A la Niña Bonita se le fue la vida una tarde de enero. Una tarde de esas frías de invierno, mientras desde los tejados adornados por la nieve, las chimeneas arrojaban columnas de humo blanco. Un humo denso que parecía escribir, en un cielo plomizo, letras y palabras cargadas de tristeza. Se iba la niña bonita con la tarde, porque ni el Niño Dios ni los Magos de Oriente le trajeron el regalo de la vida. Las calles vacías y un cura refugiado bajo el negro de su capa, hisopo en mano. Y Pascual, el monaguillo, campaneando, avisando al paso, la presencia del Jesús Sacramentado. Se fue la niña bonita, por la que un día de hacía pocos años tocaron las campanas... Campanas de recién nacida. Un enero, como ahora, con la nieve en los caminos. Invierno y frío, y lo que es pensar, que no se puede esperar a que se la lleve el diablo, y corriendo hacia la iglesia para recibir la señal, la marca de cristiano. Y es ahí donde dicen que cogió la pulmonía porque el agua de la pila, puro hielo, hubo que romper para poder hacer bautizo.

Nunca tuvo salud, pero sus ojos se abrieron a la luz descubriendo el hechizo de su mirada, y cuando su lengua alcanzó a decir algunas cosas, una voz hermosa se expandió en el aire invadiendo ese espacio de palabras mágicas.

La Niña Bonita le llamaron y hasta que le despidió la vida, una amplia sonrisa dibujaría en su cara hermosa. Alguien dijo, no sé cuando, que algo de santa tenía y de ahí a poco, el cura, a falta de santos, se trajinó uno nuevo, y para mayo ‘la Virgen y la Niña Bonita’. Qué manera de repartir estampas, estampas y medallas, y es que para entonces decían que al menos tres milagros cumplió la santa “la Niña Bonita”. Un ciego que veía un poco al que se le aclaró la vista, un niño que perdió las ganas de comer y que para mayo cogió peso, y una viuda embargada por la pena a la que le volvió súbitamente la alegría. A la Niña Bonita la pasearon por el pueblo cuando la sequía amenazaba con el hambre. Y cuando rompió a llover, que es que ni paraba, la sacaron de nuevo envuelta en celofán para que el agua no le salpicara, que hasta casi se les ahoga. Menos mal que le vieron que cogía su cara un morado de color,porque le faltaba el aire. Cuando llegó la desgracia de la peste, vuelta para la calle, cuesta arriba y cuesta abajo, y mira que el pueblo se libró de esa miseria.

De los pueblos llegaban procesiones de gentes reclamando la intercesión de la santa. Se estableció una cuota a las visitas, las de fuera diez pesetas por persona y cien al grupo de hasta quince. Para los del pueblo medio gratis, la voluntad. Para el cura, en la misa no había ni santos ni santas como aquella, otra cosa era la Virgen. Y su tripa iba engordando al mismo ritmo que su caja de caudales. La muerte no vino por sorpresa, la esperaban porque ya las horas y los días marcaban ese tiempo donde la lucidez del cuerpo dio paso a una delgadez extrema, y es que la santa ni comía, y es que decían que sus labios apenas se movían, y su voz muy apagada, susurraba letanías.

Amortajaron el cuerpo muy de madrugada, antes de que la luz reflejara los brillos en la nieve. El carpintero le hizo un ataúd a su medida. En la tapa con ventana y un cristal, y tallado un crucifijo y unas letras Santa Niña Bonita.

Qué de lloros en el cuarto, porque se iba, porque ya no tenían la patrona viva, porque ese ángel ya ascendía hacía lo alto, a ese cielo donde habitan los santos.

Hacia la tarde, cuando aún el sol no está de adormecida, la llevaron en hombros para hacerle funeral. Qué peleas por llevarla, que hasta el cura puso cuota... Aquello más que funeral, desfile y procesión que hasta vino banda! Qué de gaitas! Y una pieza que tocaron en honor a la santica, que no hizo otra cosa que ablandar hasta al más duro y es que no paraban de llorar.

Cuando ya la ceremonia remataba, cuando ya el cura lanzaba agua bendita sobre el féretro, la multitud enardecida, que se lanza hacia el féretro y a la niña. Y unos a besarla y otros tijera en mano, a pillar un cacho tela para hacer un relicario, y es que algunos el cabello... Y dicen que la niña abrió los ojos por tanta fechoría comesantos y su boca expresó la palabra “Amén Jesús”. Y mira, todos de rodillas: un milagro! y pidiendo una nueva procesión. Pero ya la tarde encendía un horizonte de rojos y morados, y el cuerpo recibió la tierra y esa santa paz que demandan los muertos.