a Casa del Almirante es una fábrica palaciega comenzada a construir a comienzo de la segunda década del siglo XVI, época en la que los tudelanos, conquistados, seguían fieles al estado navarro y a su rey, Juan de Labrit.

Es uno de los palacios de la arquitectura civil renacentista más interesantes de España. Fue erigido entre 1520-1560 en la Rúa, en el actual número 13 de esta calle.

La Casa del Almirante es una joya que describe el espíritu ilustrado que se hizo hueco con esbeltez y luz propia en la angostura y sombrío entramado del casco viejo. Es una de las expresiones de una ciudad culta y refinada de los siglos XVI y XVII.

Tanto el nombre de los maestros que la manufacturaron, como el que la titula, almirante, son enigmas no resueltos. No es muy peregrino pensar, aunque distintos especialistas desechan esta hipótesis, que el nombre de este palacio se estableció a través de la lengua y memoria popular porque en sus estancias residió como inquilino durante largas temporadas el ingeniero Joaquín Mª de Ezquerra y del Bayo (El Ferrol, 1793 - Tudela, 1859). Personaje que, entre muchos otros cargos, ostentó el de miembro de la Sociedad de Amigos del País de Tudela. Joaquín Mª era hijo de José Javier de Ezquerra y Guirior (Tudela, 1756), marino y capitán de navío fallecido en combate naval en Algeciras en 1801. José Javier no llegó a almirante, pero su relación con el mar y anteriores atributos artísticos que porta el edificio (timones en la forja exterior), parecen una buena tentación para engrosar el diccionario e imaginario popular. En cualquier caso, la familia Ezquerra destacaba entre la ciudadanía tudelana con varias generaciones que habitaron otro destacado palacio en la calle Merced. El abuelo de Joaquín Mª, Joaquín de Ezquerra y Larrea fue regidor de Tudela y el bisabuelo, alcalde.

Sí se conocen cronológicamente los propietarios de la Casa del Almirante: fue la familia Cabanillas Berrozpe, herederos de los Gómez Peralta, quien mandó construirla. Luego, pasó a manos de los Castillo Cabanillas y Gómez de Peralta en el siglo XVII, Ximénez de Cascante y Ximénez de Antillón en el XVIII, y el Barón de la Torre en el XIX.

Finalmente, desde 1970, la casa ha pertenecido a María Carmen Forcada (Hija Predilecta de la Ciudad, 2020), quien la donó a su ciudad (2007) y promovió varias intervenciones de consolidación y restauración (2010). Su generosidad y amor a Tudela ha enhebrado con una acertada política urbanística y cultural. Una excelente y rentable puesta en valor, social y culturalmente, como conjunto y hecha realidad con la fundación que lleva su nombre (fundacionmariaforcada.com).

La fachada de la Casa del Almirante, que llegó a contar con pinturas murales, es una soberbia muestra de decoración renacentista. Destaca la ornamentación de sus dos balcones, enmarcados por figuras antropomorfas en alto relieve: figura de Hércules junto a las femeninas que representan el Vicio y la Virtud... Entre la galería de arquillos superiores y el alero con pinjantes hay un friso de grutescos muy bien recuperados.

La maestra arquitecta de su total recuperación (el estado era ruinoso) ha sido Belén Esparza. Con ella colaboraron su marido e hijo, Manuel y Curro Blasco. E imprescindible resultaron las manos restauradoras de Patxi Roldán sobre los grutescos y la labor constructora de C. Amenabar.

La crujía central está habilitada con escaleras y añade columnas modernas que hacen más que un guiño a las estrías de las clásicas.

El edificio abarca 1.600 m y consta de cinco plantas: Baja con hall, patio y auditorio; la primera se destina a exposiciones; la segunda alberga la sede la Fundación María Forcada y distintos seminarios y salas, como en la tercera. En la bajo cubierta está el salón de conferencias. Y en el sótano hay tres bodegas de piedra y bóveda de ladrillo.

Mientras el nombre del palacio y el de sus maestros constructores sigue siendo una incógnita, el resto de los misterios del gran tesoro de esta casa han sido renacidos por las grandes capacidades de dos mujeres. Empoderamiento merecido para ellas: la almirante María Forcada y la jefa de máquinas Belén Esparza, mecánica restauradora de navío que, además, sublima la obra con los caprichos de una lámpara que aúna el arte de 500 años, iluminándolos de futuro.