El campanil de la torre de la Parroquia de San Miguel nos vino a cortar el delicioso momento del que estábamos disfrutando cogiendo cangrejos autóctonos por la orilla izquierda del río Ega en su discurrir por nuestro barrio. La llamada del campanil era imperativa para nosotros por ser seminaristas de modo que inmediatamente metimos las capturas en un bote y subimos corriendo hasta la Iglesia. La Iglesia se encontraba todavía desierta, circunstancia que aprovechamos para volcar el bote de los crustáceos en la gran pila de agua bendita que todavía hoy permanece en el recinto sagrado y nosotros subimos al coro, desde cuya balconada podíamos controlar sin ser vistos el comportamiento de los cangrejos y feligreses cuando metían su mano en la pecera-aguabenditera para santiguarse. No tardó mucho en entrar una feligresa que sufrió un gran sobresalto cuando, al ir a tomar agua bendita para santiguarse, notó un extraño oleaje, burbujeo y alboroto, lo que la obligó a retirar con rapidez su mano. Asustada miró al aguabenditera pero, dada le penumbra existente en el recinto, nada claro pudo percibir. Enseguida entraron tres o cuatro mujeres más que intentaron tomar a la vez el agua bendita lo que armó un tremendo maremoto o tsunami en las hasta entonces pacíficas aguas para ellas, sintiendo una de ellas un pinchazo en su mano derecha y huyeron espantadas, buscando su refugio en los bancos de la Iglesia. Nosotros presenciábamos la faena desde nuestro palco del Coro haciendo grandes esfuerzos para contener la risa. Empezó el rezo del Santo Rosario, dirigido por el Cura desde el púlpito y, al llegar a las Letanías, uno de nosotros bajó silenciosamente las escaleras del Coro y retiró todos los crustáceos del aguabentidera, escondiendo el bote que los encerraba tras el órgano. Una vez terminado el rezo del Rosario, las feligresas entraron a la sacristía, todavía asustadas, para comunicarle al Cura lo que habían percibido en la pila, al tomar el agua de purificación. Para mí que son brujas las que se han introducido en el agua porque me ha parecido ver bajo el agua una cosa negra igual que las capas que llevan las brujas -decía la primera feligresa que notó el raro suceso. Pues para mí que son demonios.- Replicó otra. Bueno, bueno, a ver si nos aclaramos porque el Ritual de exorcismos es distinto cuando se trata de expulsar brujas o demonios, si no son demonios, leeré el Conjuro contra las brujas. Matizó el Mosén. Una de las feligresas aportó una prueba irrefutable con su testimonio: pues no son brujas porque a mí, al tocar el agua bendita me han producido una pequeña herida en la yema de los dedos, lo que evidencia que no son brujas, ya que éstas no manejan instrumentos cortantes, sino demonios que usan tridentes. Entonces - Concluyó el Cura- leeré el exorcismo contra los demonios. Esperadme todos que enseguida vamos. El Cura rápidamente encontró el Ritual Romano contra los demonios, se volvió a colocar el sobrepelliz y tomando el hisopo, seguimos todos en procesión hasta la pila del aguabendita, donde con voz profunda leyó el siguiente exorcismo: Dios que para la salvación del género humano, hiciste brotar de las aguas el sacramento de la vida, escucha con bondad nuestra oración e infunde el poder de tu bendición - batió el hisopo sobre las aguas- sobre esta agua, para que sirviendo a tu misterio, asuma el efecto de tu divina gracia que espante los demonios y así, al ser liberados tus fieles de todo daño, no resida en ellos el espíritu del mal y se alejen todas las insidias del oculto enemigo y sean libres de sus aseñanzas. Todos, compungidos, serios y circunspectos, pero los seminaristas, guiñándonos disimuladamente un ojo y asintiendo con la cabeza, dijimos: AMÉN. Seguidamente el Cura comprobó con gran satisfacción el efecto del exorcismo, al introducir sus dedos en la pila del agua bendita, sin que se produjera alteración alguna y nos invitó a todos a proceder de la misma manera y concluyó solemnemente El exorcismo ha funcionado, los demonios han huido para que digan tonterías los agnósticos, ateos y descreídos sobre la eficacia de los Sacramentos y Sacramentales. Los seminaristas dijimos : sí, Señor. Los demonios continuaban allí, en su presencia, encarnados en aquellos ingenuos y piadosos seminaristas, en edad de la adolescencia.