A través de la celosía, al otro lado del muro, se impone una clausura que recoge en silencio el rito y la tradición, herencias que emergen de entre las piedras que alzan el antiguo convento de las Salesas. En plena calle San Francisco de Pamplona, sus paredes centenarias han visto crecer y cambiar la ciudad de puertas para afuera mientras conservan, en su interior, una estampa en la que todo parece estar quieto. Callado y detenido, comprimido en el tiempo. Un escenario que, ahora (aunque por poco tiempo), permanece abierto a todo el que quiera conocerlo.

El Monasterio de la Visitación de Santa María, en el que un buen número de religiosas ha dedicado casi cien años a la vida contemplativa, exprime ahora sus últimos coletazos como lugar de culto antes de pasar a formar parte del recuerdo. Antes de que sus estancias, que antaño respondían a actos de fe, pasen ahora a llenar espacios poblados de ciudadanos y trabajadores, de trajín y de vida para dar cabida a la futura sede de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona. Mientras tanto, y antes de que comience el proceso de transformación, desde la entidad han organizado una serie de visitas guiadas para descubrir el interior de uno de los edificios más emblemáticos del Casco Viejo de la ciudad, en las que los grupos -conformados por unas 30 personas que cada día llenan las listas- pueden también acercarse a la vida cotidiana y religiosa de las monjas salesas y conocer su relación con Pamplona.

Se celebran de lunes a viernes a las 18.00 horas, los sábados a las 11.30 y a las 18.00 horas y los domingos y festivos a las 11.30 horas. Duran unos 90 minutos y los interesados -están abiertas al público en general, aunque la entidad también ha reservado sesiones para trabajadores, profesionales de arquitectura, ingeniería y decoración, así como para los órganos de gobierno de la propia Mancomunidad- pueden inscribirse en la web (www.mcp.es) o en el 948 42 32 42. Desde que la entidad adquiriera el edificio en 2010 se han organizado cinco ciclos de visitas a las que han acudido más de 4.400 personas.

Valor arqueológico Las religiosas de la Orden de la Visitación de María residieron en el convento desde 1902. Llegaron a ser 33 las hermanas y novicias que vivieron en estas estancias, dedicadas a la oración, y finalmente fueron seis las que, en 2003, cerraron sus puertas para trasladarse a Vitoria. Éste, el de Pamplona, ocupa el extremo sur-oeste del Burgo de San Cernin, entre la calle San Francisco y Rincón de la Aduana, con una superficie de 3.000 metros cuadrados. Desde el siglo XI este solar ha albergado edificaciones de gran significado en la historia de Iruña, tales como los huertos del parcelario medieval, la trasera de la muralla del Burgo, parte del complejo de la torre del Rey, los palacios de Cruzat y Armendáriz, la Casa del Reino, la Aduana o la Tabacalera.

Conserva, además, un gran valor e interés arqueológico, y su investigación puede arrojar luz sobre aspectos como la ciudad en la antigüedad, el recinto amurallado medieval, el trazado y uso previo del espacio, y sobre la fisonomía de inmuebles desaparecidos como el Palacio de Armendáriz, tal y como valoran desde la MCP.

El complejo fue proyectado por el arquitecto pamplonés Florencio de Ansoleaga en 1900 y es hoy un valioso ejemplo de la arquitectura historicista de la época en Navarra. “Destacan en él la hermosa fachada lineal (calle San Francisco), el diseño de los elementos del templo y el coro reformado por Víctor Eusa”, relatan.

El proyecto de restauración y adecuación conserva las trazas de lo existente y la volumetría exterior, con vocación de servicio público y como nexo entre lo antiguo y lo nuevo. Se estima que las obras comiencen este año, con una duración de 24 meses, un presupuesto que ronda los doce millones de euros y en una actuación que aunará todas las oficinas dando cabida a un total de 220 empleados y empleadas.

José Miguel Olza, vecino de Pamplona que acudió a una de las visitas junto a Maite Puñal, recuerda bien la instantánea porque pasaba frente al convento cuando era pequeño para ir a la escuela de San Francisco. “El Jueves Santo se solía abrir la capilla y veníamos a verla. Pero por fuera lo veías como algo inaccesible, con las celosías, un edificio muy cerrado. Y ahora que hemos podido estar dentro nos hemos dado cuenta de que además es muy austero”, valoraba. Lo positivo, añadía Puñal, “es que por lo menos una buena parte se va a conservar”.

