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Vidas ejemplares

Ortega: Un perro de leyenda (II )

Ortega: Un perro de leyenda (II )Redacción DNN

Un artículo inacabado

Como recordarán los más fieles seguidores de esta serie apasionante, el pasado día 1 de septiembre dedicamos nuestro artículo dominical al perrillo “Ortega”, que fue el encargado de reconducir a un toro de Miura, que se resistía a entrar en los corrales de la plaza de toros en un encierro de 1958. A pesar de que, atando cabos de aquí y allá, conseguimos trenzar una historia somera, lo cierto es que fueron muchas las incógnitas que se quedaron sin despejar, y por ello solicité, al final del artículo, que si alguien tenía noticias del perro o de su dueño nos las hiciera llegar. Y han sido tres las personas que se pusieron en contacto conmigo. En primer lugar un arguedano residente en León, llamado Pedro Salvo, más tarde Enrique Aragón, presidente del club taurino “Casta Brava” de Arguedas, y finalmente el antiguo jefe de protocolo del Ayuntamiento de Pamplona, Rafael Magán. A ellos debo buena parte de los datos rescatados para esta historia, así como a Yolanda Irisarri, hija del pastor Esteban Irisarri, dueño de Ortega, que me facilitó interesantísimas referencias familiares. Gracias a todos ellos.

¿El encierro más largo de la historia?

Lo primero que debemos aclarar es que, pese a lo que se ha dicho y escrito, aquel encierro de 1958, que vino a durar una media hora, no ha sido el más largo de la historia, ni mucho menos. Según referencias del experto taurino Koldo Larrea, el encierro de mayor duración fue el del 11 de julio de 1886, que al parecer se alargó desde las 6 de la mañana, hora en que se lanzaba entonces el cohete, hasta después del mediodía. Hemos podido encontrar una reseña de aquel encierro eterno en la revista pamplonesa “Lau-Buru” del 13 de julio de 1886, y en ella se explica que un toro llamado “Garraldo”, de la ganadería Mazpule de Colmenar Viejo, se atascó en el coso y que, aunque se sacaron mansos y se desalojó la plaza, el burel no quiso entrar. Hubo de ser ensogado y arrastrado a golpe de brazo hasta el interior, seis horas después de haberse lanzado el cohete. Según se dice, además, aquella tarde “Garraldo”, que era un toro negro listón de gran tamaño, recibió cinco varas y rompió el vallado y un burladero durante su lidia.

De casta le viene al galgo

Volviendo a nuestra historia, y según revelan nuestras fuentes, “Ortega” era un perro pastor de granado bravo, puesto que su dueño trabajaba en las fincas riberas de la familia Chopera, y aquel año 1958 ambos habían venido a Pamplona acompañando a los mansos del encierro, donde Esteban ejercía como pastor. Según se aprecia en las fotografías, “Ortega” era un can de tamaño medio y pelo largo de color canelo, como tantos perros pastores de la tierra, y algunos testigos recuerdan, a título de curiosidad, que tenía los ojos de diferente color. Era, nos dicen, hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de perros de ganado bravo, y conocía perfectamente su trabajo, como demostró sobradamente en el coso taurino de Pamplona aquel día 12 de julio de 1958. Según manifiestan, “Ortega” era tremendamente listo y fiel, y por alguna extraña razón, cuando Esteban Irisarri tenía que marchar de viaje o acudir a trabajar a otra finca de los Chopera, era capaz de adivinar el día en que su dueño iba a regresar, y salía al camino a esperarle.

Esteban Irisarri Moncayola

Otro dato corroborado es que el dueño de “Ortega” era Esteban Irisarri Moncayola, nacido en Arguedas en 1921. Esteban pertenecía a una familia muy vinculada al mundo del toro, pues trabajaba, como ya se ha dicho, para el empresario taurino Manolo Chopera, y llevaba acudiendo a Pamplona como pastor del encierro desde el año 1939. Antes que él un primo carnal suyo, Germiniano Moncayola Resa (1900-1991), fue jefe de pastores entre los años 1929 y 1945, y dos hermanos del propio Esteban habían sido igualmente pastores del encierro pamplonés. Se casó con Brígida Gárate y tuvo tres hijos, Carlos, José Luis y Yolanda. Es esta última la que nos cuenta apenada que el mayor de los hermanos, Carlos Irisarri, siguió los pasos de su padre como pastor del encierro, y que murió en el año 2020, de un infarto, al poco de jubilarse.

