Tenía 35 años cuando fue detenida por la Gestapo. Republicana y protagonista de uno de los períodos más lúgubres de Europa, Luzy Martos fue arrestada en el 22 de la Rue du Nord, distrito 18 de París, donde vivía y trabajaba como portera del inmueble, probablemente víctima de una delación. Como diría Paul Steinberg, uno de los testigos de cargo del Holocausto, esta crónica del mundo oscuro no comenzó en 1941 en la Francia ocupada, sino unos años antes en Cirauqui.

Su verdadero nombre era Luz Higinia Goñi Ayestarán. Había nacido el 11 de enero de 1906 y era la mayor de tres hermanos de una modesta familia de la Merindad de Estella. Pronto tuvo que ganarse la vida en el servicio doméstico, primero en Pamplona y luego en San Sebastián, hasta que en 1932 decidió dar el salto a París, donde no tardará en encontrar empleo en casas particulares. En esa década convulsa conocerá a José Martos, francés de origen español y comunista de vocación, con el que se casará en 1934 adoptando el apellido y nacionalidad del marido. Cuando estalla la Guerra Civil, la pareja se traslada a España para combatir junto a las Brigadas Internacionales, hasta la derrota de la República en 1939. De regreso a París, se suman a la Resistencia contra la ocupación nazi que se ya propaga por Europa como un virus letal.

El 31 de diciembre de 1940, Luzy es detenida por la Gendarmería, acusada de posesión de propaganda clandestina. Pero eso sólo será el principio. En agosto de 1941 cae en manos de la Gestapo, que la encierra en la Prisión de la Santé. De allí será llevada al Fuerte de Romainville, una ciudadela incautada por los nazis y usada como centro de tránsito, hasta que ingresa en la cárcel de Royallieu, en Compiègne, adjunta al Frontstalag 122, un recinto bajo control alemán utilizado como base para los trenes con destino a los campos de concentración.

ÉXODO En la mañana del 22 de enero de 1943, el conocido como Convoy de las 31.000 tiene previsto partir del Frontstalag 122 con destino al Este. En sus primeros vagones se hacinan 1.450 hombres, todos ellos comunistas y miembros de la Resistencia. Dos días más tarde, 230 mujeres acusadas de activismo político (serían tatuadas con los números 31.625 al 31.855 al final del viaje, de ahí parte el nombre del convoy) se subirán a los cuatro últimos vagones de ese mismo tren, entre ellas Luzy Martos y María Alonso, ambas compatriotas y republicanas.

Todos creen que van a trabajar a las fábricas de Alemania. Para el viaje se les avitualla con una barra de pan y un trozo de embutido por cabeza. A pesar del traqueteo del tren, los deportados se las arreglarán para escribir mensajes en trozos de papel y lanzarlos por los tragaluces, con la esperanza de que alguien los haga llegar a sus destinatarios. La primera parada del convoy se efectúa en Châlons sur Marne, Francia. Horas después, el tren entra en Alemania deteniéndose en Halle donde es dividido en dos convoyes. El de los hombres será arrastrado por una locomotora hasta al campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de Berlín, mientras que el de las mujeres partirá hacia Auschwitz-Birkenau, donde llegará la mañana del 27 de enero de 1943.

CAUTIVERIO En la plataforma de Birkenau, el Convoy de las 31.000 permanecerá estacionado durante todo el día. A la mañana siguiente, las reclusas descienden de los vagones y, alineadas en filas de cinco, se dirigirán al cobertizo de llegada en el que ingresan entonando La Marsellesa.

El 3 de febrero las mujeres marchan hasta el campo de Auschwitz, a 3 k de Birkenau, donde se ubica la administración y comandancia de las SS. A Luzy Martos se le asigna el número 31.696, que será tatuado en su antebrazo izquierdo. Luego se las obliga a desnudarse y a entregar todas sus pertenencias. Les cortan el pelo, les desinfectan el cuerpo con un paño empapado en gasolina y se duchan. De seguido, se les entrega el uniforme, un blusón a rayas proveniente de otras presas, con un triángulo rojo invertido cosido con la letra F (presa política francesa) y se les fotografía. Las 230 reclusas quedarán en cuarentena en el Bloque 14 durante dos semanas, exentas de trabajar, pero no de pasar lista bajo la intemperie del invierno polaco, teniendo que permanecer de pie durante horas a temperaturas bajo cero. Es aquí donde se suceden las primeras bajas del grupo, las mujeres de más edad y las que arrastran alguna dolencia. Pero acudir a la Revier, la clínica del campo, es sinónimo de muerte. Esa lección la aprendieron enseguida. El secreto de la supervivencia consistía en aguantar.

