Alas cinco de la mañana o antes se preparaban ganaderos y vendedores para salir, todavía de oscurecido, con sus cabezas de ganado unos, con sus quincallas y cachibaches los otros, camino de las localidades que estaban de feria, a vender lo suyo. En Navarra, las ferias eran privilegio que concedían los reyes a villas y pueblos en ciertos días del año para que se pudiera comprar y vender sin pagar forania (los forasteros, antes), al contrario que en los mercados, y en el País del Bidasoa subsisten las de Elizondo, Doneztebe y Lesaka, aunque al parecer hubo otras en Amaiur y en Sunbilla.

Aflojadas (a tocar madera) las penurias de la pandemia, Elizondo ha podido feriar en su día grande, viernes, y habrá que ver lo que se decide en las otras dos villas. En la capitalidad de Baztan se celebran el viernes de la semana siguiente a San Lucas (18 de octubre) siempre que el santo no caiga en sábado o domingo, en cuyo caso una semana después, o el “jueves de San Simón” (28 de octubre) para menos lío, antaño tres días y ahora sólo viernes y domingo; en Doneztebe el viernes y sábado después de San Martín (el 11 de noviembre) y las últimas de otoño en Lesaka, los días 17 y 18 de noviembre. En primavera hay feria en Elizondo y en Doneztebe, ambas con menor afluencia y alboroto.

EL ORIGEN Las ferias s y mercados existen desde que el mundo es mundo, parece que en reuniones de trueque o de intercambio, hasta que a un jodido turco se le ocurrió allá por los siglos VI y VII inventar el dinero, y se vendían hasta esclavos como en España de Madrid abajo hasta el siglo XVII. Había lugares determinados de encuentro o ferial, del latín forum (plaza, foro) de donde el pueblo vizcaíno Forua, y en Elizondo y tiempo que ni se recuerda en el paraje Merkatuzelai según enseña y no miente la toponimia, antes de la actual Plaza del Mercado o Merkatu plaza, en Doneztebe en el lugar que dicen Matxiketa y en Plaza Zaharra o Vieja, en Lesaka.

También había mercado en Elizondo, los sábados cada quincena, hasta medio siglo atrás días de llevar ganado “a pesar” que bajaban terneros y cutos de Berro y Beartzun a la báscula que existió en la trasera de la Herriko Etxea. El género, todo local y de caserío, se vendía en la Plaza de Abastos (actual Biblioteca), alubias, frutos secos, hortalizas, gallinas y huevos, en las fechas cercanas a Navidad los corderitos para el Belén que elaboraba Nieves Salaburu, y corderos (mitad y mitad entre dos familias cercanas) y hasta el mediodía cuando tocaba el Ángelus en la parroquia con preferencia para el vecindario antes que los carniceros asentados en el pueblo.

Eran otros tiempos, anteriores a los mercadillos que proliferan ahora y en los que las cosas se hacían para durar y no se tiraba nada pensando (pensando bien) que siempre podían tener utilidad. Al efecto, se recordará como entre las piedras de las paredes de los caseríos y hasta no hace mucho se podían ver herraduras viejas, clavos y otros artilugios.

EL GANADO, LO PRIMERO En la cuenca del Bidasoa, lo principal ha sido siempre el ganado, vacuno de raza pirenáica que vuelve con fuerza arrolladora, el caballar y menos en esta época, el ovino de raza latxa que es más propio de las ferias de primavera. Y ahora, aunque todo ha cambiado mucho, lo sigue siendo y persiste la imagen de la gente “del trato” con su blusón negro y makila de avellano en mano y el nekazari calado con su txapela, la funda-mental en feliz término que acuñó Iñaki Linazasoro y sobrevive como símbolo de identidad.

Además de ganaderos y tratantes, a la feria acuden todos, naturales y foráneos, “sean cristianos, judíos o moros, hombres o mugeres” (sic), tal figura en papeles de privilegio de 1466. Y en gran número tienderos (así se les decía), ambeleros (de Ambel, Rioja, con pucheros y ollas de barro cocido) que ahora se les dice feriantes, a vender todo tipo de artículos. Y no sólo lo que era clásico, ristras de ajos que el personal se cuelga en plan collarón, paraguas (de cuando en vez alguno de aquellos inmensos, capaces de cubrir una parroquia entera), hachas que traían los Erviti, reconocidos aizkoregileak de Leitza, mantas de Béjar y ropa para el invierno, el típico turrón royo de Artajona, o uva negra que era cosa de este tiempo.

”EN AMBULANCIA” Y entre el gentío que va a feriar, el vendedor ambulante, el profesional de la “venta en ambulancia”, que se ha leído así como si se tratara de heridos en una batalla, 200 puestos se han llegado a contar en Elizondo, gente que se juega el puchero de pueblo en pueblo (incluso desde Galicia a vender pulpo a feira) que lo que más temen es encontrar el cartel más catastrófico para ellos, ese de “Prohibida la venta ambulante”. Lo mejor que, aún con timidez evidente y previsora, vuelve la feria con aizkolaris, partidos de pelota y sabrosa gastronomía, todo eso que les da color. Las de siempre.