El 4 de octubre de 2015 se celebró un acto de Memoria Histórica al que asistí, en el palacio de Diputación. Al finalizar, entre la multitud de gente que pululaba por allí, distinguí a una mujer octogenaria, pequeñita, que caminaba directamente hacia mí, con paso firme y sin desviar la mirada, como si nadie más existiera en el mundo. Sus movimientos denotaban cansancio, su voz era triste, pero en sus ojos se veía aún la energía que da la desesperación. “Señor alcalde –me dijo por fin– ¿no va usted a hacer nada por mi hermanica?” Tengo que reconocer que me puse inmediatamente en guardia, sin saber lo que vendría después, y le pregunté a ver quién era su hermana. “Maravillas”, me contestó, y totalmente abrumado por la situación, tan solo fui capaz de darle un fuerte abrazo. Josefina Lamberto acababa de robarme el corazón.

Labradores de izquierdas

Josefina nació en Larraga en 1929, hija de Vicente Anastasio Lamberto Martínez (1881-1936), natural del propio Larraga y viudo de un matrimonio anterior, y la joven Leona Paulina Yoldi Murugarren (1891-1967), natural de Allo. Paulina tuvo siete embarazos, de los cuales, además de la pequeña Josefina, sobrevivieron Maravillas, nacida en 1922, y Pilar en 1926. La familia paterna descendía del propio Larraga, de donde era natural el abuelo Deogracias, y la vinculación con Larraga se remontaba al menos hasta el siglo XVIII, cuando vivió allí un antepasado llamado Pedro Lamberto Barricarte, nacido en 1759. En cuanto a la familia materna, los Yoldi-Murugarren, hemos podido remontarnos hasta su tatarabuelo Apolinario Yoldi, aunque la vinculación con Allo es segura a partir del bisabuelo de Josefina, Pedro Yoldi Aguerri. La noticia más antigua que hemos encontrado referente a la familia viene recogida en La Tradición Navarra del 18-11-1904, cuando Deogracias Lamberto, abuelo de Josefina, aparece en una lista de vecinos de Larraga que donaban dinero para una cuestación religiosa.

Los Lamberto-Yoldi llevaban una vida humilde pero digna. Tenían vivienda propia y algunas tierras, criaban conejos, gallinas y algún cerdo, y poco antes del desastre habían conseguido comprar una yegua. A pesar de ello, el sustento no daba para vivir, y Vicente tiene que emplearse también como jornalero. Por aquellos años el clima social se va enrareciendo en Larraga, y el torbellino terminará por arrastrar a Vicentón Lamberto, que es militante de UGT. Tiene una disputa a cuenta de una deuda, con el panadero del pueblo, al que finalmente ganará en juicio, y es además acusado nada menos que de haber “robado” un árbol (Diario de Navarra, 30-11-1922). En junio de 1928 Vicente denuncia la desaparición de una cabra de su propiedad, y tan solo dos meses después la de su perro, llamado Cuchillo, que parece que le dolió mucho, a juzgar por la insistencia con la que denunció el hecho. Da la impresión de que una especie de “mano negra” estuviera ya moviendo los hilos en contra de los Lamberto...

La muerte azul

El golpe de 1936 se abatió como un ciclón sobre los pueblos de Navarra, y aquel mes de agosto la represión fue feroz, salvaje. No vamos a insistir más en el episodio de Maravillas, violada y asesinada a los 14 años por querer acompañar a su padre cuando lo llevaban a fusilar. Nos centraremos en la suerte de las supervivientes, singularmente la de Josefina, la pequeña de las hermanas. Tras el asesinato de Vicente y Maravillas, la madre es detenida durante tres días, momento en que los buitres se abaten sobre la casa de los Lamberto, llevándoselo absolutamente todo. Josefina señalaba especialmente al churrero del pueblo, así como al panadero, aquel que había perdido el juicio contra Vicente, y que les robó la yegua con total impunidad. La familia quedó en la más absoluta indigencia, y madre e hijas tuvieron que buscar trabajo donde fuera. Josefina, con tan solo 7 años, se pone a servir, sin saberlo, en la familia de uno de los violadores de su hermana. La situación es durísima, humillante, y madre e hijas tan solo pueden verse un día por semana, momento en el que la madre aprovecha para lavar las ropas y las cabezas de sus hijas. Finalmente optan por marchar a Pamplona, donde alquilan una habitación con una cama, en la que al menos pueden dormir juntas. Pero entonces Paulina cae enferma, y son desahuciadas. Durante algún tiempo tendrán que dormir en la escalera, pidiendo limosna y acudiendo al portal de Francia para que los soldados de guardia les dieran algunas migajas de pan. Las dos niñas entran en el Auxilio Social, una especie de centro asistencial, donde reciben malos tratos. Un día, por ejemplo, una de las monjas da una paliza a Josefina, al descubrir que llevaba escondido un trozo de pan para su madre.

