- “Amamos la tierra donde hemos nacido y queremos volver a ella”, sonríe Ana Mari Marco. En Unzué la muerte representa con literalidad el regreso a la tierra, que poco tiene que ver con el polvo y mucho con el descanso en el lugar “del que somos parte y a donde siempre queremos volver”. Entre los vecinos de este pueblo, ubicado bajo el abrigo del Carrascal y a escasos 20 kilómetros de Pamplona, hay un fuerte sentimiento de pertenencia al entorno, aunque muchos no vivan allí a diario, pues los años les han llevado a la capital y su comarca. El cementerio, a los pies de la peña de Unzué, divide su espacio entre calles y rincones guardados para cada familia del pueblo, “pequeños núcleos reservados y que se respetan por todos, aunque no haya ninguna normativa al respecto”. “No está marcado, no hay nadie que asigne los sitios, pero todo el mundo sabe que cada uno tiene su hueco”, apunta Encarna Ducun, vecina, que habitualmente pasea hasta el cementerio “porque aquí me siento en paz”. Las dos mujeres coinciden en que aunque la tradición de las tumbas y los enterramientos de cuerpo presente se ha perdido, se mantiene el deseo de que todos “estén juntos en Unzué”. “Los más jóvenes tienden más a la incineración pero aún así las cenizas se colocan en la misma tierra”, reconoce Ducun y deduce que es porque “como somos rurales, nos llama nuestra tierra”. “Incluso entre los más pequeños este sentimiento se mantiene, aunque sean nietos del pueblo y no hayan vivido aquí”, añade Juan Mari de la Fuente Olcoz, alcalde de la localidad. El deseo de los unzuetarras es descansar en su tierra, no hacerlo de otra manera, y así lo expresan no solo en las fechas que rondan las celebraciones actuales, también en el día a día. “Hay un osario en el que se pueden depositar los restos pero la gente no quiere que sus huesos se vayan para otro lado, cada uno quiere estar en su lugar”, ahonda Encarna Ducun.

Este año el cementerio ya presumía de flores tiempo antes de que llegara la celebración de Todos los Santos, día que, aunque en Unzué “no es un gran festejo”, sí reúne a sus vecinos entre los recuerdos de las familias del pueblo.

En él descansan cerca de 162 personas de un pueblo en el que su último censo contó 220 habitantes. “Es un día en el que se juntan las familias, la excusa para que, quizás, los que viven fuera se junten con la gente del pueblo”, comenta Encarna Ducun y explica que primero se va a la misa, “si se quiere”, y luego se va al cementerio, que se convierte en un punto de encuentro. Cuentan que desde hace 10 años reciben una especial visita, la de Luis Miguel Medina, fraile afincado en Pamplona, pero que nació y creció en el Carrascal. “Él se encarga de dar la misa y luego junto a sus hermanos y cuñados van al cementerio”, suspira Ducun y apunta que se ha convertido en una tradición muy especial y la de este año “es la primera vez que no se hace”. Este año todo es diferente. En el pueblo, una localidad que, según confirma su alcalde, no ha lamentado ningún fallecimiento por covid, todas las medidas de cuidados son pocas. “Hay respeto por las normas, lo poco que se junta la gente es en espacios abiertos y durante poco tiempo”, concreta Encarna Ducun. Igual ocurre en el cementerio, donde durante los días previos ya se sucedían las visitas para que el 31 y el 1 no se acumularan los vecinos en su interior.

Cuando Ana Mari regresa a su infancia los recuerdos le llevan a un festejo más triste que el actual. Ella, que ahora suma 86 años, confiesa que en su infancia se vivía con “más fuerza” el día siguiente a Todos los Santos, que era el día de los difuntos. “No tenía nada que ver con lo que se hace ahora, era un momento relacionado con el luto, en el que yo no recuerdo alegría”, menciona, y explica que en Unzué ni siquiera se subía al cementerio en estas fechas, porque “se vivía solo como algo religioso y luego cada familia elegía qué quería hacer”.

“Cada familia tiene su hueco, aunque no esté marcado es algo que ya se sabe”

Vecina de Unzué