“Oye, ¿y si vamos a por un helado?” es una de las frases que más se repiten cuando alguien pasa cerca de alguna de las heladerías del Casco Viejo de Pamplona. Y es que, a pesar de que no sea una costumbre tan típica como ir de pintxos, lo cierto es que a nadie le amarga un dulce, y mucho menos con el tiempo que acompaña. Así que, rumbo al establecimiento, aparece una nueva pregunta: “¿cuál vas a querer?”.
Valeria Solano lo tiene claro en función de la heladería con la que pasa con sus amigas: “De Larramendi, el de leche merengada; de Nalia, el de mojito; de Elizalde, el de baileys y de La turronería, el de dulce de leche”, enumera mientras revisa en sus notas del móvil la lista. Para Luna Beitia, en cambio, esta decisión se le dificulta cada vez que pasa por una, ya que “hay muchos sabores y no sé cuál escoger, aunque siempre me decanto por el de fresa. En realidad, no me gusta innovar, soy muy tradicional para algunas cosas”, bromea.
En ese sentido, los heladeros también perciben esta dicotomía entre los clientes: “Suelen tener mucho éxito los helados de siempre, como la vainilla, la avellana, la oreo o el yogur. No obstante, también hay gente, sobre todo turistas, que busca sabores extraños que no encuentran en sus ciudades; por ejemplo, los helados de goxua, cuajada o queso Idiazabal”, cuenta Marta Larramendi, gerente de la heladería con su mismo apellido. Este año, una de sus novedades es el de sabor de mango con pimiento de Ezpeleta, que imita al mejor sorbete del mundo. “Y está funcionando porque hay mucha gente de Pamplona que veranea en Getaria y que ya ha probado el sorbete. Está bastante buena la combinación, son dos elementos que encajan muy bien”, asegura.
Laura Hidalgo vuelve de entrenar exhausta y hambrienta, así que, en cuanto pasa por Elizalde, entra para cogerse un helado porque “me ha dado el capricho”, comenta. No sabe entre qué escoger porque en el mostrador hay 44 sabores. “Un cono de limón, por favor”, pide. Javier Cía, encargado del local, se lo da con una sonrisa. “Las ventas van muy bien, pero no lo notamos mucho porque se compran durante todo el año. En invierno sobre todo nos preguntas por las cajas de medio litro”, explica. En su caso, a pesar de que se incluyan durante el verano sabores más frutales, también destacan los tradicionales, como la avellana o el chocolate. “También nos piden mucho el de sésamo con chocolate o el de Mantecada Salinas, que es un postre que la empresa lleva haciendo desde 1870, o el de cuajada quemada, que se vende sobre todo entre turistas que son nacionales”, añade.
En el interior de la heladería Nalia se puede ver un cuadro con la foto de un crío colocado sobre un banquito, vestido con una mandarra y moviendo una varilla mientras emula esforzarse. Se trata de Vicente Serrano, el jefe del establecimiento fundado en el año 1939 que hizo de su pasión el trabajo de una vida. Vicente reconoce que las ventas dependen del tiempo, aunque no se puede quejar: “El año pasado fueron muy buenas porque en primavera está todo el mundo en Pamplona, acababan de abrir la tómbola y los días eran maravillosos en cuanto al tiempo. Eso nos ha faltado esta vez, pero la gente sigue comprando bastante”.
Muchas veces, las ganas de helado han provocado que se formen grandes colas a la espera de sus bolas; especialmente en fechas muy señaladas, como los Sanfermines, en los que Vicente asegura que han llegado a vender hasta 3.000 bolas de helado “porque cuando hace calor, siempre viene bien tomarse algo fresco”. En cualquier caso, se trata de un hecho extraordinario y “el resto de días vendemos cientos, pero depende de la meteorología. Cuando llueve, nos cuesta mucho remontar esa tarde, pero al día siguiente volvemos a empezar esperando que todo vaya bien. Eso es lo bonito”, cuenta. Y, tal y como señala Vicente, la gente vuelve a la calle al día siguiente, pasea por lo viejo y repite su ritual de elegir sabor tras preguntarse si van a por un helado.