Un trabajo de riesgo

Esteban realizaba todo tipo de labores en la finca “La Corraliza de Castejón” de Arguedas, y los Chopera le reclamaban además para que acudiera a otras plazas y fincas cuando le necesitaban. Así, por ejemplo, era el encargado de “arreglar” los toros cuando se astillaban un pitón. Uniendo su vara de pastor a una cuchilla, había inventado un instrumento con el que, pacientemente, eliminaba las astillas y devolvía su aspecto y textura a las astas. En una entrevista que hemos podido localizar, concedida a la prensa local en 1976, Esteban Irisarri recordaba que durante los primeros años traían desde la Ribera mansos, vaquillas e incluso algún toro sobrero a pie, hasta Pamplona. Por aquel entonces comían en la pensión Ibarra de la calle Estafeta, pero dormían en un cuarto común situado en la propia plaza de toros, sobre unas tablas que cubrían con pieles de cabra y alguna manta. En la entrevista se informaba de que Esteban corría como pastor un tramo situado en Estafeta, a partir de la Bodega Sarria, y que ya por entonces era el más veterano de los pastores de Pamplona. Y en la fotografía que acompañaba al texto puede verse, además de otros pastores y del propio Irisarri, a un jovencísimo Miguel Araiz “Rastrojo”, que con el tiempo llegaría a ser un pastor mítico en el encierro, y de cuya amistad me enorgullezco.

Como es de imaginar, el trato cotidiano con toros bravos era un trabajo de alto voltaje, y en alguna ocasión acarreó sustos de importancia a Esteban Irisarri. Así, por ejemplo, en el año 1974 un toro enfurecido persiguió tenazmente a Esteban, que a sus 53 años hubo de trepar a un árbol para ponerse a salvo. En aquella ocasión ni siquiera su perro pudo apartar al testarudo morlaco, que se apalancó bajo el árbol, y el bueno de Esteban hubo de permanecer nueve horas allí subido, hasta que vinieron a auxiliarle con un remolque. Con todo, el percance más grave, el que pudo haberle costado la vida, lo tuvo el último día de las fiestas de 1977. Aquel 14 de julio, después del encierro, los pastores fueron a almorzar según su costumbre y, a la vuelta, se dispusieron a sacar a los mansos de los corrales de la plaza, sin saber que entre ellos había aún dos toros bravos. Esteban entró tranquilamente en el lugar, y fue embestido desde detrás por un toro de Pérez-Tabernero, que le propinó una cornada que prácticamente le atravesaba el muslo izquierdo. Afortunadamente Esteban Irisarri, que a sus 56 años tenía una naturaleza de hierro, superó el trance y volvió a los encierros.

El final de los protagonistas

La conversación con Yolanda Irisarri se torna triste cuando hablamos de los últimos años de vida de su padre. Esteban se jubiló al cumplir 65 años, en 1986, pero a los 70 años enfermó de parkinson, dolencia que tuvo que arrostrar durante nueve años. Murió en el año 2000, cuando contaba 79 años. En cuanto a “Ortega”, su destino pudo cambiar radicalmente aquel 12 de julio de 1958, puesto que unos turistas franceses, que habían presenciado su hazaña, ofrecieron una suculenta cantidad de dinero por él. Esteban Irisarri se negó en redondo, pues aquel perrillo era su herramienta de trabajo y su inseparable compañero. Estamos además seguros de que aquel animal, acostumbrado al sol y al hielo de la Bardena, no hubiera encontrado acomodo en la enmoquetada mansión de unos extranjeros ricachones. Finalmente, perro y amo regresaron a Arguedas, y como única recompensa el pastor ribero recibió… un paquete de cigarrillos.

Al terminar la conversación, Yolanda Irisarri recuerda que tras la muerte de “Ortega” su padre tuvo otros perros pastores, a los que puso nombres como “Tusán”, “Colín” o “Mora”. Y recuerda así mismo que hubo otros “ortegas” después de aquel primero, muestra inequívoca de que su recuerdo permanecía vivo en la mente del pastor arguedano. Y aunque asegura que aquel pequeño héroe nunca tuvo descendencia, estamos persuadidos de que sus genes, su valor y aquella viva inteligencia suya circulan aún en la sangre de los perros que cuidan el ganado en la Bardena de Navarra.