Una exposición en la biblioteca de Olazti en torno al aserradero de Echávarri ha puesto el foco en esta empresa con la que se inició un proceso de industrialización que continuó en el siglo XX, sobre todo con Cementos Portland en 1903.
Supusieron un jornal con el que mejorar una economía de subsistencia y la llegada de personas de otros lugares, también de otras ideas y de conciencia de clase. Mientras la mayoría de la gente tenía que realizar trabajos duros para seguir adelante, los Echávarri vivían a todo tren. Lo cierto es que la familia tenía un pequeño tranvía en un gran jardín para que jugara su numerosa descendencia, diez hijos e hijas.
Además de la exposición, con fotografías y crónicas de entonces, se celebró una charla a cargo de Víctor Manuel Egia Astibia, investigador de la historia industrial de Navarra. Con el aforo reducido por las restricciones sanitarias, muchas personas interesadas no pudieron asistir. No faltó Sebastián Oraá Otegui, de 87 años, una persona que vivió cerca los últimos años de los Echávarri en Olazti, al igual que Antonio Granados y Luchi Goicoechea Lanz.
Si bien Sebastián no estuvo en nómina de esta familia, era empleado de Explotaciones Forestales de Renfe, trabajó en el aserradero porque los Echávarri alquilaron las instalaciones a la compañía ferroviaria en el declive de un próspero negocio. Trabajó allí 11 años, desde 1953 hasta 1964.
"El aserradero se cerró en 1963 pero estuve un año más hasta la liquidación final", recuerda. Este olaztiarra de memoria prodigiosa trabajaba en el economato para el suministro del personal de montes y del ganado.
Y es que había cuadrillas que trabajaban de sol a sol, una tarea agotadora que se hacía más llevadera con tragos de vino. "A cada obrero se le daba un litro y tres cuartos. Eran cuadrillas de 40 o más entre hacheros, boyeteros que arrastraban los árboles con bueyes y arrieros con mulos que llevaban la madera al cargadero", recuerda.
De la preparación del rancho se encargaba un cocinero. Renfe ponía el potaje además de pan y vino. Del acompañamiento se encargaba cada uno. "Los de Salamanca solían llevar tocino y echaban un trozo a la cazuela que no lo perdían de vista", cuenta Sebastián.
En esta época se bajaban los troncos. Y es que a partir de 1926, con la construcción de la carretera Olazagutía-Estella, comenzaron los camiones. "Antes las traviesas se hacían a mano en el monte porque el transporte costaba mucho. Se bajaban con bueyes, unos 12, o con vacas, 8-9. Mi madre anduvo también", señala.
También era duro el trabajo en el aserradero. "Había que dar la vuelta a los troncos a mano con un kalamarro. Cuando eran rectos iban bien pero si eran curvos, el tronco se volvía", recuerda este olaztiarra. No obstante, el peor trabajo era cargar al hombro las traviesas, de unos 100 kilogramos.
"Eran cuadrillas de Etxarri que trabajaban a destajo. Venían andando o en bici. Cuando hacía muy mal tiempo se quedaban a dormir en la ranchería", recuerda Antonio Granados, de 76 años. Comenzó a trabajar en el aserradero con 16 años a finales de los 50 para colocar el piecerío; mangos de herramientas, de paraguas o piezas para la fabricación de sillas que se realizaban con la madera que no se podía destinar a traviesas. De que aquellos años Antonio también rememora que cuando un hijo cantó misa a todos los obreros les dieron una comida en el frontón. "Comimos langosta, media cada uno", señala.
SERVICIO DE COFIA Y GUANTES BLANCOS
Luchi Goicoechea, nacida en Iturmendi hace 84 años, conoció como vivían los Echávarri de puertas para adentro, como doncella en el palacete que la familia construyó en los años 20, sede del Ayuntamiento de Olazti desde 1997. A su padre, trabajador en el aserradero, le propusieron que se hiciera cargo de la venta del palacio de Urbasa, adquirido en 1915.
Allí se trasladó el matrimonio y sus seis hijas. Estuvieron ocho años. "A mi madre le preocupaba mi escolarización. Habló con doña Luisa y bajé a Olazti. Iba a la escuela y ayudaba en la casa, donde trabajaban mis dos hermanas mayores", explica.
Así, se convirtió en su recadista y acompañante a su viajes, sobre todo a Vitoria, a dónde iba todas las semanas, a Elizondo visitar a su hermana y también a Madrid, ciudad en la que tenía un piso señorial en la calle Jenner.
Después pasó a doncella, con su uniforme de trabajo por la mañana y el oficial para servir la comida, delantal, cofia y guantes blancos. El servicio estaba formado por dos cocineras, seis doncellas y el chófer. "Eran personas muy elegantes. Venía gente importante como los condes de París", apunta. No obstante, señala que la viuda de Echávarri y sus diez hijos eran personas "afables y respetuosas".