Esclava de la Iglesia

Josefina Lamberto trabaja como sirvienta durante 9 años, a cambio tan solo del sustento, y finalmente opta por una salida desesperada. Con 21 años se mete monja, hecho que el corazón atormentado de su madre nunca pudo perdonarle. Y el tiempo daría la razón a Paulina, puesto que los estigmas de su infancia acompañarían a Josefina hasta el interior del convento. Las monjas no ven con buenos ojos las historias que cuenta la joven, “algo habrían hecho” le dicen cuando cuenta el triste final de su padre y su hermana. Finalmente sus superioras la envían a Pakistán, donde de manera autodidacta aprenderá a hablar francés, inglés y el idioma local urdu. Pero como monja pobre y sin dote, es puesta a trabajar al servicio de las monjas más pudientes, y Josefina dice sentirse esclava de la Iglesia. En esas condiciones trabaja durante 14 años en un orfanato, y cuando contrae la malaria es enviada a un sanatorio de Francia, donde permanece 13 meses en cama. Estando en el convento, su hermana Pilar le avisa de que su madre está muy enferma, pero los permisos de sus superioras se retrasan, y cuando Josefina llega a Pamplona hace tres días que Paulina ha fallecido, sin haber hecho las paces con ella. Tras la muerte de Franco y estando destinada ya en Pamplona, Josefina sale del convento un día, con la intención de recabar información sobre la muerte de su hermana, y al regresar se encuentra que le han cerrado la puerta con llave, teniendo que dormir en la calle. Finalmente, cansada de humillaciones y perdida la fe, abandona el convento en 1996, tras 46 años de monja y cuando cuenta 67 años.

Paz y memoria.

Los últimos años de Josefina en Pamplona fueron sin duda los más felices de su vida. Ingresa en la Casa de Misericordia, donde hace trabajillos como doblar las camisas de los internos, aunque apenas para en la Residencia. Colabora activamente con el comedor solidario Paris 365, y contacta con asociaciones de Memoria Histórica. Es entonces cuando da a conocer al mundo la terrible historia de su familia, difundida gracias a la famosa canción de Fermín Balentzia. La paz llegó por fin al corazón de Josefina el día 10 de febrero de 2018, cuando el Ayuntamiento de Pamplona cumplió su deseo de que se dedicase a su hermana una plaza de la ciudad. Quien estas líneas escribe tuvo el honor inmenso de representar a la ciudad aquel día, en el pago de la gigantesca deuda que Navarra tenía con los Lamberto. La fotografía que acompaña al artículo, obtenida por el gran Jagoba Manterola y que guardo como un tesoro, muestra el momento en que, sin soltar la fotografía de Maravillas, Josefina suspira profundamente y cierra los ojos con una leve sonrisa, como diciendo “misión cumplida”. Aquel mismo día, todavía emocionada, declararía: “Han sido 82 años de sufrimiento, pero por fin ha llegado la paz a nuestros corazones...”.

Josefina, la última de los Lamberto, cerró definitivamente los ojos el 7 de junio de 2022, y en su despedida, entre cientos de amigos, Fermín Balentzia le cantó una vez más su preciosa canción. Y mientras la cantaba, quienes allí estábamos pudimos imaginar a la más joven de las florecicas de Larraga regresando por fin a casa. Subir por última vez las escaleras, sin que sus ligeros pies de niña hicieran crujir ni una sola de las tablas, y cerrar tras de sí la puerta de aquel hogar destrozado en agosto de 1936, para fundirse en un abrazo eterno con Paulina, con Pilar, con Vicente y con Maravillas.