José Luis Olaizola, el artesano y músico de Doneztebe
José Luis Olaizola, junto con su hijo Yon, se dedican a la artesanía con la talla de madera y los trabajos elaborados en la impresora 3D
El arte siempre ha estado presente en la vida de José Luis Olaizola Samaniego, de 76 años. Durante estos últimos años algunos lo habrán visto acompañado de su hijo en las ferias de artesanía de Doneztebe, Bera o Lesaka vendiendo sus trabajos en talla de madera: escudos familiares, de equipos de fútbol, provincias, heráldica, eguzkilores… Y es que hace un poco de todo.
Desde pequeño, José Luis Olaizola ha tenido una especial sensibilidad hacia el arte. “Tengo guardados dibujos de cuando tenía entre 4 y 5 años de las típicas casas que haces de crío, pero en mi caso ya las hacía con relieves”, apunta.
Además del dibujo y la pintura, también se ha dedicado a la música. Hubo una época en la que se entregó por completo a ella. “Estudié en la politécnica de Mondragón y al acabar, con 18 años, me enrolé en un grupo de música de allí”, recuerda. Luego continuó tocando en otro grupo y, aunque en cierto punto se vio obligado a dejar esta vida, sigue mostrando con orgullo la guitarra que él mismo montó y que guarda con especial cariño.
Tras su etapa como músico, trabajó 38 años en laminaciones de Lesaka. Al principio pudo compaginar ambas cosas, dedicando su tiempo libre a los conciertos, pero al final tuvo que dejar de lado la música. “Y esa es mi vida”, concluye. “A los 60 años me prejubilaron y fue entonces cuando empecé con esto de la talla en madera. Así que ahora me dedico a esto, que es lo que me gusta”, concreta.
“A los 60 me prejubilaron y empecé con esto de la talla. Así que ahora me dedico a esto, que es lo que me gusta”
Antes de la talla en madera, además del dibujo y los pirograbados, también había comenzado a hacer tallas en cristal. De hecho, el primer trabajo que realizó fue una mesa de cristal en la que talló los escudos familiares de su esposa y el suyo propio, y que hoy en día se encuentra en el centro del salón de su casa de Doneztebe.
Pero fue gracias al impulso de su padre, Manuel Olaizola, que se decidió finalmente a probar con la madera. “Mi padre era ebanista”, puntualiza. Viendo que el dibujo se le daba muy bien, un día su padre le planteó la pregunta: “¿Por qué no tallas? Se te tendría que dar muy bien”. Así, animado por su padre, comenzó a realizar sus primeras prácticas de talla en madera y poco a poco se fue enganchando.
En cuanto al secreto de este arte, recalca lo que siempre le decía su padre: “Para tallar, es imprescindible tener la herramienta bien afilada”. “Yo todavía no sé afilar bien”, admite entre risas, “a veces me lo hace uno de Elgorriaga”.
La clave para aprender a tallar es, en su opinión, “como todo: práctica y más práctica”. Así, con persistencia, ha seguido mejorando en sus obras.
Aunque no recuerda cuál fue su primer encargo en tallas de madera porque ha hecho “un montón”, actualmente está trabajando en el último que ha recibido del palacio de Oteiza.
Desde hace unos 10-15 años, además, su hijo Yon Olaizola Martínez lo acompaña. Comenzó haciendo kaikus de madera y ahora sigue haciendo lo mismo pero empleando una impresora de 3D.
“Un pequeño kaiku de madera lo tienes que vender mínimo por 100 euros porque haciéndolo se te van muchas horas… Y no te compra nadie. Bueno, hay alguien que sí te compra, pero muy pocos. Y por eso ahora hacemos en 3D”, explica.
Sobre cómo fue el proceso de aprendizaje de su hijo Yon, admite que no fue nada del otro mundo. “Estuvimos un día en Erratzu con Santi Oteiza y vimos cómo hacía él los kaikus. Y ya está, fue así como aprendió”.
Para sus manualidades emplean maderas de todo tipo, aunque no duda en defender que su favorita es la del nogal porque “no tiene apenas hilo” y resulta más fácil y cómodo a la hora de trabajar. En cuanto al encargo más curioso que ha recibido, recuerda especialmente “un árbol genealógico desde el año 1600 y pico” realizado en pergamino.
Siguiendo con las ventas, cuenta que “aunque parezca mentira, los que más compran aquí suelen ser los de fuera, sobre todo los catalanes. A ellos no les importa gastar, pero no en cualquier cosa. Tiene que ser algo hecho a mano”.
De cara al futuro, su plan es “seguir haciendo”. Cualquier día es bueno para ponerse a tallar, a veces incluso “sin ir al taller, en casa mismo”. Y es que, como admite Olaizola divertido, “sarna con gusto no pica”.
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