Viernes laborable de finales de octubre. Un día tranquilo de otoño. El fuerte viento del sur ha desnudado parte de los árboles durante la noche. Despojados de sus hojas, estas se acumulan en la carretera de acceso a la Selva de Irati formando una gruesa alfombra.

Esta temporada las aglomeraciones todavía no han roto el silencio y la tranquilidad del bosque, dicen los guardas. 70 coches y un autobús aparcados han llegado hasta el lugar procedentes de Barcelona, Madrid, Murcia, Valencia, La Rioja y Navarra. En la caseta de información, el joven Kabul Nekotxea les atiende.

“ La afluencia está siendo un goteo constante, bonito, tranquilo y repartido. Sin agobios”, cuenta. Los guardas dan fe de que la fama de masificación no es real. “El agobio son dos días al año, puentes de 400 coches y 11 autobuses. Y tampoco son un problema. En Ochagavía se corta el tráfico, informan y la oficina de turismo ofrece sugerentes alternativas. Vienen a decir que el día nunca está perdido en el valle.

Kabul refuerza el servicio cuando es necesario y confiesa que está “encantado de trabajar en contacto con la naturaleza y con gente de diferentes lugares. Vienen alegres, a desconectar y a descansar. Él se muestra amable. “No es lo mismo atender al público aquí que en un banco”, asegura.

Desde Valencia ha llegado Carlos. Conoció la Selva hace 30 años y deseaba volver. “Me aporta mucha tranquilidad y alegría. La sensación que emana delos árboles, del agua. Este es un lugar muy especial, en el que se puede tener otro tipo de conversación con el paisaje que te aporta alegría y bienestar.

Es una recepción total de estímulos relajados que te van llegando”, declara al tiempo que se sumerge en el bosque.

BENEFICIOS

Está demostrado que caminar entre la vegetación genera beneficios en el cuerpo y en el ánimo.

La naturaleza es fuente de vida y como tal, nos ayuda sin duda a mantener una buena salud física y mental. Compartir tiempo en la naturaleza tiene un impacto muy positivo a muchos niveles: reduce el estrés, ayuda a regular el ritmo cardíaco, la presión arterial o refuerza el sistema inmunológico”, explica la psicóloga Esther Sanzberro.

Favorecer la creatividad y estimular la intuición son, añade, otras de sus aportaciones. Y a nivel más sutil, recalca que “la naturaleza nos limpia y ofrece un reequilibrio, nos reconecta con nuestro origen. Ofrece un espacio meditativo natural: tocar y oler las flores o la tierra, escuchar el silencio o los sonidos más puros; rodearnos de árboles estimula los sentidos y relaja la mente. Los aromas, sonidos y colores de la naturaleza hacen que personas con ansiedad o que se sienten aceleradas, puedan rápidamente sentir calma y paz”, argumenta.

Este contacto consciente con la naturaleza que mejora los indicadores de salud ,y la percepción de su poder restaurador han llevado a la práctica de los llamados baños de bosque, que toma su nombre del término japonés shinrin-yoku y refiere al acto de sumergirse en el bosque con los cinco sentidos. En la década de los 80 comienzan a desarrollarse en Japón los primeros estudios científicos sobre sus beneficios concretos.

En Navarra se llevan a cabo desde el año pasado proyectos para dar baños de bosque a grupos de diversa índole. Lo hacen desde entidades como FORESNA, Basartea, Gure Sustraiak y Universidad de Navarra (consorcio Bibos 6.0) y también desde la iniciativa particular en zonas de Navarra como la sierra de Aralar.

De momento, la réplica no ha llegado a la Selva de Irati, a donde la gente acude por su cuenta, en grupo, en familia, o en pareja. Pero para sentir la selva y sus estímulos hay que coger distancia. Entrar en el gran hayedo con los cinco sentidos permite contemplar las hayas, los abetos, la paleta otoñal de colores, el murmullo del agua y seguir el camino dibujado por las hojas en el río.

Bien lo sabe Eduardo Blanco Mendizábal, fotógrafo corellano (premio entre otros Fotógrafo Naturaleza Europea, Alemania 2019) . El profesional organiza en otoño talleres fotográficos en Irati a los que acuden desde diferentes puntos de España y de otros países.

Eduardo confiesa que está enganchado al lugar. “Si no vengo, me falta algo. Irati es hermosa durante todo el año, pero el cambio de colores la convierte en una paleta extraordinaria”. La selva es cambiante, apunta. “Cada año es diferente. Siempre es distinta y me permite descubrir nuevos rincones. Para mí es un reto buscar formas bonitas para enseñar a mis alumnos”.

La mirada profesional se alimenta del placer que siente en el bosque, “sobre todo cuando estoy solo preparando mis talleres. El bosque te lanza mensajes. Un remolino de hojas en el río te hipnotiza y también escuchar el agua y el viento...”. Irati se presta majestuosa. Cámara en ristre, profesionales como Eduardo se adentran por sus senderos. “Hoy hay buena luz y la Selva está en su punto. El viento ha soplado fuerte en los días de atrás y en las zonas altas ya ha tirado la hoja”, comentan.

La caseta de información de acceso por Ochagavía es parada casi obligatoria y de consulta. Allí también acuden los afortunados con las pocas setas encontradas. “ El calor y la sequía hacen que escaseen. Hongos y hojas de los árboles acusan las altas temperaturas” sostienen los guardas.

Al punto de encuentro acuden Antón López Moreno y Paqui Sánchez Martínez, jubilado y auxiliar de enfermería de 67 y 63 años. De vuelta de la Cascada del Cubo comentan “la tranquilidad, relajación y descanso” que proporciona y que tanto necesitaban. “Sobre todo ella, que ha vivido en su trabajo la tensión de la pandemia”, cuenta Antón. Paqui. La escapada desde Murcia les ha permitido conocer Irati. Solo han podido alojarse un día en Ochagavía. Todo completo.

Con tiempo hicieron su reserva Marisa Palos Manuel y Antonio Martín López (63 y 66 años), hosteleros en activo y residentes en el centro de Madrid. La Selva para ellos es “un remanso de paz, un paraíso. Respirar el aire y sus colores, la humedad. Venimos buscando la tranquilidad que nos falta en el centro de Madrid. Esta riqueza forestal es impresionante. Adoramos el norte y su gastronomía” declaran.

Marisa y Antonio ya conocían la Selva desde Orbaizeta. Querían volver del lado de Otsagabia, para disfrutar de un día tranquilo, sin gente. “Es como nos gusta el bosque”.

A sus 72 años, María Jesús Rebolé Ancín, de Los Arcos, conoció por fin Irati. Lo eligieron como encuentro de primos. Procedentes de Navarra, Extremadura, Argentina y Bilbao reponen fuerzas en el restaurante Casas de Irati.

“Ha merecido la pena totalmente el viaje y el paseo. ¿Cómo he podido perdérmelo hasta hoy?” se pregunta.