El 10 de febrero de 1943 se llevó a cabo la primera selección en la rampa (andén de Birkenau), haciendo dos filas entre las reclusas aptas para el trabajo y las incapacitadas. En la brutal jerga concentracionaria, este episodio era conocido como "la carrera". Las mujeres eran obligadas a correr delante de los médicos del campo para determinar quién seguía viviendo y quién no. La mayoría de penadas del Convoy de las 31.000 logró superar este agónico trance, pudiendo regresar a sus barracones donde quedaron definitivamente acantonadas.

Pero la primavera no fue más benigna. En abril estalla una epidemia de tifus que asola todas las dependencias. Eso, unido a la saturación que acusaba el campo, la insalubridad de unos barracones sin apenas ventilación ni retretes (disponía de un único recipiente para los cientos de mujeres hacinadas en cada block) y las temperaturas extremas, males como la disentería o las fiebres tifoideas hicieron que la muerte dejara de ser novedad entre la población reclusa.

Invariablemente, la dieta alimentaria se componía de medio litro de café negro por la mañana, un sopicaldo al mediodía y 300 g de pan con margarina de noche, sustento sin aporte calórico con el que afrontar las penosas jornadas de 12 horas de trabajo forzado. De esa guisa, el grupo de las 230 acudía a diario desde sus barracones al sur de la línea férrea, hasta el norte de Birkenau, al área conocida como el Meksyk (México). Es difícil imaginar que, cuando iban o volvían del tajo, esas mujeres no vieran las cuatro enormes chimeneas que escupían fuego procedente de los crematorios, dos al final de la rampa y otras dos junto al Kanada (Canadá), los blocks donde se clasificaban los objetos de valor sustraídos a los presos.

Ya hiciera calor asfixiante o frío polar, la penosa jornada en los Kommandos de trabajo consistía en despejar con palas una extensa planicie de piedras y brozas para construir 188 nuevos barracones, de los que sólo se levantaron 32. El avance del Ejército Rojo obligó a detener las obras a comienzos 1944. Pero los rusos llegaron demasiado tarde.

KADDISH PARA LUZY Esta extenuante rutina acabó con buena parte de las reclusas. Luz Martos tampoco escapó a ese trágico final. Tal y como relata Charlotte Delbo en sus memorias (Le convoi du 24 janvier) compañera de Luzy, el diabólico escenario de Birkenau desmoralizó a la navarra nada más pisar aquel inmenso recinto alambrado. De algún modo, ella intuyó que sus días estaban contados. Dice Delbo que, trabajando junto a Claudine Blateau, camarada de las 230, un día Luzy cayó en el fango agotada y exclamó: "Ya no puedo€ Dejadme morir aquí". Uno de los SS ordenó a las compañeras que la levantaran y se hicieran cargo de ella hasta el pase de revista al final del día. Luzy murió nada más llegar a la Apellplatz. Era la tarde del 1º de mayo de 1943 según el certificado de defunción cursado por la Administración SS.

El 25 de enero de 1945, los rusos entraban en Auschwitz-Birkenau liberando a los prisioneros que aún quedaban vivos. Una de ellos fue Marie-Jeanne Bauer, única superviviente del Convoy 31.000 que todavía estaba allí. De las 230 mujeres que llegaron en ese fatídico tren a Auschwitz-Birkenau, sólo 49 lograron salir con vida.

Valga esta pequeña crónica para evocar a los miles de hombres y mujeres que desaparecieron en ese inmenso KZ en el que se había convertido Europa, entre ellos el medio centenar largo de represaliados navarros de los que apenas se sabe nada.