Texto te Ha tardado en llegar el primer temporal del invierno y lo ha hecho con tanto bombo que parecía que podía ser algo verdaderamente catastrófico. Pero según muchos nos recuerdan lo que ha sucedido en pura y simplemente invierno: una estación donde acostumbra a hacer frío y humedad. Una estación donde no es imposible que caiga algo de nieve y que los ríos vayan cargados del agua de las lluvias y de los deshielos. Una estación en la que es muy posible que se produzcan heladas y que la gente tenga que protegerse un poco más de la intemperie. Pero al invierno se le intenta controlar a fuerza de ir acotando las dificultades que nos presenta. Esto ahora llaman alertas y las hay de tantos tipos que no me atrevo a nombrarlas a todas. Una alerta es una manera de prevenir que los efectos de la naturaleza nos cojan descuidados y por eso están bien: son herramientas que nos ayudan a prevenir posibles contratiempos. Lo que no podemos es asustarnos con tanto aviso. Es como si uno al salir de casa un día de invierno lo hiciera poniendo en riesgo de manera inconsciente. A pesar de los avisos y de las alertas la vida sigue y con ella vamos de aquí para allá algo mosqueados por tanta monserga como acompaña ahora a los partes meteorológicos. El primer temporal ha llegado a final de enero cuando ya va bueno el invierno y los días comienzan a alargarse. Han sido tantos los informaciones anunciando nevadas e inundaciones que la próxima vez nos podría ocurrir como en el cuento de El pastor y el lobo. A ver si el día en el que nos repitan que es mejor que nos quedemos en casa no les hacemos caso y, en fin, nos quedamos atrapados en plena tormenta, descreídos ya de tanta alerta.