mutilva - Acaba de cumplir 105 años, pero su aspecto es el de una jovenzuela de no más de 80. Serapia Ugarte está puesta al día (lee la prensa todos los días), camina sin bastón “todavía no está hecho para mí”, y ha pisado el hospital de refilón. Una vez se cayó de la cama y se rompió las costillas, “a los quince días ya estaba como nueva”, recuerda su sobrina María José Sánchez. En otra ocasión fue a Urgencias con fiebre, “y esa misma noche para casa”. Y ahora un pequeño problema de gota. Hasta ahí los males.

¿El secreto? “Trabajar mucho, sufrir más, y cuando la guerra pasarlas canutas porque no teníamos ni qué comer. Eso es”, explica con naturalidad. No le da ninguna importancia a su edad. “Yo creo que es normal... ¿no? Como no he estado enferma nunca, pues no me parece que me vaya a morir”, dice tirando una y otra vez de humor. “Yo creo que hace mucho también. Porque si piensas en tristezas, eso mismo te abate. Y la ilusión por la vida a mí me parece primordial. No sé, quizás esté equivocada”, comenta graciosa. Indagando en posibles causas que justifiquen su salud de hierro, dice que come “lo que me echen”, eso sí, regado con un vasito de vino a mediodía “Hombre, claro. Ya sabes, las cosas en su punto”. Y a lo mejor tiene algo que ver su soltería. “No me quería nadie, que era muy fea”, vuelve a comenta entre carcajadas.

Serapia celebró el lunes por todo lo alto su cumpleaños en la residencia Amavir Mutilva, rodeada de los suyos -una veintena de sobrinos y allegados- con la visita del alcalde del Valle y miembros de la Corporación, y del coro de voces graves Santa María la Real, que ya le acompañó en su centenario y al que ha vuelto a emplazar para dentro de cinco años. “Estaban todos pendientes de mí, haciéndome la corte como si fuera la reina Sofía”. “No lo digo en un mal sentido, pero están haciendo de mí lo que quieren. Me dicen, ‘por aquí’, pues por aquí, ‘por allí’... pues por allí. Y yo me dejo”, confiesa. “Me obsequian mucho. Yo creo que esos obsequios serán cariño, ¿no? Porque mentira no creo...”, añade.

Natural de Erro, aunque siempre vivió en Viscarret, a los 50 años salió por primera vez del pueblo y se fue a París a trabajar, “y bonjour madamme, bonjour monsieur”. Tres años después regresó y se compró un piso en la Milagrosa, “un barrio muy majo”, que compartía con su hermano Vicente y llenó de huéspedes hasta el punto de que no tenía ni habitación. “La Serapia a la cama plegable del salón”.

Después ahorró y se mudó a Iturrama con Vicente. Y cuando a éste le amputaron las dos piernas y marchó a la residencia porque no podía manejarse solo, ella fue detrás. Es la mayor y única superviviente de los 8 hijos del tercer matrimonio de su padre. “Y fíjate que me han dejado aquí para simiente. Mala simiente”.

Para finalizar, asegura que en la residencia está “de maravilla. No creo que me hagan ningún halago extraordinario, pero el ambiente es muy majo”. Y vuelve a contar con naturalidad cómo es el día a día de una centenaria vida. “Pues chico, nada de particular. Me levanto, me dan de desayunar... en un momento dado me dicen, hoy vamos a hacer tal cosa o tal otra. Obedeces y ya está. Como tú comprenderás, y perdona que te tutee, no hay mucho más”.