l domingo, ayer, tiene su nombre y se llama Ana. En la cuenca del Bidasoa es posible que todavía quede gente que recuerde aquella vieja cantinela. De los domingos de Cuaresma decía que se llamaban Ana, Badana, Rebeca, Susana, Lázaro y Ramos, para finalizar exclamando ¡en Pascua estamos!.

En Euskal Herria se ha dicho siempre que "todo lo que tiene nombre, existe" y quizás por confirmarlo, se imaginó esa especie de sortilegio que tiene, en realidad, una sencilla explicación. Se deriva de la primera dominica de Cuaresma, el Evangelio y los Evangelios siguientes: "Vade retro, Satana", de donde Anavadana y todo lo demás.

Curiosidades aparte, estamos en Cuaresma, antes más que ahora época de recogimiento y penitencia, después de recibir en las parroquias la ceniza que nos recuerda que somos polvo. Y como señalaba el inolvidable Iñaki Linazasoro, primer alcalde democrático de Tolosa, y un señor alcalde por cierto, "estamos hechos polvo" por la influencia de Don Carnal, el carnaval otra vez vencido por Doña Cuaresma.

Con la imposición de la ceniza, símbolo de penitencia y de renuncia a vanidades terrenales, hemos entrado en Cuaresma, práctica religiosa de misteriosa significación que observan, antes del cristianismo, judíos, chinos, egipcios, asirios, fenicios, griegos y romanos con leves diferencias. Asociada a la muerte, la ceniza es símbolo también del eterno retorno, según el clásico mito del Ave Fénix que resurgía de sus propias cenizas y de ciertas creencias por las cuales los cadáveres y restos de la incineración de plantas llevan una semilla de regeneración.

La ceniza de las hogueras de San Juan se esparcían para fertilizarlos por los campos, como en Arraioz de Baztan ya recogió el Padre Donostia. Y esparcir ceniza en los cimientos de una casa, se creía que protegía del rayo, aparte de que para los antiguos las cenizas de una persona incinerada mejoraban las cosechas y, llevadas por el viento, atraían la lluvia para fertilizar la tierra. Creencias antiguas que en tiempos de impensables tecnologías nos hacen sonreír.

Este año, por fortuna, aunque febrero ha ido seco llueve un poco de cuando en vez y algo humedece montes y praderas. Otra vieja conseja popular, la de la Candelaria (el 2 de febrero) nos ha dicho que "el invierno está por venir" (Kandelero bero, neguaheldu da gero, en euskera) con lo que así podría ser, y llegaríamos a la Pascua como en ejercicios anteriores, quemando los montes al no poder hacerse en enero y febrero, con la presunción de que crecerá mejor la hierba al eliminar otiak y rastrojos, en más de una ocasión con fuegos sin control ninguno que acaban de mala manera calcinando árboles.

La ceniza es consecuencia del fuego que, históricamente, ha sido (y es) herramienta de pastores y agricultores, pero ahora con más peligro y por dos razones. Una, la acumulación de combustible por el abandono de las tierras. Y dos, por el envejecimiento de la población rural que maneja el fuego con menor control y que, "aunque toma medidas para que el fuego no se escape", provoca incendios quieras que no intencionados.

Ese abandono de la tierra es particularmente visible en la cuenca del Bidasoa, donde la corta y utilización del helecho como fertilizante natural han pasado casi al olvido. El aprovechamiento del helecho es, con notable diferencia, el que más ha caído en el Valle de Baztan en los últimos cuarenta años, y este hecho ha traído consigo su acumulación en los montes y abundante combustible para el fuego.

En el ámbito atlántico-cantábrico, pastores y agricultores provocan el 80% de los incendios forestales, según es cuestión demostrada. Esa cultura maldita del fuego ha sido causa hace nada de pavorosos daños forestales y medioambientales, incluso con animales muertos, en el País del Bidasoa.

Este año, en el Valle de Baztan, el monte Abartan ardió por vez primera el 29 de enero, no mucho por una cierta humedad de la tierra. Un mes después, el 27 de febrero, volvía a arder. En el valle ha sido el primer monte en quemarse, es por eso se dice que no es molestia, al contrario, que llueva un poco cada dos o tres días para impedir prácticas que muchas veces no conducen a nada bueno. Y tampoco sería la primera vez que sea en marzo y hasta en plena Semana Santa, cuando se tenga que sufrir la lamentable imagen de Baztan humeando por los cuatro costados.

Hay formas más civilizadas de recuperar suelos empobrecidos por la proliferación de rastrojos, como se ha hecho y demostrado en municipios de otras Comunidades Autónomas. Y medidas coercitivas, en las Ordenanzas de Baztan, un ejemplo, para acotar tierras quemadas sin permisos ni controles. Pero ni unas ni otras se siguen, y así el fuego acaba produciendo ceniza.