Amaya Ruiz Pinilla regenta la farmacia de Aibar desde septiembre de 2021. A su anterior propietaria le costó lo suyo jubilarse porque no encontraba relevo y no quería dejar al pueblo sin ese servicio. La dificultad de pasar el testigo se resolvió entonces con la llegada de la nueva titular. Las farmacias habían bajado de precio y fue para esta vecina de Pamplona la oportunidad de compra.

Licenciada en Farmacia en la Universidad de Navarra (1997) Amaya tiene en su haber una importante trayectoria de adjunta en diversas farmacias de Pamplona y también en Zaragoza, donde nació en 1971.

“Llegó el momento de la compra y elegí un pueblo, Aibar, que no conocía de nada. Dudé entre esta y otra en el Segundo Ensanche de Pamplona. “Allí me veía a mí misma como una tendera. Sentí que me iba a desarrollar más en una farmacia rural. Me compré un coche para ir y volver a diario. Entre los planes, no entraba el traslado de residencia”, relata.

Pasado este tiempo, siente que dio en la tecla y se emociona al decir: “Mis pacientes me han multiplicado por mil este sentimiento. Pienso que toda mi vida he estado formándome para estar aquí”, declara.

Desde su experiencia constata que “ser adjunta en una farmacia no es atractivo: el sueldo no es nada interesante y el trabajo no tiene relación con los estudios”. Como otro importante inconveniente añade la incompatibilidad del horario de comercio con la maternidad. “Es imposible a todas luces”, expresa.  

Hoy sus hijas tienen 18 y 14 años, por lo que está en otro momento vital. Atiende la farmacia de lunes a viernes de 9 a 17 horas (40 horas). Los sábados permanece cerrada; la normativa se lo permite porque Aibar tiene consultorio, no centro de salud. Cada diez semanas hace guardia (5 ó 6 al año) turnándose con el resto de farmacias de la zona que con la suya son 10 : Sangüesa 5, Lumbier 2, Cáseda 1, Yesa 1. Le corresponde el botiquín de Sada, ubicado en el ayuntamiento. Martes y viernes, después de cerrar,  recorre los 4 km de distancia para reponer los medicamentos. Y está en conversaciones para hecerlo además, en Lerga y Eslava. “Esta es una zona de mucha gente mayor, envejecida. Mi plan es mejorar su salud”, declara.

Nunca había trabajado sola. Tenía aparcadas gestión, compras, botiquín... y buscaba mayor satisfacción que la pura gestión o ser mera dependienta. “Quería coger recursos y herramientas para mejorar la salud, llegar a una comunidad que sea más permeable y receptiva”. 

Se formó en este sentido mediante un máster on line en materia Couseling (relación de ayuda). Antes había realizado otro de Atención Farmacéutica y trabajado como docente en la Universidad San Jorge de Zaragoza (unidad de Optimización de Farmacoterapia) y encontró en el medio rural el escenario para su desarrollo y el ejercicio de su filosofía. “Cuando quieres hacer cambios, es más fácil en un pueblo. Hay más confianza con la gente e incluso, con el médico. Se vive de otra manera. Todo puede ser para mañana; la inmediatez en los pueblos no es tan acusada como en la ciudad. Aquí el trato con la gente es muy bueno. Y me esforcé en caer bien. Soy una paracaidista que caí de pie. La ilusión de mi vida es poner en práctica todo esto”, manifiesta.

Amaya parte de ese conocimiento profesional y personal en el ejercicio de su trabajo, “que es una profesión sanitaria”, matiza. Su objetivo es hacer seguimiento fármaco terapéutico de sus pacientes. “La Atención Primaria no tiene tiempo para detectar e investigar. No hay apoyo institucional para que sea algo más. Sabemos que la eficacia de la medicina trabaja de distinta manera en cada persona. No es lo mismo eficacia que efectividad. Nosotras aportamos nuestro conocimiento profesional al del médico, pero en general, en sanidad no se hace un seguimiento. En la farmacia sí. Yo me intereso por el estado y puedo aconsejar”. Su prototipo de pacientes son las personas crónicas, que sufren cardiopatías, tensión alta, colesterol...Mi empeño está en cambiar esa imagen del trabajo de tenderas que se demanda de una farmacéutica, que ha costado tanto formar. Hay una ruptura muy grande entre lo que se estudia y lo que demanda la sociedad, y es esta la que tiene que reconducir nuestra profesión”.

Amaya lo intenta día a día en Aibar y no se arrepiente de ser farmacéutica, por deseo de su abuela Enriqueta, ni de haber elegido la farmacia rural. “Venir a un pueblo no es una hazaña. Hemos hecho el canelo yéndonos a las ciudades”, opina, al tiempo que lamenta que no encuentra jóvenes estudiantes que quieran hacer prácticas en el medio rural.