ola personas, ¿qué tal lo llevamos?, ¿"comosiempre"?, ok, entonces no me preocupo.

Esta semana traigo dos paseos y un anuncio, así qué vamos a tener un ERP preñaico de sustansia.

En primer lugar había que cumplir con lo prometido, así que el lunes me eché a la calle a ver de qué manera se vivía la nueva situación tras la bajada de casos Covid y el consiguiente relajo de las normas preventivas que durante 18 meses nos han tenido más o menos atenazados dependiendo de donde estaba el diente de esa maldita sierra que, subiendo y bajando a golpe de difuntos, contagiados e ingresados, nos ha tenido a todos pendientes de sus subibajas.

Salí de casa y tomé Carlos III dirección centro. Para mí la avenida del Unificador es un gran termómetro de la ciudad, diferenciaría sus zonas solo por la gente que las ocupa y sabría concluir por ellas como está la cosa en el resto de nuestra querida Iruña. Su tramo más alto, el que podríamos acotar entre la calle Tafalla y la plaza de la Libertad es un tramo muy de barrio, caras conocidas cada mañana que van y vienen con el carro de la compra, que van al banco o a llevar a los niños al cole o a por una receta al ambulatorio. En los meses duros del 20, como sucedió en todos los barrios, solo nos juntábamos los que tenemos aquí la cama y la mesa. El lunes sin embargo empezaba a parecerse a lo que siempre ha sido y los ancianos tomaban posiciones al sol, niños y patinetes pululaban arriba abajo, los perros que sacaban a pasear a sus dueños se interrelacionaban olisqueándose las retaguardias, los perros, no los dueños y las terrazas acogían a quienes aprovechaban el último coletazo de buen tiempo, en definitiva, el barrio había vuelto a una situación prebicho. La zona entre Tafalla y Merindades ya empieza a ser un poco más variopinta, más mezclada, hay más oferta comercial, es lugar de paso para ir al Centro de salud San Martín, el Panadero tiene una gran terraza, está cerca la plaza de Merindades con sus paradas de Bus y su gran carga viaria y la gente ahí ya empieza a ir más deprisa, pero estas personas humanas también transmitían un relajo propio de la nueva situación. Pasada la Plaza de Merindades ya es otra cosa, eso ya es puro centro y ahí ya hay de todo, es ya zona cosmopolita y multirracial, pero en lo que respecta al cambio es igual que las demás, la gente va feliz por la calle sin la mierda de la mascarilla y se ven caras relucientes que sonríen y dan luz y vida.

Contento por ver los cambios señalados llegué a la plaza del Castillo que bullía de colorín, gentes de muy variada condición la llenaban, varios grupos de turistas se arremolinaban en torno al guía que les explicaba la historia de Pamplona y de qué manera la plaza que pisaban ocupaba un lugar importante en nuestras vidas, lugar de cita, lugar de entretenimiento y celebración. Bajé Chapitela y el sol de media mañana se colaba unos metros dándole calorcito a un buen número de gentes que subían y bajaban por la castiza ex Mártires de Estella que une la zona baja, que ocupan viejos burgos, con la zona alta que lleva altura de modernidad, ensanche y desarrollo. Llegué al mercado de Santo Domingo, que era el fin de mis pasos, y vi con alborozo que la pandemia solo persiste en la mascarilla y que en cuanto ésta desaparezca la pesadilla habrá terminado, los puestos vuelven a tener la alegría de siempre y la gente va de un sitio a otro sin más preocupación que vivir la vida y sin más pesadumbres que las que el día a día te puede traer o no. O sea, por fin, lo normal. Albricias.

La segunda parte de este ERP nos va llevar más lejos que el viejo y dominico mercado pamplonés. Veamos.

El miércoles madrugué de lo lindo, a las 4:45 sonó mi despertador y a las 6:05 mis huesos, sentados en el asiento 9A de un vagón de Renfe de esos que vuelan por las vías, se dirigían a los madriles. Y... ¿qué se le había perdido al paseante en la gran urbe?, os preguntaréis, y aquí viene el anunciado anuncio: viajé al Foro a reunirme con Guillermo, el super maquetador que está dando forma a mi segundo libro. Sí señoras con señores, en este punto y hora anuncio urbi et orbe que el segundo volumen de El Rincón del Paseante está a punto de ver la luz, será a mediados de noviembre, así qué, si no os lo queréis perder, yo que vosotros iría haciendo la pertinente reserva en mi librería de cabecera. El libro en esencia es continuación del anterior, pero va a variar un poco. El primero contenía los artículos publicados durante los años 2018 y 2019, y este segundo va a tener la mitad, solo los publicados en el 2020, sin embargo, va a tener el mismo número de páginas ya que en él más de 200 fotografías inéditas de la Pamplona de ayer van a pasar de la oscuridad de los archivos a la luz de la edición.

Y ahora en el poco espacio que me queda hablaré del segundo paseo de esta semana, paseo dado por las calles de Madrid, calles llenas de todo, de gente, de coches, de ruido, de luz, de mensajes, de ofertas y tentaciones, pero lo que más llena las calles de Madrid, y es a mí por lo que más me gusta, es la historia, allí donde vayas hay un pedazo de historia. Mentaré solo dos: cuando llegué había quedado en Bellas Artes a tomar un café y mientras hacía tiempo entré a ver una pequeña iglesia que hay en Alcalá, la parroquia de San José. Visitándola vi una placa que decía que allí se había casado Simón Bolívar con la madrileña María Teresa Rodríguez del Toro y Alasia el día 26 de Mayo de 1802, a mí esas cosas me gustan; al salir vi a una profesora que rodeada de sus alumnos daba una lección de historia y refiriéndose a la susodicha iglesia les contaba que en ella había celebrado Lope de Vega su primera misa tras ser ordenado, siempre se aprende. En otra visita a otra iglesia, son uno de mis vicios, esta vez la de las salesas, volví a ver historia ya que dicho templo lo levantó la reina Bárbara de Braganza sin contar con los fondos suficientes y según dicen se echó en manos de Inglaterra, llegando a contar a los isleños secretos de estado a cambio de financiación para levantar el lugar que serviría para el descanso eterno de ella y de su marido. Y efectivamente entré y vi el mausoleo del rey Fernando VI, pero no el de ella. Y también vi entre las paredes de la salesa casa el suntuoso panteón del General O´donell, aquel que desde la Taconera nos bombardeó la torre de San Lorenzo hasta dejarla tan maltrecha que hubo que menguarla considerablemente. Y vi muchas cosas más que hoy aquí no caben. El jueves volví a pisar terrenos rochapeanos en la estación del norte. Tienen menos historia, pero yo les tengo más cariño.

La semana que viene más.

Besos pa tos.

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