unque el tiempo parece haberse detenido, la naturaleza sigue su curso. El invierno, que se despide hoy con nota, da paso a la primavera. En este comienzo de la estación del amor la covid-19 nos atiborra de ungüentos que no ligan bien miedos y esperanzas. Mas la pandemia no detiene curso de naturaleza, que se deslegaña. Es el nuevo ciclo de la vida que despierta. Que después del bostezo, ensancha el ánimo y resetea esencias, pensamiento y obras de nosotros mismos y de nuestros antepasados.

En estas estamos, con metáforas y sentidos, y nos topamos en Villafranca, la vieja Alesves o Alesués, con una sinfonía de manufacturas barrocas. En concreto, el Palacio Bobadilla entronca perfecto como muestra de qué una vida agotada, renace joven pero a la vez sabia.

Los más antiguos asentamientos y manufacturas conocidas se remontan a época romana. En el actual término del polígono industrial se hallaron valiosos mosaicos, cerámicas y otros objetos que atestiguan la existencia de una villa agrícola del siglo II, III y IV, al modo del de Las Musas de Arellano. Varios de los magníficos mosaicos pueden contemplarse en el Museo de Navarra.

A partir del siglo XI el caserío se concentra en la atalaya de la primera fortaleza. Lugar conocido como el Mirador del castillo. Recinto que se fue modificando al albur de las hostilidades entre navarros, árabes y castellanos. El castillo navarro corrió la misma suerte (pena de muerte) que el resto de los del reino.

En el XIII comenzó a mentarse a como Villa Franqua por los privilegios y excepción de impuestos que obtuvo por firma y gracia de Sancho VI, El Sabio. En esta época se asienta un águila como sello o escudo de la atractiva villa.

El Palacio de Bobadilla se localiza en el paseo del Marqués de Vadillo, frente a la colosal iglesia Santa Eufemia y el Convento del Carmen. Fue erigido a finales del siglo XVII y perteneció, ante que a la familia Bobadilla, a la de Martínez de Arizala. Se trata de una fábrica horizontal de carácter monumental y levantada en ladrillo cara vista sus dos niveles y el ático. Cuenta con una superficie útil de 1.650 metros. La primera planta tiene ventanas rectangulares, en la segunda, balcones adintelados con rejería y el ático se resuelve al modo de la época con una galería de arquillos de medio punto una rítmica geometría que proporcionan unas pequeñas pilastras. La principal de sus cuatro fachadas es la orientada al este. Luce una hermosa entrada adintelada de piedra, coronada por un balcón superior sujetado por ménsulas. Este lienzo principal tiene una hornacina vacía, otrora expositor santoral, que parece reclamar un toque institucional con el águila villafranquesa o el mismísimo escudo de Navarra. Además, el palacio cuenta varios sótanos. La cornisa de madera de la techumbre y de la linterna están bien reconstruidas. Dicha adecuación es una más de las actuaciones en este inmueble municipal. Desde 2013-2014 es sede de un centro de Formación Profesional promovido por la Fundación Laboral de la Construcción, el GN y el propio ayuntamiento. Sus funcionales plantas se distribuyen alrededor de la escalera y su espectacular linterna. Tiene cuatro aulas para clases, otra para informática, biblioteca y seminarios. Otra importante zona es la de talleres de albañilería, fontanería, soldadura, alicatado, cartón-yeso, pintura, andamiaje y encofrados. Y se suma un espacio para simuladores informáticos de maquinaria de construcción y otro exterior de quince mil metros cuadrados para prácticas de grúa torre. Glorioso pasado, decadencia y renacimiento.