A Miren le gusta que le dé el sol y, cuando pasea, sonríe. Miren sonríe casi siempre, a veces también a Jon, su compañero de batallas desde los tiempos de El Molino, el centro educativo para chavales con discapacidad intelectual de la Txantrea. Miren tiene 27 años. Jon, 30, y los hay más veteranos como Peio, el hijo de Mari Carmen, que ya va por los 54. Los tres viven ahora en la residencia Las Hayas de Sarriguren, uno de los pocos recursos que cumplidos los 21 años les quedan a personas con discapacidad intelectual severa.
De puertas para adentro en Las Hayas tienen actividades, talleres, cocina, acaban de venir de hacer psicoballet con Atena... Pero les hace falta el sol, el que les gusta a Miren y a Jon, y un poco menos a Peio. “Hay muchos de los residentes que apenas salen a la calle, por eso un huerto sería perfecto para ellos. Para salir a tomar el sol, plantar, crear vida, hacer actividades al aire libre...”, describe Pili Yoldi, la ama de Miren.
“Hay muchos de los residentes que apenas salen a la calle, por eso un huerto sería perfecto para ellos"
Más que un huerto... un sueño. Parece cosa baladí, pero la Asociación de Familiares de Las Hayas lleva diez años pidiéndolo, y hoy todavía no lo han conseguido. Cuentan con el visto bueno del Ayuntamiento del Valle de Egüés -el de hace 10 años y el de ahora-, que cede la parcela (de 500 m2) y con el sí del departamento de Derechos Sociales del Gobierno de Navarra, que se encargaría de acondicionarlo, pero primero por la pandemia y ahora por diversos problemas burocráticos (el convenio entre Ayuntamiento y el Gobierno no acaba de firmarse), la cosa es que el huerto de los chavales tiene la tierra sin mover y, en cambio, es un lugar para el esparcimiento de los perros.
Visibilizar la discapacidad
La reivindicación de un huerto terapéutico ha ido siempre de la mano de la Asociación de Familiares Las Hayas, el Centro de Atención Integral a la Discapacidad (CAIDIS) de Sarriguren en el que viven 60 chavales y chavalas, mientras otros 10 lo usan como Centro de Día. Pili Yoldi, madre de Miren; Juan Díaz de Cerio, padre de Jon; y Mari Carmen Villanueva, madre de Peio, forman parte del grupo de familias de Las Hayas, asociación que también ha cumplido diez años. En total, 50 familiares y tutores, que no solo son el bastón de sus hijos e hijas, sino que además organizan actividades, buscan subvenciones y se reúnen con quién haga falta para defender los derechos de las personas con discapacidad intelectual severa. “Se trata de visibilizar a nuestros hijos e hijas”, porque “son el vagón de cola de la discapacidad”, explica Juan Díaz de Cerio, padre de Jon.
“Se trata de visibilizar a nuestros hijos e hijas, porque son el vagón de cola de la discapacidad”
Organizan Olentzero, una excursión anual como mínimo, conciertos con El Drogas o el Gran Richardson, y se ocupan de otras tareas como velar por que se cumplan los pliegos con la empresa adjudicataria. “Pagamos de nuestros bolsillos actividades y terapias para dar un poco más de sustancia a sus vidas, aunque no todo el mundo puede permitírselo. Nuestro principal reto es conseguir el bienestar de nuestra gente en lo asistencial, tanto una alimentación de calidad, como que cuenten con personal suficiente y estén bien cuidados”, detalla Pili Yoldi, quien añade que por eso “habría que cambiar el modelo de gestión de nuestras residencias públicas, adjudicadas desde febrero de 2024 a un fondo de inversión (Grupo 5-Korian) con un notorio ánimo de lucro”, lo que ya ha repercutido gravemente, por ejemplo, en la calidad de los menús. Lo ideal sería pasar “del modelo residencial en Navarra a las viviendas más pequeñas: unidades familiares con pocas personas y todos los apoyos necesarios”.
Para estas familias, conseguir una plaza en un centro de atención para sus hijos ha sido un camino largo. Juan recibió una plaza para Jon primero en Tudela y posteriormente en Las Hayas pero por una grave enfermedad en la familia. Mari Carmen se fue de Huarte a vivir a Sarriguren cuando Peio consiguió la suya, también en Egüés: “Lo hice para estar cerca de él”. Mari Carmen tiene 84 años, y su hijo Peio, 54: “Todavía es mi pequeño y vengo todos los días a verle”, confiesa. Karmele, como también le conocen, fue la primera que pidió el huerto, por eso para ella es una pelea más personal que otra cosa. “Sería un espacio de ocio, estancia, respiro y terapéutico para nuestros residentes, situado al lado, entre nuestra resi y la escuela infantil, abierto al pueblo y sus colectivos”.
"Sería un espacio de ocio, estancia, respiro y terapéutico para nuestros residentes"
Sus hijos no hablan, pero demuestran con gestos sus estados de ánimo. A Pili la risa de Miren cuando le da el sol le es suficiente: “Le encanta montar a caballo, y los chicos guapos”, cosas normales a su edad. A Jon, por ejemplo, cuando llega el fin de semana y sus padres le recogen, le gusta subir a tomar el aperitivo a lo viejo, y estar con la gente de su edad. “Ysalir al monte, como a mí”, explica Juan. A respirar. A que le dé el sol.