En muchos países, la fiesta de San Nicolás se considera un anticipo de la Navidad, y también en Navarra y a orillas del Bidasoa, aunque cada vez menos; por ejemplo en Lesaka, su último reducto bidasotarra. La tradición de festejarlo, de origen medieval, se mantiene en pueblos como Barañáin, Garisoain y Peralta. Y consiste en elegir obispo, obispillo, a un niño o niña que recorre con otros las calles montado en un borrico y recordando a San Nicolás y las monedas que entregó para salvar a tres muchachas de la deshonra.

La fiesta es parte de otras similares de la época invernal, según el modelo de las Saturnales romanas, entre las que se enmarca el Rey de la Faba tan vigente gracias a la sociedad Muthiko Alaiak. Igualmente, los llamados reyes y alcaldes de Inocentes, la fiesta de los locos y la fiesta del asno, así como el mismo carnaval, donde la figura de los poderosos pasaba temporalmente a los más humildes. 

El día 6 de diciembre se elegía al obispillo, en la fiesta de San Nicolás de Bari, patrón de los niños, y su “autoridad” se prolongaba hasta el Día de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre. En algunos países nórdicos y anglosajones, en un anticipo de la Navidad y en ese mismo día, San Nicolás (Santa Claus, Niklaus) reparte regalos, juguetes y dulces, y castañas asadas a los niños igual que en otros lugares del mundo. 

En su libro El Carnaval, Julio Caro Baroja ya decía que de todas las fiestas relacionadas con las Saturnales romanas la más conocida es esta del obispillo. Así, el auténtico obispo dimitía simbólicamente y el elegido tomaba su lugar, se le vestía con ropajes propios del obispado, la mitra y el báculo incluidos, y con sus compañeros vestidos de sacerdotes recorría las calles y bendecía a la gente. 

La simpática fiesta, como ya se dice, sobrevive en Lesaka gracias a personas amantes de las tradiciones, entre las que uno recuerda a su amigo Rafael Eneterreaga Irigoien, que era la biblia viva lesakarra y autor de las fotografías que se enseñan. Ojalá que este año vuelva a salir el obispillo como a él le gustaba. 

Las castañas 

Y en esta época, reducidas hoy a consumo esporádico pero muy apreciado, ni de lejos son el recurso alimenticio obligado de subsistencia. Igualmente, eran y son postre festivo navideño. “A fines del pasado siglo (se refería al XIX), entre San Martín y Navidad, veíamos a los arrieros de Obanos y Salinas llegarse al Baztan, portadores de sal para la matanza del cerdo. Ellos cargaban, a trueque, sendos robos de castaña para venderla en su tierra en Nochebuena”, escribía Javier Lazcoz, párroco que fue de Ziga, en la revista Pregón en 1960. “¡Oh!, tiempos aquellos en que se sentían felices los que llegaban a comer la clásica castaña asada, en la colación de Nochebuena...!”, decía. 

Es sabido que los castaños sufrieron devastadora enfermedad causada por un hongo, pero este año se ha dado una magnífica cosecha y favorecido la recogida. A las castañas dedicó una jugosa, y ruidosa, oda un poeta capuchino recordado en un librito difícil de encontrar. Decía así: “Don Tomás, glotonazo sin dinero, devoró de castañas un puchero. Mas las castañas son, como es sabido, inyecciones de viento comprimido. Y el pobre don Tomás, la noche entera, la pasó en detonante puskarrera...”, para terminar avisando: “¿Siembras viento? ¡Recoges tempestades!”. 

En el Valle de Baztan citaba el mencionado Javier Lazcoz las variedades de castañas, llamadas tempranas o tardías, que se podían encontrar en su término, y sus nombres. Lazcoz identificaba las conocidas como Sanmiguela, Xarabia, Porkalexa, Garzabala, Xertakabia y Xertagorri. Y todas ellas son, asadas o cocidas, muy sabroso alimento.