Guardo nítidamente en mi primera memoria viejos recuerdos de hechos, relativos a la guerra fraticida y cruel de España que presencié en la Calle Chapitel de Estella cuando yo tenía 3 años y algún mes de edad durante el año 1.938. Aún veo al Sr.Castejón, pregonero municipal, ataviado con una gorra autoritaria y portando un tambor, con cuyo redoble anunciaba su intervención oficial, subido a un escalón de la casa sita dos puertas más arriba de la Calleja de La Ré de la Calle Zapatería en su confluencia con la Calle Chapitel de Estella. Con un auditorio formado por unas pocas vecinas y unos 15 ó 20 niños y niñas del barrio el pregonero, con voz solemne, que emanaba bajo su enorme bigote decimonónico, teñido todo él de amarilla nicotina, inició su intervención con estas palabras: “por orden de la autoridad, hago saber?.” No recuerdo el contenido de su siguiente lectura pero sí que al final daba lugar a la publicidad de anuncios como este: “ se venden sardinas a un real ( 25 céntimos de una peseta) la docena y patatas al mismo precio por un kilo”. Poco antes de terminar su alocución, se oyó un gran estruendo intimidatorio que provenía del Este, a la altura del majestuoso torreón de la Iglesia de San Miguel y a continuación aparecieron 2 ó 3 aviones en vuelo rasante. Castejón examinó los aviones un instante y exclamó asustado “¡cójones, qué son rojos!”. Todos a cubierto!.Todos huimos despavoridos y a la chicurrería nos introdujeron las personas mayores en la gran entrada de la casa en que yo vivía en la calle Chapitel cerrando la puerta de entrada y apagando la pequeña bombilla que la alumbraba, dejándonos en total oscuridad. En estas circunstancias la chicurrería del barrio, ajena al peligro, organizó una monumental juerga chocando unos con otros a risotadas. No hubo heridos: los aviones desaparecieron en dirección al Puy sin arrojar ninguna bomba y nosotros chocábamos suavemente como se corresponde entre los 3 y los 5 años de edad. Al Sur de la explanada existente todavía hoy de la Basílica del Puy, el Ayuntamiento instaló una sirena que se oía por todo el casco urbano de Estella con el fín de avisar a los ciudadanos que se acercaban aviones por lo que tenían que correr para refugiarse en los refugios, generalmente cuadras de ganado. Ignoro si funcionó en la ocasión de marras. También permanece viva en mi retentiva la imagen de un batallón de soldados que llegaron a descansar a Estella durante unos días, una vez terminada la guerra del Norte y antes de volver al frente de la Batalla del Ebro. Hacían el rancho en plena calle, mediante una hoguera enorme, al abrigo de la pared izquierda de las escaleras nuevas que acceden a la Iglesía de San Miguel, enfrente del actual Hotel Chapitel, algunas de cuyas piedras todavía aparecen quemadas externamente en la actualidad. Para cenar y dormir los soldados eran acogidos voluntariamente por los vecinos a pesar de la penuria económica que sufrían todos los hogares, en mi casa recibieron la hospitalidad dos hermanos, que eran de Ataun y uno de ellos mantuvo la amistad agradecida con mis padres terminada la guerra, el otro murió en la Batalla del Ebro. Un acontecimiento impresionante constituía la llegada de autobuses trasladando heridos de guerra, llenos de vendas por la cabeza, brazos y piernas, algunos con muletas o en camillas, que portaban pequeñas banderas españolas, que subían por la Calle Chapitel hasta el antiguo Hospital, sito al Norte de la misma. Sobrecogedores eran los entierros de personajes muertos a consecuencia de la guerra. portando el féretro a hombros hasta el cementerio, acompañados como duelo por las autoridades civiles y militares y una compañía de soldados que despedían al difunto con una descarga de fusilería al unísono a la salida de la Ciudad, junto al actual tanatorio. Pero este ambiente trágico y lastimoso no influía en nuestro ánimo pueril, viendo todos estos espectáculos como una ruptura de la ordinariez y la vulgaridad y hasta era normal poner una nota de humor ingenuo y seguro que inmaduro a cualquier acontecimiento, como el que narro a continuación. Terminada la guerra, junto a la sirena mencionada en la explanada del Puy, se levantó una gran cruz pintada de blanco. Un niño con cara de inocente preguntaba: ¿ Sabes cuanto ha costado la cruz levantada en la explanada del Puy? No lo sé. - respondía el interpelado. Pues mira ha costado más de 1.000 pesetas. ¿ Te parece cara? Preguntaba. Sí, me parece cara. Pues te has equivocado. Sube al Puy y mírala despacio. Verás que no es cara sino que es cruz.