Para muchos de los que acudieron a una de esas visitas, “merece la pena conocerlo, aunque da un poco de pena”, coincidían, sorprendidos por las numerosas estancias y el modo de vida de las monjas. Hubo quien ya conocía el convento y agradeció que se abra al público “porque forma parte de la ciudad, es bonito mantener el recuerdo. Para mucha gente es un tesoro escondido, yo de crío venía mucho por aquí, la iglesia se podía visitar. Recuerdo cuando les traían, en carros de mano y por la puerta estrecha que hay hacia San Lorenzo, los sacos de garbanzos o lentejas de las tiendas de la calle Mayor”, explicaba un visitante que, aunque no quiso dar su nombre, confesó que los altares los había elaborado su abuelo.

También un profesor de Historia preguntaba por el origen y la datación de algunos de los retablos que todavía conserva la estancia -parte del mobiliario que queda se lo llevará la Diócesis o, en su caso, Traperos de Emaús, aunque ya ha pasado por allí algún anticuario para llevarse “alguna pieza interesante”-, y por el futuro de la escalera que da acceso a una segunda planta en la que se disponen las celdas o pequeñas habitaciones donde descansaban las religiosas.

Vida contemplativa “Las hermanas se levantaban a las 6.20 y se acostaban a las 22.00 horas tras realizar sus actividades y oraciones del día. La celda era muy austera, guardaban encima de la cama un agua benditera, y debían tener también alguna imagen que ya no se conserva, además de una escoba con un trapo porque cada una limpiaba su espacio”, relataba Naike Mendoza, a cargo de la visita. Las habitaciones, en el futuro, pasarán a ser despachos.

El cuarto de labores -la hermana laborista dirigía el taller en el que hacían bordados, arreglo de decoraciones de la iglesia o sus propias telas- será el laboratorio en el que los trabajadores de la MCP desarrollarán las tarjetas de villavesa. En el mismo espacio donde todavía se ubica la enfermería se dispondrán las aulas de formación, despachos y salas de reuniones. Las oficinas, de tipo paisaje, se abrirán alrededor de lo que antes era la sala capitular, donde todas las hermanas se reunían para tomar las decisiones más importantes para la vida del convento, tales como elegir a la madre superiora (cada tres años) o decidir, antes de 2003, a qué convento de la orden se trasladarían esas seis hermanas que quedaban. En el Estado hay 19 conventos de Salesas, los más cercanos en Donostia y Gasteiz.

“Las Salesas, a diferencia de otras órdenes, no tenían requisitos de entrada: podían acceder fueran o no viudas, independientemente de su estado de salud o de su edad. Estudiaban entre cinco o seis años y después juraban los votos. Se les enseñaba a escribir, a contar o a leer, e incluso disponían de un cuarto de castigo en el que se les enseñaban la obediencia y la humildad, características más importantes de la orden”, relataba la guía, en una de las estancias.

Realizaban profesiones “que por aquel entonces no eran muy comunes entre las mujeres: una de las hermanas se encargaba de gestionar toda la hacienda. Otra llevaba la cuenta de todo lo que había en los almacenes y en las despensas; y la hermana archivera controlaba y ordenaba la documentación que generaba el convento”. Disponían de dos recreos al día de 50 minutos, después de comer, antes de la “obediencia”, tareas que la Madre Superiora -sin su permiso tampoco podían mirar a través de la celosía- había designado para ese día; y otro a las 20.00 horas, después de cenar, antes de rezar y retirarse a la celda. “Es interesante ver todo esto, sin las visitas hubiera sido imposible. Resulta curioso ver cómo vivían, lo que queda, las paredes con todas esas sentencias que son para leer y pensar”, señalaba una vecina.

El futuro En la imagen que conforma ese futuro no tan lejano, se entrará a la sede de la MCP por el Paseo del Doctor Arazuri, por donde se accederá a un jardín hasta llegar al vestíbulo, recorrido que harán los trabajadores y los ciudadanos. Después se pasará al patio o claustro del convento, elemento identitario que se va a mantener. Se trata de la antigua huerta, en la trasera del edificio y de 700 metros cuadrados, que se convertirá en lugar de encuentro.

Del patio se accederá a un vestíbulo general ubicado en el espacio del bajo coro -donde las monjas seguían la misa tras la celosía-. Se colocará un lucernario en el que se ubicará la zona de espera, rodeada de los puestos de atención.

La iglesia (desacralizada, aunque mantiene sus arcos y columnas) se plantea como una gran sala de usos múltiples, sala de prensa y espacio para la celebración de las asambleas. La planta y el volumen del edificio se conservarán, aunque con identidad propia, y el resto será para despachos, salas de reuniones y oficinas, creando un espacio flexible y abierto.