Hola personas, desde el confort de mi escritorio se os saluda. Hoy toca continuar el asunto que la semana pasada dejamos a medias. Como recordaréis hablábamos de la parte baja de Carlos III y calles adyacentes. El tema, es innegable a juzgar por los comentarios que me habéis hecho llegar, gusta mucho. Está claro que los que ya hemos gastado unos cuantos Tacos Myrga, añoramos aquella Pamplona que vivimos mientras crecíamos e incluso un poco después.

Nos quedamos en la manzana de los chalets que desalojaron la CAN y otros edificios. Cruzaremos de acera y volveremos un poco para atrás para pasear por la acera de los impares y recordar un poco qué tiendas había en ella. Sin duda me olvido de algunas, pero otras las recuerdo como si las estuviese viendo ahora mismo. En los bajos del número 23 estaba la fábrica de paraguas de Arturo Corral, luego había una tienda que se llamaba Crespo Tabernero, le seguía vinos Oscoz, donde siempre se veía un gran trajín de botellas y damajuanas, enfrente un kiosko de prensa y en la esquina la Droguería Central con ese peculiar olor a droguería de siempre. Si me dan 100 euros por decir las tiendas que hay ahora los pierdo.

Vamos bajando y la siguiente manzana nos recibe con una casa muy peculiar, es un poco diferente del resto. Sus paredes son de ladrillo caravista, ostenta unos airosos balcones con unas bonitas y lineales rejerías y el chaflan lo corona una espaciosa torre que pertenece a un ático abuhardillado, con ventanas en mansarda, que conozco bien porque fue envidiable vivienda de una amiga mía.

En sus bajeras estaba Inda en donde mi madre me mercó más de un jersey y un pantalón para los domingos. En la otra esquina de esa manzana está la primera casa de vecindad que se levantó en el Segundo Ensanche, la llamada Casa del Catedrático, pues tal era la profesión de D. José Berasain Erro que fue quien la puso en pie en 1923. Los comercios que ocupaban sus bajeras también los tengo bien metidos en el fondo de la memoria. En la parte que da a la Avenida de Roncesvalles estaba la imprenta del Secretariado Navarro, luego había un estanco y luego había una dulce mercería, como de La Ratita presumida, llamada Avelina, en donde mi madre les compraba a mis hermanas las bragas de perlé. La esquina la ocupaba Zucitola con sus inolvidables palmeras dobles rellenas de mantequilla, a las que tantas me invitó mi abuela, en la parte de Carlos III tenía su gran tienda el sastre Guerra y remataba una pequeña mercería más prosaica, llamada Segura.

Volvemos a cambiar de acera y para ello cruzamos una Avenida de Roncesvalles llena de coches con un carril en cada dirección y un parterre arbolado en el centro lleno de vehículos aparcados. Al otro lado nos esperaba la esquina del número 9 de Carlos III. Una casa de gran empaque que parece traída del Paseo de Gracia barcelonés o de la mejor zona del madrileño barrio de Salamanca, es de las pocas casas de Pamplona que decora su fachada con esculturas, aunque sean bajorrelieves, del mundo clásico. Y no solo esculturas, a lo largo de su extensa fachada a dos calles, luce molduras, frisos, ménsulas, pináculos y un largo etcétera de elementos decorativos que, aun siendo muchos, tienen un tamaño y una distribución que consiguen un agradable efecto y el edificio no resulta excesivamente abigarrado. En sus bajos había una tienda de la firma Ximénez y Cía que comercializaba la marca Firestone. Luego anduvo por ahí el Banco Zaragozano. A su derecha entra la Avenida de Roncesvalles en donde la pequeña carnicería de Senosiain, la cristalería La Veneciana, la sastrería de Peñas, la zapatería aquella que combinaba botas de calzar con botas de beber, una mercería y una tienda de souvenirs, ocupaban los locales que hoy ocupan unos cuantos templos del beber y del comer que han convertido la zona en un punto de reunión a tener en cuenta.

Volvemos a la avenida del Unificador y tras el número 9 llegamos al 7. En este número encontraremos el gran edificio que hace esquina con Cortes de Navarra y que en 1926 levantó D. Domingo Elizondo para albergar la sede de su empresa, El Irati, y las viviendas de su familia. Levantó una gran casa y ahí sigue. En su local, durante muchos años, hubo una tienda dedicada a la venta de santos y material litúrgico. Cruzamos de acera y encontramos el N.º 6, la primera manzana en edificarse en el Segundo Ensanche, si bien no se puede contar como la primera casa de vecindad ya que era solo el bajo y un piso. Se extendía por todo el solar y en ella se encontraban los garajes y talleres de Doria Automóviles. A lo largo de los años ha sufrido muchísimos cambios y recrecimientos y ahora son varias casas de diferentes estilos las que la conforman. La esquina con Cortes de Navarra, donde estaban calzados La Palma, tiene un moderno toque Art-decó. Últimamente se ha llevado a cabo su última modificación. En las bajeras había una gran tienda de muebles. Siguiendo hacia la diputación, con el N.º 4, encontramos un edificio muy interesante obra de José y Javier Yarnoz Larrosa de líneas muy modernas para su época, 1931, fachadas rectas, retranqueo en los pisos superiores y algún adorno en las cristaleras de los miradores, sobrio y austero. Interesante. Frente a él la manzana que ocupa el Teatro Gayarre, templo de la escena durante todo el siglo XX, primero en su antigua ubicación, cerrando la Plaza del Castillo, y a partir del año 1932 en su nuevo emplazamiento a donde fue trasladada la neoclásica fachada, obra de José de Nagusia, levantada y ensamblada al nuevo edificio por los hermanos Yárnoz autores del resto del conjunto. Su inauguración fue el día 3 de mayo de 1932 a las 22 horas, con una función benéfica, patrocinada por el Ayuntamiento, de programa muy variado en el que intervinieron el Orfeón Pamplonés, Los Amigos del Arte y la Orquesta Santa Cecilia y en el que se representaron cuadros de un par de comedias musicales por parte de un gran elenco de señoritas pamplonesas entre las que se encontraban Maritxu y Jesusita Aranzadi, Maru y Soledad Villanueva, Mirentxu y Carmen Esparza, Ascensión y Narcisa Martinicorena etc. etc. Los figurines fueron de Gerardo Lizarraga, gran artista exiliado, y los decorados de José Alzugaray. Las entradas de butaca costaban 8,40, el gallinero 1,20. El llenazo fue de época. En los bajos de este edificio durante muchos años nos ofrecieron sus ropas las tiendas de Erro.

Y aquí acaba la Avenida de Carlos III el Noble, la siguiente casa pertenece a la Plaza del Castillo. Nos quedarían por ver las calles que la rodean y que también tienen edificaciones muy interesantes y recuerdos muy vivos, pero eso será otro día.

Besos pa tos.

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