ola personas. El paseo de esta semana no solo va a ser una sorpresa para los que esperáis semanalmente a ver dónde puñetas he puesto los pies, sino que también lo ha sido para mí. Me explico.

Resulta que el domingo la Pastorcilla y yo decidimos aprovechar la soleada mañana para dar un paseo urbano por una parte nueva de la ciudad que alberga una parte vieja (adivinanza) y en esa parte vieja, concretamente de 1895, nos aguardaba una sorpresa.

Vamos a verlo. Salimos del Ensanche por su lado sur, pasamos el parque de Serapio Esparza y llegamos al parque de las Pioneras, ya sabéis, ese nuevo y gran parque que se ha dedicado a unas mujeres que contra viento y marea fueron capaces de llevar a cabo sus diferentes labores sociales. Disfrutamos del sol y del paseo; foto aquí, foto allá, un recuerdo a la fuente de la Teja y algún comentario sobre el gran cambio de la zona fue toda nuestra actividad montados en el coche de San Fernando que nos llevó, un ratito a pie y otro andando, hasta las viejas casas de Lezkairu. ¡Hay que verlas! les han hecho una operación de estética que les ha quitado 50 años de encima. Son la Preysler de las casas pamplonesas. ¡Vaya diferencia de lo que había a lo que hay! ¡Bien hecho!

En los bajos de esas casas está La Fábrica de gomas, un espacio expositivo del que el otro día en el ERP dedicado a las salas de arte olvidé mencionar y debí hacerlo, se lo merece, es una idea francamente interesante, muy volcada con el arte de vanguardia en un continente de vanguardia. Dicho queda y subsanado el error.

Dejando la ciudad a nuestra espalda empezamos a subir al nuevo barrio de Mendillorri por el comienzo de la que era la vieja carretera de Badostáin, en ella se celebraba una subida automovilística anual con gran afluencia de público; el resto del año eran muchos los que gustaban de emular a los carreristas con resultados a veces indeseados.

Nosotros este domingo no fuimos muy lejos, subimos el primer repecho y al llegar a la primera rotonda nos metimos a la derecha bordeando el colegio hacia el Depósito de Aguas de Mendillorri. También eso ha cambiado. Te reciben unas modernas construcciones de aspecto fabril pero muy cuidadas y rodeadas de un mimado jardín que antes no había, tras rebasarlos aparece un vergel riquísimo en especies con gran variedad de árboles, cada uno con su cartelito al pie que nos chivatea su nombre; unas indicaciones para llevar a cabo correctamente el compostaje de desechos y un parque infantil completan esta primera parte del recinto. Frente a todo esto está lo que todos conocemos y conocimos, algo de la Pamplona vieja en la Pamplona nueva: la Casa de las Aguas con su jardín y los viejos y enormes depósitos de agua que contienen el H2O que refresca nuestros gañotes.

Y ahora viene la sorpresa. Cuando pasábamos por la puerta de la Casa vimos a una chica con la tarjeta de la Mancomunidad colgando del cuello, lo que no dejaba lugar a dudas de que era alguien en el lugar, que nos dijo muy amable si queríamos entrar. "Y€ ¿ahí qué hay?", pregunté desconfiado, "una visita guiada", me contesto ella, "y ¿qué se enseña?", inquirí, "los viejos depósitos de agua", dijo, "¿cómooooo?, por supuesto que queremos pasar, encantados". "En cinco minutos empezamos", concretó. Y así fue, en cinco minutos una familia con un niño y nosotros dos prestábamos orejas a las explicaciones que nos empezaba a dar Anne acerca de los pormenores y pormayores que han sido necesarios para que el líquido de la vida llegue a nuestros grifos y podamos llenar la olla para cocer las acelgas, ducharnos o lavar el coche. Pero no siempre fue así. Veamos.

