- Todavía recuerda cuando para recoger la cereza había que subirse a lo alto de una escalera y hacer equilibrios junto al árbol, en tiempos en los que no existían apenas variedades y el esfuerzo venía ya de generaciones anteriores. Ahora hay por lo menos 18 cerezas diferentes, pero una de las cosas más raras para Arturo Zazpe ha sido pasar de recoger este preciado fruto rojo en mano y a cara descubierta a hacerlo, estos días, equipado con guantes y mascarilla y con pequeños “descansos” para echarse gel hidroalcohólico. Y al llevarla a la cooperativa no puede bajarse de la furgoneta a echar una mano, “es un poco frío”, valora.

Cuenta con unos 400 cerezos en una producción familiar con su padre y sus dos hermanos en Bidaurreta. La tradición la comenzó su abuela y él, a sus 46 años, continúa en el oficio, aunque asegura que son pocos los que pueden vivir de él. Tiene que compaginarlo con el otro, el de oficina, pero tampoco le disgusta esa forma de vida. “Es lo que he vivido desde pequeño, te vas acostumbrando. Al fin y al cabo es algo que nos une a la familia, que continuamos con ello”, señala. Por eso lamenta la falta de relevo generacional en una labor que ha tenido tanto arraigo en el valle, además de cosechar la popularidad que da el nombre a sus cerezas en todas partes.

El clima, la precipitación, la plantación en las laderas, la tierra de cascajo... Hay muchas cosas que hacen el sitio especial. “La temporada este año se ha adelantado, empezamos a coger el sábado pasado y estamos sin parar (como mucho dos o tres días) hasta la última semana de junio. Más que muchas horas, echamos las que se puede -bromea-. Si tuviera horas metería todas y más”. No les queda más remedio que ir día a día, “y si llueve, agur. Si la coges mojada se pudre. Este año todavía no se han resentido. Ha llovido pero aquí la cereza es de secano, no se riega nada, así que casi se agradece”.

No han tenido problema con el confinamiento porque la temporada ha comenzado en fase uno, “y hemos podido ir a cuidar el fruto, una suerte porque no hemos tenido restricciones ni problemas. La gente ha hecho sus tareas con toda la precaución del mundo”, explica.

La suspensión de la Feria de la Cereza ha sido una faena, tal y como asume, sobre todo porque el año pasado fue “un exitazo. Vendimos todo lo que llevamos, todos los productores. Se iba a haber arrancado en 2018 y después de tener ya todo organizado y acordado, a falta de una semana, nos tuvimos que echar para atrás porque la cereza que había era poca y no estaba en condiciones por culpa de la lluvia. El año pasado se vendieron 5.000 kilos, fue la bomba; y ahora éste se ha tenido que suspender. Pero somos optimistas, ya la celebraremos el año que viene”.

Puede que para entonces haya habido incluso un cambio de mentalidad: “Igual la gente, después de este crack, vuelve a retomar el campo. Y la forma de vivir en un pueblo a una ciudad es muy diferente. Creo que va a haber un cambio en ese sentido y habrá gente que vuelva. Aquí no nos podemos quejar porque hay muchos jóvenes, y eso siempre da vida”.

“La feria el año pasado fue un exitazo. Es una pena que se haya suspendido”

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