El trajín de peregrinos que ha habido este mes de septiembre no es casual. Ya es secreto a voces que uno de los meses más hermosos de todo el año es septiembre, en el que uno se puede encontrar con las temperaturas del verano y unas noches en las que dormir no sea misión imposible. Septiembre encierra una de las luces más hermosas de la Merindad que iluminan los bosques, campos, olivares y viñedos justo antes del otoño. En Tierra Estella había una expresión muy significativa que era la setiembre y que aludía a un periodo comprendido entre el final del verano y el otoño en el que no había labores que hacer, un periodo intermedio que lo mismo un año duraba quince días y otro, dos o tres meses. Días de pequeñas cosechas de los huertos para hacer despensa: patatas, cebollas, pimientos, calabazas, manzanas, uvas... Hay tal cantidad de productos que toda la Merindad es un tesoro. Pero también comienza a ser tradicional que la sequía se estanque en estas fechas hasta el punto de que se llegue al otoño más por agotamiento e inanición de los pastos y arbolados que por fin de ciclo. Este año no es extraño ver en estas fechas tan cantidad de hojas de las que los árboles se han ido desprendiendo en verano. Pero no, no es otoño es la septiembre. Un año más octubre nos aguarda tan seco como el año pasado y esto se puede traducir en que los amantes de las setas no van a tener la oportunidad ni de perseguirlas por los montes y tampoco de disfrutarlas. A la espera de que lleguen las primeras lluvias después de un verano tan largo, solo nos queda ver cómo disfrutan los peregrinos de este verano de san Miguel. Alguien les ha tenido que chivar que nuestra septiembre es, en fin, una estación en sí misma.