Anne nos contó que en la antigüedad el agua de boca en Pamplona era recogida de los ríos que circundan la ciudad, Arga, Elorz y Sadar, de unas fuentes con manantial propio, como la de Iturrama, de la Teja y del Hierro y unos cuantos pozos que, generosos, dejaban baldear el agua que custodiaban bajo tierra.

A final del siglo XVIII ante la necesidad de más agua para el consumo y buscando una mayor calidad de la misma, los munícipes se pusieron a buscar una solución y la encontraron en el manantial de Subiza, a pie de la sierra del Perdón, sus aguas eran aptas y abundantes, el único problema era traerlas a la capital. Para ello en 1777 se encomendó el proyecto a un ingeniero hidráulico francés llamado Francois Gency. Los trabajos empezaron por construir unos depósitos que albergasen y distribuyesen el agua que llegase a la ciudad y éstos se construyeron en lo que hoy es la esquina de Cortes de Navarra con San Ignacio, donde está la iglesia de los redentoristas.

El gabacho no debía ser el mejor ingeniero del mundo: unas grietas en los depósitos y otros fallos variados hicieron dudar al Ayuntamiento de sus cálculos y manejos y le mandaron al país del ¡Oh lá lá! con billete de ida. Le sustituyó Ventura Rodríguez (1717-1785), arquitecto madrileño que se encontraba en ese momento en la cresta de la ola. D. Ventura firmó el proyecto en 1782 y se empezó a llevar a cabo al año siguiente con dirección de obra de Santos Ángel Ochandátegui, el mismo que años más tarde dirigiría la obra de la fachada de la Catedral. Siete años después las obras estaban acabadas y la pañí llegaba a Pamplona.

La pieza emblemática de la obra de Rodríguez es, sin lugar a dudas, el acueducto de Noáin, 97 arcos de piedra y ladrillo que cubriendo 1.245 metros permitían al agua pasar de la sierra del Perdón a la de Tajonar y de allí por un enorme túnel, que fue la obra más costosa de todo el proyecto, llegar a Badostáin desde donde caía hasta la ciudad.

Pamplona hubo de instalar fuentes para que la población se pudiese abastecer. El Ayuntamiento encargo a Luis Paret y Alcázar, pintor madrileño, el diseño de 4 fuentes, la de la plaza de Recoletas, la de la plaza del Consejo, la Mariblanca, que reinó en la plaza del Castillo, y la de Santa Cecilia o Navarrería. También hizo una privada, más pequeña pero muy bonita, para el patio del palacio de Guenduláin. Más adelante se puso la de los delfines en la plaza del Mercado y la de Descalzos. Las fuentes eran punto social de reunión y ligoteo, la llegada del agua corriente a las casas acabó con tan sana costumbre.

A final del XIX se volvió a presentar el problema de la escasez y hubo que buscar un nuevo manantial que saciase las sed de los pamploneses y esta vez el elegido fue el manantial de Arteta en el valle de Goñi. Su gran caudal garantizaba con creces el agua de boca necesaria en Pamplona para acabar con restricciones y demás inconvenientes que el corto aporte de Subiza provocaba. Para almacenar las nuevas aguas en 1895 se construyeron los depósitos de Mendillorri y la Casa de las Aguas para su gobernanza. En 1942 y en 1975 se ampliaron con nuevos aljibes. Sin duda la elección de Arteta fue acertada ya que cubrió la demanda hasta 1973, año en el que empezó a llegar agua del pantano de Eugui. Y de ahí a hoy es historia que todos sabemos, ahora a los tres acuíferos mencionados hay que sumarle el pantano de Itoiz, que en verano aporta refuerzo a su compañero de Quinto Real.

Y nos ha explicado muchas más cosas y hemos visto una interesantísima película en tres dimensiones y hemos pasado un rato delicioso que os aconsejo.

Hasta aquí he llegado, el espacio se me acaba por más que lo hidrate.

Feliz semana.

Besos pa' tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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