En este invierno atípico, las personas mayores recuerdan otros inviernos de mucho frío y nieve, sobre todo el de 1956. Lo cierto es que en febrero de aquel año se sucedieron tres olas de aire siberiano, el episodio invernal más importante desde que hay registros meteorológicos. “Los pinares se helaron hasta los 150 metros sobre el nivel del mar y en los caseríos y toda la zona rural se helaron cientos de toneladas de patatas, sobre todo las que estaban guardadas en los desvanes”, destaca Joxe Mari Ustarroz, presidente de la Cofradía de San Miguel de Aralar, quien guarda un recuerdo muy vivo de aquel invierno, sobre todo del rescate de dos pastores de Uztegi, Miguel Otamendi y su criado, Pedro Gainza, el 2 de febrero de 1956. “Aquella noche el termómetro de San Miguel bajó hasta los 25º bajo cero. Esto hace suponer lo que habría sido estar perdidos en mitad de la sierra sin cobijo y agotados”, apunta Ustarroz, que entonces era uno de los monaguillos sirvientes de Don Inocencio Ayerbe, capellán del santuario durante 56 años. 

Si bien enero había sido un mes sin nieve, con pocas precipitaciones y temperaturas muy suaves para la época, hacía el día 28 entró un temporal. “La nieve les sorprendió en la sierra, por lo cual se refugiaron en la txabola que tenían en las inmediaciones del refugio de Desao. Pero el temporal arreciaba. Nos dijeron que la nieve les bloqueaba la puerta y a cada rato tenían que abrirla para poder salir de la txabola”, cuenta.

En Uztegi, sin noticias, de los pastores, llamaron al santuario de San Miguel para informar de lo que pasaba y si podían algo y saber de ellos a través del guarda de Aralar, Joxe Zufiaurre. “Don Inocencio se puso en contacto telefónico con Joxe, quien conocía a los pastores y sabía dónde tenían la txabola. También le dijo que él, con dos de los monaguillos, saldría a rescatar a estar personas, pues sobre todo en invierno era habitual salir a buscar gente perdida camino del santuario o a la salida de éste”, apunta. 

Zufiaurre, conocedor de la sierra, no se atrevía a salir. Y es que en sus 50 años de vida no había conocido nada igual. Pero el capellán insistía y el guarda le dijo que llamara al alcalde de Baraibar para pedir hombres con experiencia en la nieve. “Don Inocencio le comunicó que había hecho el encargo. Asimismo, le dijo muy seriamente que nosotros salíamos”, recuerda Ustarroz, que entonces contaba con 16 años, 44 años el capellán y 22 años Félix Etxabarri, el otro monaguillo. “La clave estuvo en la determinación de Don Inocencio. Era un hombre muy valiente”, incide.

Joxe Mari Ustarroz, el único testigo que queda de aquel rescate.

Joxe Mari Ustarroz, el único testigo que queda de aquel rescate. N.M.

Así, cogieron comida para la noche, un frasco de gasolina para encender fuego y una petaca con Veterano para animar a los perdidos, al estilo de los San Bernardos. En Guardetxe se unió José Zufiaurre. Mientras, no dejaba de nevar, con una temperatura que se mantuvo entre los 10 y los 12 grados bajo cero. “La nieve era polvo y en el camino teníamos que turnarnos, pues el que abría la brecha no veía los esquís, el segundo los veía a medias y a partir del tercero ya iba un tanto holgado. A Joxe le bastaba con ver la forma de los árboles para orientarse por muy cubierto de nieve que estuviera el camino”, observa.

Hacia las tres de la tarde encontraron las huellas de lo que podían ser dos personas que habían abierto brecha pero que se habían perdido y que dieron tres vueltas en el mismo espacio. “Se veía que habían decidido volver por el mismo camino en dirección a Igaratza/Desaro, pues hasta el punto en que se habían perdido habían hecho el camino correctamente para llegar a la casa forestal”. Así, siguieron la brecha, que les facilitó el recorrido, y a unos dos kilómetros avistaron a dos personas que seguían andando en dirección a la txabola. “En ese momento íbamos en cabeza Joxe y yo, que le hizo el grito del monte: Eeup!. El mayor que iba detrás se volvió y nos dijo: aquí no encontraréis yeguas, a lo que Joxe le contestó que les buscábamos a ellos. A mí me dio la sensación de que este hombre no se daba cuenta de la situación ni donde estaba, pues tenía un color raro”, cuenta.

Tras darles un trago de brandy iniciaron el camino de vuelta hacia Guardetxe, con el guarda y el capellán abriendo brecha, mientras no cesaba de nevar. Félix Etxabarri montó a Otamendi sobre los esquís y Ustaroz hizo lo propio con el joven. Allí se reunieron con los cinco hombres de Baraibar que habían llegado poco antes. “Los de Baraibar confirmaron lo que había dicho Joxe, nadie había conocido un temporal así. Nosotros tres decidimos volver al santuario a pasar la noche, pero a mitad de camino, en la cuesta de Moskordi, agotados con la paliza del día, que se nos hizo de noche y que la tormenta no cedía, decidimos volver a la casa forestal sin demasiada seguridad de si íbamos bien en el camino, confiados en que los esquís encontraban la huella anterior. Dios quiso que acertáramos y nos quedamos a cenar y dormir allí”, recuerda. Los cinco hombres de Baraibar también se dieron la vuelta a mitad de camino a la vista de que el temporal no amainaba. 

A paladas para hacer camino en el santuario.

A paladas para hacer camino en el santuario. Cedida

Los dos monaguillos durmieron en el mismo camarote que Gainza. “En toda la tarde y cena no había hablado delante de todos, pero cuando estuvimos solos nos dijo Ue poza!, ¡qué alegría cuando os vi!. Habían decidido volver porque no tenían otra opción, pero sabía que no llegarían por los ventisqueros que habían roto por la mañana con nieve hasta el sobaco y estarían de nuevo bloqueados con la ventisca y sin fuerzas para abrir”.

Ustarroz perdió el contacto con Gainza, que estuvo de pastor en Aragón, hasta que un día se encontró con él en una quesería de Uztegi y quedaron en volverse a ver. Todo quedó así. “Cuando me dijeron que estaba ingresado en la Residencia de Betelu tuve la intención de visitarlo pero no lo hice hasta el invierno pasado, pero no pude tener una conversación fluida con él. Al preguntarle si se acordaba del invierno de 1956, solo decía hotza, hotza”. Gainza falleció el pasado verano. “Solo quedo yo de testigo de aquel rescate y vuelvo a contarlo en reconocimiento in memoriam a Don Inocencio y a Joxe Zufiaurre, pues sin ellos nadie hubiera salido aquel día”, asegura.