Un pedacito del Museo Etnográfico del Reino de Pamplona, ubicado en Arteta (Valle de Ollo), se coló el pasado viernes en la residencia Amavir Mutilva. Lo hizo con Elur Ulibarrena y una de las maletas de su museo itinerante. Una actividad impulsada por los alumnos de Team Working del Título Superior en Dirección de Marketing Global de ESIC Club de Marketing Navarra.

De la maleta salieron un brasero, una huevera, alforjas, las tabas y la rana, una antigua cocina de juguete, las campanillas que hacían sonar los monaguillos en misa o un bastidor para bordar. Objetos para despertar recuerdos y fomentar la charla entre mayores y jóvenes. “Es la excusa para empezar a hablar y que te cuenten historias de vida”, dijo Ulibarrena.

“Los chavales, debido a la brecha intergeneracional, están desconectados de la vida de antes. Les hemos juntado con los abuelos para que se cuenten mutuamente las diferencias de los modos de vida de unos y otros”, añadió.

Aprovechó en la residencia la metodología pensada para centros educativos. “Es la didáctica del objeto; les preguntamos cosas a los objetos. Aunque a la gente mayor no hace falta porque el objeto ya les despierta un recuerdo”. Y dijo que “tenemos el mito de que las cosas de museo son intocables, y lo interesante del proyecto es que estos objetos, con cariño, se pueden tocar”.

Miren Cía Urrutia es profesora de Team Working de 2º del título superior de Marketing y Negocios. “La asignatura es experiencial y el mandato es que los alumnos tienen que saber trabajar en equipo, coordinarse y crear un proyecto social desde cero”. Este año eligieron la residencia de Mutilva. “Estamos en frente, ha sido muy cómodo coordinarse. El encargo era hacer un proyecto dirigido a la tercera edad; y una de las ideas fue traer un objeto que ellos pudieran identificar de su época”.

Miren se acordó de las maletas didácticas del Museo Etnográfico, “los alumnos le propusieron la idea a Elur y ella dijo que sí, porque hasta entonces lo había desarrollado en colegios y combinarlo con la tercera edad le parecía muy chulo, establecer ese diálogo a través de los objetos de su infancia”. 

Han programado cuatro jornadas en la residencia y una fiesta de clausura el próximo 12 de mayo. “Estamos en una escuela de marketing, y además de trabajar la coordinación, el compromiso y todo lo que supone el trabajo en equipo, los alumnos presentarán las conclusiones del trabajo y un vídeo de cierre en la residencia”.

Alumnos y mayores

“Este trabajo te prepara a nivel social. Lo veo muy productivo tanto para ellos como para nosotros, para aprender”, consideró el alumno Carlos Erice. Sonia Arcos recordó que “vinimos a visitarles y nos encantó la idea de trabajar con ellos. Desde la residencia nos dieron todas las facilidades; y hemos programado cinco sesiones con música, juegos... un poco de todo”. 

Por ejemplo, al grupo de David Colomo se le ocurrió “hacerles llegar la tecnología y la actualidad, para que vean el mundo en el que vivimos nosotros ahora, no tanto el que ellos vivieron”. Como “se han puesto muy de moda” los vídeos de tik tok, con la última canción de Shakira “haremos unas coreografías con ellos para darle un toque de humor, que se rían, se vean luego en un vídeo y que lo recuerden con cariño”, argumentó.

Entre los residentes, a Ángel Vallejo Marchite, de 88 años, le sonaban todos los objetos: “La rana, las tabas, el brasero, la huevera, todo, todo”. Con 8 o 9 años ya trabajaba en el campo en Fustiñana, y “las alforjas me las conozco bien”. Dentro solía meter “poca cosa porque entonces había mucha hambre. Llevabas igual un casco de chocolate, un plátano y un casco pan. Y vale”. Con eso tiraba todo el día, “y a casa con las dos o tres pesetas que ganábamos”.

También recordaba la rana, juego al que confesó que era “malo. Las cosas como son, para qué voy a mentir”. Y las campanillas de misa: “Era trabajo del monaguillo; cuando estaban alzando la hostia y el copón, se tocaba la campanilla”. Ángel ejerció de monaguillo en Fustiñana y a los 13 años se marchó “a los frailes a San Juan de Dios en Barcelona. Estuve 33 meses, hasta que me despacharon. No valía para nada más que para hacer chandríos en el pueblo”, se reía.

Pedro María Baines, de 65 años, también tenía “muy vistas” las campanillas. “Pues no me ha tocado tocarlas ni años de monaguillo. Primero en el Santo Ángel, después en Cristo Rey, en Jesuitas, en San Miguel...”, explicó. A Marisol Pagonavarraga la actividad le pareció “muy bien porque hemos recordado muchas cosas”. En su caso, destacó el bastidor para bordar. “En casa todavía tengo uno. Bordaba mucho a mano y luego aprendí a máquina. Hacía de todo, bordados muy bonitos. Me ha traído buenos recuerdos”, confesó. 

Por último, Julia Orbara Sarriguren, de 80 años, se acordó del brasero redondo que tenía en casa “debajo de la mesa. Y es difícil eso porque puedes tener cualquier incendio”. En su infancia no le tocó jugar a la rana, pero sí a las tabas: “Caen y tú vas contando, boca arriba unas, boca abajo otras...”. Para finalizar, argumentó que la visita de los alumnos le pareció “ideal porque son guapísimos todos”.