- "El paseo ha sido muy cortico. He ido a la peluquería porque tenía muchas, muchas ganas", contaba Blanca Azpilicueta, residente de la Casa de Misericordia, que a sus 90 años aprovechó, el pasado martes, su primer día en libertad para peinarse. "Siempre he tenido un pelo precioso, aunque ahora escaseé", afirmaba antes de entrar de nuevo a la residencia. Y para mantener ese cabello bonito había que pasar por la peluquería: "con estos pelos no se podía estar más", aseguraba. "Ahora que ya puedo salir a la calle, que la gente me vea bien guapa", añadió con una amplia sonrisa.

Blanca, de Arruazu, fue a peinarse a donde siempre, a la Peluquería Sylvia, en la calle Abejeras: "Siempre voy allí", aseguraba. La peluquera y dueña, Sylvia Urrutia, no tenía noticias de Blanca desde el comienzo de la pandemia y por eso cuando "le llamé para pedir cita y oyó mi voz le di una alegría muy grande", relató Blanca emocionada. Al llegar a la peluquería, ella también se emocionó mucho. Eso sí, "nada de besos y abrazos", aunque Blanca reconoció que se quedó "con muchas ganicas de abrazarle".

Blanquita, que es como le llama Sylvia, "es una cliente estrella" y "una persona muy especial", comentó. La dueña de la peluquería explica que Blanca es una cliente habitual y que solía venir todos los sábados. Por eso, confesó que durante estos meses de pandemia le echó mucho de menos. A ella y a sus charlas: "Blanquita es muy conversona, siempre que viene me pregunta si se puede quedar un poquito más a hablar", dijo. Cuando Sylvia no tiene mucha clientela, le deja quedarse con ella. "Se sienta en una de las sillas y... ¡se pone a almorzar!" subrayó. Para esas ocasiones, Blanca tiene reservado su sitio: la parte izquierda de la peluquería, junto a un gran espejo vertical. "Ella se pone con su carrito ahí y nos quedamos dándole a la charla un poquito" indicó.

"Cuando vamos a poder salir, cuándo vamos a poder salir", pensaba Blanca durante los tres meses que estuvo confinada en la Misericordia. La eterna y angustiosa espera tuvo su recompensa: ahora, aunque sea, pueden salir unas horas en uno de los dos turnos que desde la residencia han habilitado. "Lo mejor ha sido la sensación de verse libre", confesó. A pesar de que le gustaría salir sin restricciones, las entiende: "No podemos salir con total libertad, pero lo comprendo. Algo es algo, los turnos te permiten salir y ver la ciudad: está todo precioso, todo muy verde", afirmó.

Para poder disfrutar de los paseos por la Vuelta del Castillo o hacer compras, los residentes de la Misericordia han recorrido un tedioso camino. Por suerte, ni Blanca ni su marido de 97 años, Manuel Arbizu, se contagiaron de la covid-19. "Hemos estado en la habitación separadicos", explicó Blanca.

El primer mes, recordó, fue muy duro porque no podían salir de la habitación para nada: "Los trabajadores nos traían la comida y la cena. No se podía hacer uso de los comedores". En esos días tan difíciles, apuntó Blanca, que les dio "tranquilidad" poder recibir llamadas de familiares. En su caso, la familia se comunicaba con ella a diario: "Nos empezaron a llamar y a partir de ahí todos los días, todos los días". Blanca y su marido se preguntaban por qué les llamaban continuamente: "por qué tanto llamar, tanto llamar ¡qué estamos bien!". Al estar encerrados en su habitación, Blanca y Manuel no se habían enterados de que hubo muchos contagios en la Misericordia.

A pesar de haber sufrido mucho, Blanca está "muy contenta" del trato recibido durante estos meses. Además, añadió que "siempre quise venir aquí". Blanca colaboró durante más de dos décadas en las parroquias de la Rochapea y Ermitagaña.

Llegó el momento de una vida más tranquila en la Misericordia. Blanca tuvo que convencer a Manuel: "Me decía, '¡ay! que en casa estamos muy bien y no vamos a comer igual', porque los hombres solo piensan en comer", recordó. Ahora están "encantados", aseguró.