Han sido elogiados por su buena praxis y, gracias a ellos, se ha desvelado uno de los hallazgos arqueológicos de la Prehistoria más relevantes de la Península en los últimos años. Son los miembros de Sakon Espeleología Taldea, que estos días se encuentran embargados de emoción asimilando la trascendencia que está teniendo a nivel internacional su descubrimiento de "El hombre de Loizu", un esqueleto humano de más de 11.700 años de antigüedad, al que ellos llaman Mikelón (en honor al compañero del Club Mikel Zabalza que falleció el verano pasado mientras practicaba barranquismo en los Alpes Suizos).

"Al Club nos está dando la fuerza, las ganas, el reconocimiento, pero han sido dos días muy duros. Hemos estado 13 horas cada día, 18 personas, acuclillados, arrastrándonos por el barro, transportando mochilas y maquinaria, limpiándolo todo€ Le hemos puesto dedicación toda y absoluta", testifica Óscar Sicilia, uno de los miembros del Club Sakon, refiriéndose a la extracción de los huesos de la Cueva Errotalde I la semana pasada.

DÍA HISTÓRICO

Su hazaña ocurrió un 20 de noviembre de 2017. Varios espeleólogos del club habían quedado para continuar explorando el valle de Erro, un lugar que, desde hace años, les tiene encandilados. "Erro está sin explorar y como zona kárstica, no es tan apetecible para los espeleólogos como otras zonas más altas. Sin embargo, el valle tiene mucho desarrollo y tuvimos la suerte de tener contactos en la zona que nos fueron chivando información", explica Oscar Sicilia, resaltando que el "alma máter" de las exploraciones en el valle es Antonio Martín, miembro del Club.

El lugar elegido en esta ocasión fue la Cueva Errotalde (o la conocida como el Manantial de Loizu), a la que accedieron gracias a las indicaciones de un familiar de Iban Erneta, un joven de Erro del Club, y con permiso de los vecinos del lugar. A los pocos minutos, tras recorrer casi 200 metros de galerías angostas y una compleja red subterránea, toparon con el valioso esqueleto.

"Fue una pasada, se me salió el corazón. Hicimos fotos y pasamos sin tocarlo porque la galería continuaba", cuenta Óscar, uno de los 3 espeleólogos que tuvieron la suerte de vivir ese momento histórico. Y ahí siguieron, agitados, esperando descubrir algún otro tesoro. Como es habitual, tenían establecido con los compañeros que aguardaban afuera un límite de tiempo para salir de la cueva. Normalmente les sobra tiempo; ese día, les faltó. "Se nos quedó cortó. Ese día alucinamos, vimos que nos quedaba un enjambre de galerías por explorar. No encontramos más restos óseos, pero nos esperaba la zona más bonita de la cueva: una zona con gours llenos de agua y bellas formaciones. Alucinamos", dice emocionado.

Desde el primer momento, fueron conscientes de que "fuera lo que fuera, lo teníamos que respetar al máximo", como siempre que exploran el mundo subterráneo. Sospechaban que se trataba de algo asombroso y, por tanto, no tocaron absolutamente nada. "No tenemos la capacidad de análisis científico. Estamos acostumbrados a ver huesos de animales de color blanco, pero nos llamó la atención que los huesos tenían un color marrón rojizo, ocre y no es muy normal", recuerda Óscar. Además de esto, también les sorprendió el orificio de la cabeza. "Pensamos que podía ser de la guerra civil. Preguntamos a los vecinos del lugar, pero no nos aclararon del todo", añade.

ENIGMA DE LA ENTRADA

Enseguida se dio parte a la Sección de Arqueología del Gobierno de Navarra, quienes detectaron la posible magnitud del descubrimiento al verificar su antigüedad. A partir de ahí, se sucedieron una serie de visitas y trabajos científicos para su estudio en el laboratorio, donde se constató aún más la envergadura del hallazgo y así fue cómo se formó un equipo multidisciplinar de expertos.

Desde entonces, la labor de Sakon ha consistido en balizar la zona con la colocación de carteles, y, sobre todo, facilitar el acceso a la cueva a los técnicos para poder extraer los huesos, caja por caja. "Parece que no, pero todo tiene mucho trabajo. Hemos colocado cuerdas, hemos puesto esterillas en los pasos estrechos y hemos acondicionado el lugar con un punto caliente (un hornillo) para aprovisionarles de comida, de caldo y de agua. Es vital, sin eso te aseguro que no sobrevives. La temperatura de la cueva es muy fría cuando estás quieto", asegura Óscar, resaltando la dificultad de transportar todos los elementos necesarios para la extracción de los huesos (focos, cámaras de filmación, litros de agua, comida, etc€).

Asimismo, también se les pidió realizar un estudio espeleológico, es decir, que terminaran de explorar al máximo la cueva. Por un lado, que continuaran indagando en la cavidad hacia el pueblo de Aintzioa y, por otro, que localizaran el acceso por donde habría entrado "El hombre de Loizu", que nada tiene que ver con la entrada por donde han accedido los espeleólogos. "Está resultando muy difícil. Es uno de los enigmas y estamos en ello al 300 %", confiesa el miembro de Sakon.

Su pasión, su respeto por todo lo que les rodea y su humildad les han convertido en los verdaderos protagonistas de esta proeza. Han realizado una labor tan descomunal que ya son parte de la historia arqueológica de Navarra. "Ha sido una recompensa total. Hemos trabajado por un sueño. Cuando entramos una cueva, somos conscientes de que visitamos algo ancestral, una burbuja en el tiempo que se ha conservado intacta, y de que nos podemos encontrar cosas excepcionales. Las cuevas son tesoros y con esto, creo que está más que demostrado", concluye Óscar.