Hola personas: ¡¡¡¡ Pamplonesas, pamploneses, iruidarrak!!!! ¡¡¡¡VIVA SAN FERMÍN, GORA DON FERMÍN!!!! Chiiiiiisssss ¡¡¡PUM!!!, EH, EH, EH, EH…aquí va el chupinazo particular de los paseantes que luego irán, en cuerpo de ciudad popular, a recorrer calles y plazas a festejar el Chupinazo oficial, que en esta ocasión van a tirar Dyna, Lidón y Eduardo que han sido los elegidos por la asociación Yala Nafarroa, para que sean la envidiada mano que prenda la mecha del cohete que va a abrir las puertas de la fiesta, y esperemos que aporte su grano de arena a la pacificación de Palestina. Lo que sí es seguro es que tras su estallido llegará la alegría, el desmadre, la sinrazón y el despropósito.
Todo ello en su buena acepción. No hay marcha atrás, el centro de la ciudad enloquece, y digo el centro, porque más allá de la calle Leire, por el sur, el río Arga, por el norte, Navas de Tolosa, por el oeste y calle Olite y Media Luna, por el este, la fiesta no llega, o llega con cuenta gotas. Quitando las actividades infantiles que se dan en la parte alta de Carlos III y en los Caídos, los conciertos de la plaza de los fueros y las barracas, que están en la Rotxapea, pero que es como si las ponen en Murchante porque ya no va nadie, en el resto nada de nada. Y hablando de barracas, las barracas son uno de los divertimentos sanfermineros más antiguos. Desde su ubicación en la trasera del Gayarre, luego en la calle Amaya, que llegaban hasta la calle Paulino Caballero, en el solar que hoy ocupa Telefónica, el Servicio Doméstico, la antigua CAN, etc, luego se cambiaron al solar de los terrenos militares entre la avenida del ejército y la calle Padre Moret, más adelante pasaron a los glacis de la Ciudadela en la zona del comienzo de Pío XII, y luego a Yanguas y Miranda, que fue donde yo las disfruté a tope. Todas sus ubicaciones fueron siempre céntricas, a mano. Hasta que a un iluminado/a se le ocurrió que estaban mejor en la Rotxa, en el parque de la Runa, que por el nombre poca gente conoce. Quitándolas del centro nos hicieron una gran putada. En el centro pillaban de paso y atraían a comer un pollo a las 6 de la mañana antes del encierro, a dar una vuelta con la señora a las 8 de la tarde, a montar bien pedo en el tren de la bruja y mearte de risa, a llevar a los críos a pasar la tarde sin tener que bajar al quinto coño, a ligotear los adolescentes en los autos de choque, y a mil cosas más. ¿Quién no ha hecho algo de esto, y ha llegado a casa con un enorme bastón de plástico lleno de caramelos o con un perrito piloto? Lo dicho, nos quitaron un buen pedazo de la fiesta y nadie ha dicho nada.
Bien, tras estas sesudas disquisiciones, vamos a ver un paseo que me he dado esta mañana, día 5, por los escenarios de las fiestas. He salido pronto de casa, el reloj marcaba las 8:50, he bajado la avenida del Unificador que estaba comenzando a solearse y vivía tranquila, en Merindades ya está montado el tenderete que venderá su pañuelo y su faja a quien lo necesite. He seguido hasta la Plaza del Castillo y he tomado unas fotos de los porches vacíos para compararlos con los de mañana en los que estarán todos como piojos en costura. He entrado en el Casino Eslava, estaba vacío, solo estaba Luis Martinicorena con el capote desplegado esperando a porta gayola para dar una buena larga cambiada a lo que le llegue. Así lo he fotografiado tras la barra.
He seguido mi paseo, he bajado a Estafeta, con intención de hacer el recorrido del encierro en sentido contrario, pero antes he entrado en el sacrosanto comercio de la familia Buttini. Tras el mostrador estaba Carmelo, presidente de la peña Anaitasuna, corredor del encierro de los de verdad, de los que se juega el pellejo a la chita callando, y copropietario del reloj que lleva la cuenta atrás de los Sanfermines, ahí es donde lo he inmortalizado señalando el artilugio que marcaba 1 día, 2 horas, 36 minutos y 59 segundos. Ya falta menos. Grande Buttini. He seguido mi camino y por Mercaderes, aún casi vacío, he llegado a la Plaza del Ayuntamiento, parte ancha del embudo para los que vienen de Santo Domingo apurados con el morlaco soplándole en los riñones. He tomado la calle del santo dominico para abajo, he parado ante la hornacina de San Fermín que, aunque estaba vacía, la he visto llena y con los mozos cantándole su rezo. He llegado hasta el último dormitorio de los astados y, por detrás de la antigua caseta de guardia, hoy centro de interpretación de los sanfermines, he bordeado el baluarte de Parma para llegar a las escaleras que me han subido al paseo de Ronda por el que llegado a la calle del Carmen. La vieja rúa de peregrinos que he paseado con gusto, estaba sombría, fresca y tranquila. Por Navarrería he llegado a la Plazuela de San José. Tras divertirme un rato haciendo fotos a unas palomas que chapoteaban en la fuente, he entrado a la Catedral. El bonito relicario de San Fermín que la Seo pamplonesa posee lo han sacado a un lugar preferente en el altar, junto a la reja. Tras verlo y disfrutarlo he dado una vuelta por la girola, he recorrido la nave y he salido por la puerta principal. Las calles ya no estaban tan vacías, ya empezaba el bullir de gente, de grupos de turistas con su guía, de paisanos buscando su última compra, de etxekoandres yendo al mercado, de zangolotinos desocupados, de repartidores sudando y un largo etc. de fauna urbana. He seguido Curia abajo para llegar a la calle Mayor y hacerle una visita al Jefe, al Moreno, a nuestro Fermintxo. Cuando iba para allá, al pasar por la calle San Saturnino he visto que un señor y una señora estaban protegiendo las bonitas puertas de su portal con unos fuertes plásticos, les hecho unas fotos y hemos pegado la hebra. Una cosa lleva a la otra y me han invitado a que subiese hasta el último piso del edificio, agradecido he tomado hacia arriba unas escaleras preciosas de balaustres metálicos torneados, pintados de blanco y unos peldaños de bonito y cuidado roble, he mirado para arriba y he visto unas plantas que daban vida al entorno y una preciosa claraboya que me mostraba un cielo azul, pero me esperaba sorpresa, al subir un piso más en la cristalera ha aparecido la torre alta de San Saturnino con toda su majestad. Impresionante. Me lo he llevado todo en mi cámara y he bajado. Al comentar con ellos cuánto me había gustado lo visto han dicho, pues ven que te vamos a enseñar otra cosa, y me han llevado a un piso con una terraza que da a la calle Ansoleaga y desde la que la vista de las torres es privilegiada. Incluso se ve que en uno de los rincones, de los muchos que hay en todo el conjunto de torres, bóvedas, contrafuertes, pegotes añadidos etc, ha nacido una higuera y ya tiene un buen tamaño. Tras un rato de charla dimos por acabada la visita, me despedí de ellos y seguí mi camino con la rica sensación de que hay gente muy maja. Llegué a la capilla del Santo, pero no pude hablar con él porque estaban en misa y no se le puede molestar, pero me vio y me hizo un guiño, lo que quiere decir que todo está preparado.
Él nunca falla.
Besos pa tos. l
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