icen que no son representativos y que simplemente se hartaron de la ciudad y se enamoraron de un pueblo, pero para el Pirineo navarro, casos como la pareja de Jesús Mascaraque Masca y Arantxa González son un claro atisbo de ilusión y un gran ejemplo que planta cara a las desalentadoras estadísticas sobre despoblación.

Ella de Aretxabaleta (Guipuzkoa), de 65 años, y él de un pueblo de Castilla La Mancha, de 69 años, la vida de esta pareja alegre y aventurera ha dado muchas vueltas desde que se conocieron de jóvenes un verano en Ginebra, allá por el año 1974. Desde entonces, han vivido en diferentes ciudades (Turín, Canarias, Valladolid, Londres€) hasta que se asentaron en Madrid. Allí Masca ha trabajado durante años en una universidad como profesor de contabilidad y Arantxa como funcionaria en la Oficina de Patentes y Marcas y allí también han criado a su hija Ainhoa, que ahora tiene 39 años y vive en Huelva.

Sin embargo, el gusanillo de la vida rural siempre ha estado presente en sus vidas hasta que, hace 13 años, decidieron dar el salto. "Mi hermana tenía una amiga que vivía en esta casa y nos dijo que el sitio era espectacular, así que vinimos a pasar unos días a Garaioa", comenta Arantxa. "Nos enamoramos", dicen al unísono. En cuanto quedó libre la casa, la alquilaron; primero para estancias veraniegas y, tras su jubilación, para vivir de continuo. "Nos enganchó la sencillez de vida y el paisaje espectacular de Garaioa. Y, en mi caso, me traía muchos recuerdos a mi origen, necesitaba como volver a mi lugar", añade Arantxa.

A partir de ahí, el proceso de integrarse en el pueblo ha sido fácil, no hay más que tener una actitud de respeto, amabilidad y buen rollo como siempre ha mostrado esta pareja. "Una vez pasado ese enamoramiento, la realidad es algo que siempre te asombra, te motiva y tratas de aprender del pueblo, de su manera de vivir y de la gente", expresa Masca. "Después de vivir en una gran ciudad donde tienes todo a tu alcance, esto te hace vivir de otra manera: sin tiendas, el silencio, poder pasear y tocar la naturaleza", apostilla Arantxa.

De hecho, su ritmo diario es bien diferente al de Madrid, pero aseguran que no tienen tiempo para aburrirse. Les gusta pasear, cuidar de la huerta, echar una mano a los vecinos y jugar con ellos al parchís, al mus o a pala. De vez en cuando, también hacen sus escapadas -"de lujo", dicen- a Pamplona o a Donosti, pero lo cierto es que se sienten muy integrados en Garaioa. "Lo primero que aprendes es el poder que tiene el individuo, aquí cada persona es fundamental", confiesan.

Mirando hacia el futuro, no saben si terminarán aquí. La casa donde están alojados está a la venta y temen que cualquier día tengan que marcharse. Además, también echan de menos a su hija y nieto, que viven en Huelva. "No podemos asegurar que vivamos aquí de manera definitiva porque nuestra hija y nieto nos arrastran y no queremos perder vínculo, aunque tampoco nos vemos viviendo en Andalucía. Estamos en un impás, pero Garaioa siempre será un lugar importantísimo en nuestro recorrido vital. Nos dará mucha pena si al final tenemos que irnos", asevera Arantxa. Eso sí, Masca lo tiene clarísimo. "Cuando me muera, las cenizas que las echen al Irati", concluye entre risas.