencia enriquecedora pese a todo. En el albergue hay gente que ha demostrado día a día ser capaz de "renacer, de crear algo ahí donde nadie ve futuro", observa. Son 40 personas, hombres y mujeres, de entre 20 y 63 años, que buscan todas las noches refugio y alimento. "¿Donde vivías? En la calle, te responden, donde me agarraba la noche... Debajo de un puente, de un banco, cajero, donde fuera. Tu cama es el suelo y tu cobijo el cielo", recuerda. Todos tienen cabida en el centro, eso sí, cumpliendo unas reglas, entre otras, no se permite el consumo de alcohol o drogas. "Algunos se acercan -con algunas monedas que lograron reunir a lo largo del día- a la pequeña tienda de la gasolinera. Mientras unos gastan las horas jugando a cartas, viendo la tele, conversando... otros se aíslan en su soledad". En el mar de historias que escucha estos días confinado se acumulan todo tipo de anécdotas; de quienes dejaron casa, familia y amigos para buscar un trabajo, para huir. "Muchos de ellos solo buscaban perderse y desaparecer. Y los encontró la calle. Algunos salen a la calle durante todo el día porque en casa tienen problemas familiares. Y los que no aceptan la ayuda municipal (albergue) se arriesgan a ser detenidos por la policía al deambular por la calle".

Imanol cree que esta pandemia es más que una crisis, una oportunidad de cambio. "Pienso que es una seria advertencia de la necesidad de cambiar recuperando los valores. Así no podíamos continuar mucho más". Se le apodera la tristeza cuando ve cómo "perdemos a nuestros mayores, abandonados, una generación inigualable...". "También tenemos que escuchar, entender a nuestros hijos y cambiar", señala.

Sabe la receta para salir de donde está. Tiene que dar el paso. "Al final uno siempre busca el perdón y vivir en paz. Sueño poder estar junto a mis hijos, tener una vivienda dentro de sus posibilidades, poder arreglarme la boca con algún profesional que pueda pagarlo..". Le gustaría trabajar y "sentirme útil. Aquí en el albergue he aprendido a vivir sin pasado ni futuro, sólo en un presente permanente". Reivindica más que nunca la necesidad de que las administraciones garanticen el acceso a una vivienda digna, porque "si alguien no la tiene se convierte en un problema de toda la sociedad". "Nadie vive en la calle por gusto, habiendo comida y techo. También hay que garantizar la atención psicológica y psiquiátrica; muchos de los que viven sin techo es porque no están tratados o medicados". A su juicio, la exclusión social es un fenómeno que se produce a diario, de infinitas formas, y sin embargo "gran parte de la sociedad mira hacia otro lado": "Quien se sienta a salvo de terminar durmiendo en un banco, en un cajero, en la sala de urgencias de un hospital con un albergue como único horizonte que tire la primera piedra".