En pleno apogeo de las redes sociales no estaría mal que se utilizaran también como herramienta de la memoria. Usarlas para rescatar fotografías o textos en peligro de extinción. También para recoger los testimonios de los más mayores que son en definitiva los últimos mohicanos de una vida y unas costumbres que ya desaparecieron. En este sentido hay que aplaudir la iniciativa del Ayuntamiento de Estella-Lizarra y también el de otros cuantos de la Merindad de apostar por la recuperación de lo que se denomina como patrimonio inmaterial, que puede ser tan valioso como el ese rico patrimonio material que conservamos en forma de paisaje, edificios, libros, instrumentos musicales y todos aquellos objetos materiales que todavía se conservan de otros tiempos. Pero si hay algo frágil y volátil es la memoria y por eso es tan importante este trabajo. Recolectar los recuerdos de cada uno de los participantes porque cada memoria es un mundo y por lo tanto poseedora también de todo un universo que desaparece con nostros mismos. A esta tarea de salvar parte de esa historia inmaterial hay que sumarle cuanto antes la de lo material. Poner en marcha el museo etnográfico en Tierra Estella es algo que justificaría ese labor de custodia que hasta ahora se está realizando con las piezas que se conservan en Merkantondoa. Pero un almacén no es un museo y hay que encontrar la fórmula para abrirlo al público y que sea algo vivo y con tirón. A la riqueza material e inmaterial hay que hacerlas atractivas para que sean de verdad patrimonio y no una carga con la que no sabemos muy bien qué hacer. El verdadero mérito vendrá cuando seamos capaces de disfrutar, por fin, de toda esa riqueza que de momento ahora solo almacenamos y gracias.