ola personas, este ERP que aquí comienzo hubiese preferido no tener que escribirlo jamás pero hay cosas en la vida que son inevitables, cosas que tarde o temprano llegan y a mí una de ellas me ha llegado estos días. Esta semana mi nonagenaria madre nos dijo adiós y se fue al más allá a tomarse un merecido descanso. El dolor que produce la perdida de una madre no es comparable con nada. Sé que gozar de la madre hasta los 63 años es un logro que pocos tienen la suerte de disfrutar pero eso da igual, su pérdida es una putada. Ella estaba malita desde hace tiempo y todos estábamos suspirando por su descanso, verle sufrir estas dos últimas semanas ha sido duro y su final de alguna manera nos ha aliviado, son muertes que hasta se agradecen por lo que de meta de mala travesía tienen pero€ ¡joder, cómo duele!

Mientras esto escribo se me encharca la pantalla, se me entrecortan los dedos y se me hace un nudo en el teclado, no es fácil, pero en su honor lo haré.

Mi madre era Pamplona pura y por esa condición suya me voy a permitir dedicarle un paseo de cabo a rabo. Hoy os voy a hablar de una Señora de Pamplona.

Su nombre era Mary Cruz Archanco Udobro, sus dos apellidos suenan a Pamplona solo con nombrarlos y de ello siempre estuvo tremendamente orgullosa. Nacida en la calle Chapitela 21, en el edificio de Casa Rouzaut, fue bautizada en la parroquia de San Juan Bautista, en la calle Compañía, el 8 de diciembre de 1923, vino al mundo en una Pamplona de unos 35.000 habitantes que acababa de derribar sus murallas en el paño sur para levantar el Segundo Ensanche. Era la penúltima de siete hermanos y tuvo en su casa grandes maestros en el arte de amar a su pueblo. Auténtica saga de pamploneses de casta, todos ellos defensores y continuadores de tradiciones seculares.

Perteneció a la segunda promoción de niñas que estudiaban sus primeras letras en el Colegio de María Inmaculada de la avenida de Roncesvalles 1. Inaugurado en 1927 ella empezó allí sus estudios un año después y ha mantenido una estrecha relación con el centro hasta el final de su vida. Desde niño he oído casos y anécdotas de ese colegio y desde muy niño oí hablar de muchas de sus monjas pero había dos de las que nunca olvidaré sus nombres por chocantes a los ojos de un chaval de 5 años, no era normal llamarse ni Anunciata, ni Circuncisión.

Mi madre nos enseñó desde siempre a amar a Pamplona incondicionalmente, para ella aquí no había nada malo, si algo fallaba tenía una explicación y si algo no era todo lo bonito que cabía esperar ella sabía verle ese factor oculto que le daba los méritos que a ojos de otros le faltaba. Digamos que no era muy objetiva.

Las tradiciones nos las inculcó desde nuestra más tierna infancia; no había Semana Santa que no nos llevase a ver pasar la procesión a casa de una tías lejanas muy ancianas que vivían en una lóbrega y oscura casa de la calle Mayor y que cuando llegábamos nos examinaban de arriba abajo emitiendo juicios totalmente equivocados porque las pobres veían menos que un gato de porcelana, o no había 3 de febrero que no nos llevase a los porches de San Nicolás a por rosquillas y caramelos coloraos.

Nos enseñó a amar los Sanfermines, nos dio a conocer a Caraviñagre y al Patata, nos enseñó a botar con las peñas, nos mostró el gran tamaño de los gigantes que veíamos pasar por la calle Chapitela desde la tienda de mi abuelo, no nos enseñó el encierro porque a ella no le gustaba ni madrugar ni los toros, de eso se encargó su marido. Si los Sanfermines nos pillaban de veraneo en la playa ella sola montaba un 6 de julio con chupinazo y todo allí donde estuviésemos, y bailaba y cantaba y reía y brindaba y dejaba claro que éramos de Pamplona, "¡No faltaba más!", y si nosotros, niños, nos avergonzábamos, nos decía: "Nunca te avergüences de tu pueblo".

Mi madre tenía comercios de cabecera y si había que comprar ropa de hogar eran Unzu Got o Casa Ciga quienes le surtían, si tenía que comprar chorizo había de ser cular y de casa Hualde en la calle San Saturnino, las pastas siempre de Layana, los turrones de Arrasate en Pozoblanco, lo tocante a la vista por supuesto en Rouzaut, y si necesitaba zapatos Ayestarán o Tiberio eran sus zapaterías, el regaliz de Ataun, la Madrileña e Inda le vestían, las flores de Huici, el menaje de Guibert y las velas para los bautizos de Donezar.

Los viajes y las excursiones en coche fueron para nosotros escuela de música autóctona, en ellos y de ella aprendimos a cantar aquello de€ Pamplona, Pamplona, no hay pueblo bajo el sol que sea más castizo ni tenga más humor... y aprendimos a poner sentimiento en zortzikos y jotas y a cantar€ La del pañuelo rooojo, loco me ha vuelto a mí€ y aprendimos Maitetxu mía y Anda y pínchame una vena y Tengo un hermano en el tercio y muchas más.

De su mano entré por primera vez a ver a San Fermín en su capilla y de su mano conocí la Virgen del Camino y vi aquel ecce homo que había en San Saturnino y que a mí me mataba de miedo. Era mujer muy religiosa y nos intentó inculcar todas las tradiciones de ese signo que Pamplona tiene y que no son pocas, el Voto de las Cinco llagas, la visita a los monumentos en Jueves Santo, el Sermón de las siete palabras en la Catedral, la novena de la Gracia con las Javieradas, el rezo del santo rosario desde los dominicos emitidos por Radio Popular que empezaban con el comienzo de la tocata y fuga de Bach y con aquel eslogan que decía: familia que reza unida permanece unida, etc. etc. Contaba mi tía que cuando yo nací y le dijeron que había sido un niño ella exclamó: "¡Qué bien, un curica!", me temo que se equivocó, al final nuestros caminos no han sido los de ella en ese terreno.

De su boca aprendí lo que era Olaz-chipi, la eterna amenaza que hemos tenido todos los niños pamploneses apocopado en "Lachipi", a nada que sacases los pies del tiesto y te portases mal el siniestro lugar salía a relucir: "Se acabó, mañana te saco del cole y te llevo a Lachipi", frase que remataba con un "de mi cuenta corre", y te cagabas de miedo y prometías y jurabas enmienda sin fin.

Y así podía seguir contando todas las pamplonadas del mundo, ella era Pamplona.

El día dos nos dijo adiós y a mi pobre padre que llevaba dos años en la Gloria se le acabó el descanso, ahora antes de comer tendrá al lado un espíritu que le preguntará: "Pepe ¿te has lavado las manos?", a lo que él dirá: "Siiii", y cuando se disponga meter el tenedor en el celestial alimento el mismo espíritu de ojos azules le dirá: "Espérate Pepe, que no hemos bendecido la mesa".

Adiós mamá, guapa, siempre estarás aquí, en nuestro corazón y en Pamplona. Cuida del padre y no le hagas trampas al chinchón.

Besos pa' tos.

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