¿Qué haríais con una caja de puros de madera, con una caja de gambas, con una sartén, una pala o con un monopatín si cayesen en vuestras manos? Pues el funesino Juan Ignacio González lo tiene claro: crearía instrumentos musicales, en concreto, guitarras, banjos o ukeleles, entre otros. De hecho, tiene en su haber más de 40 de estos originales ejemplares que mostró y tocó recientemente en Funes. “No hace falta gastarse dinero para disfrutar de la música, y los instrumentos no se tiran, todos pueden y deben tener una segunda vida”, explica.

A Juan Ignacio siempre le ha gustado la música, en concreto la guitarra y grupos como Dire Straits con Mark Knopfler al frente, así como la creatividad, las manualidades y crear cosas con las manos.

Aunque es aparejador de profesión, fue en plena crisis de la construcción, en torno al año 2012, cuando “de repente pasé de trabajar un 120% a un 20% y tenía todo el tiempo del mundo así que, por salud mental, me puse a experimentar y a juguetear y me dije: voy a hacer una guitarra como la de Mark Knopfler, que me encanta. Iba a ser una forma de ocupar el tiempo”.

Poco a poco, explica con entusiasmo, se puso a investigar qué era eso de las guitarras resonadoras, por qué tienen ese sonido metálico, cuál es su base y qué mecanismo llevan “y así descubrí que tienen un cono de aluminio que vibra al apoyarse en el puente y, por lo tanto, hace de altavoz”.

Lejos de comprarse uno de estos conos que, además, son difíciles de conseguir, se lo construyó él mismo con una tapa de paellera y encima le colocó una tapa de sartén que agujereó para que el sonido se proyectase. Tras probar también con un comedero de perros, fue con el tiempo cuando unos amigos le trajeron de EEUU un cono original.

“Todo lo que hago es a base de prueba y error; el propio proceso me va dando la solución para seguir, es algo que me encanta y no me frustra. Eso sí, no soy un luthier; respeto muchísimo su trabajo, ellos son profesionales, se gastan dinero, y tienen sus herramientas”, a diferencia de él que, desvela, tiene en su haber una sierra, un taladro y una lijadora. “Lo mío es un juego, un hobby, algo con lo que me lo paso bien”.

Amante del folk, el country o el blues, le gusta ver qué instrumentos llevan y, ayudado en ocasiones por Internet, reproducirlos a su manera, pero siempre con instrumentos en desuso y con materiales reciclados, nobles y humildes.

De hecho, viendo a algunos de estos grupos descubrió el Lap Steel, una guitarra de mesa que se toca de forma horizontal y que él recreó con un tablón de encofrar y con un monopatín. Cada instrumento, desvela, en función de su complejidad le puede costar construirlo más o menos pero, de media, calcula que les dedica entre 40 y 50 horas.

También chocan mucho sus guitarras cuadradas o Cigar box guitar. Cada instrumento tiene su origen y su por qué y, en este caso, cuenta que se trata de instrumentos cuya forma viene de antaño y que se consideraban de pobres porque, al no poder comprárselos, los elaboraban con cajas de puros, que eran cuadradas y de madera. De hecho, la que él lució en la entrevista y que es la que usa con su banda la construyó utilizando una caja de óleos y filtros del lavabo.

Y es que la afición de González no tiene límites y gracias a ella nació el grupo The sorry Mountain’s. Juan Ignacio, cuenta, acudía de vez en cuando con sus guitarras a alguna fiesta de moteros y de amantes de los coches y ahí le animaron y dieron el empujón que necesitaba. Formado originalmente por él y por Mikel con el banjo y Dani a la voz, se juntaban en calderería en el Toki Leza en los ‘open mic’. Poco a poco les empezaron a llamar de algún otro sitio “y ya nos pusimos más serios y buscamos un local de ensayo”. De hecho, y a pesar de que han rotado algunos de los miembros (ahora están también Esther, Charly y Pablo), están pensando en grabar un disco. Juan Ignacio, además, toca en la banda de country clásico Legendary Country Grey House.

Por último, González también tiene especial devoción por lo que él llama ‘los instrumentos del mundo’ y es que, muchas veces, convierte algunos de los instrumentos que la gente ha comprado durante las vacaciones a modo decorativo en algo servible y utilizable. “Pienso que los instrumentos existen para ser tocados y tener un instrumento como decoración es perder mucho de aquello para lo que se creó”. De esta forma un laúd árabe lo transformó en un ukelele, una kora en un banjo, y un sad turco en un dulcitar. Eso sí, siempre hablamos de instrumentos de cuerda y no se plantea probar con la percusión o con el viento madera y metal, “es algo que no controlo”.

De cara al futuro, asegura este funesino para terminar, seguirá innovando y, de hecho, tiene en mente crear algo con latas de aceite y también con un brasero antiguo. “Siempre son instrumentos que no están en el mercado, que no se ven en las tiendas”. Sin embargo, su idea no es la de profesionalizarse o mercantilizar sus guitarras, “para mí son cacharros, y como tal los trato, esto es una forma de aprender, de mejorar y de evolucionar”.