La Milagrosa vuelve a contar con una asociación vecinal que sea la voz del barrio y defienda sus intereses.

El impulso de un grupo de residentes y comerciantes ha permitido que después de varios años sin representación social, la Milagrosa disponga otra vez de una herramienta ciudadana para dar a conocer sus necesidades e iniciativas.

Los problemas surgidos con los cambios circulatorios que se han introducido en el barrio en los últimos meses, la inseguridad y la delicada situación del comercio local les convencieron de la necesidad de formalizar la creación de una asociación vecinal.

Amaya Alonso fue quien trasladó al Ayuntamiento de Pamplona las quejas del vecindario por la pérdida de plazas de aparcamientos y por la prohibición de circular por toda la calle Manuel de Falla, lo que ha complicado la vida diaria a unos cuantos vecinos de la zona.

Ella también se encargó de presentar la instancia al Ayuntamiento para reclamar la reversión de los cambios introducidos y una de las que participó en la reunión mantenida con el concejal delegado de Seguridad Ciudadana Javier Labairu y el director del área Patxi Fernández para tratarse este problema.

“Nos comentaron que la mejor forma de gestionar este y otros asuntos es hacerlo a través de una asociación. Ya le estábamos dándole vueltas a esta posibilidad y después de lo que nos dijeron nos hemos animado a crearla”.

Históricamente, la Milagrosa fue uno de los barrios más colaborativos y asociativos de la ciudad. La Asociación Vecinal ocupó durante años unos locales de la calle Manuel de Falla, donde se impartieron las primeras clases de euskera, dantzas o música vasca en los años de la Transición.

El paso del tiempo y los cambios poblacionales en el barrio fueron mermando el número de voluntarios de la asociación, hasta su desaparición. Sólo queda una coordinadora, que se encarga de organizar los actos festivos que se celebran durante el año con motivo de las fiestas del barrio o el Olentzero.

Con el nombre de Asociación de Vecinos y Comerciantes de Milagrosa, la nueva entidad ya tiene preparados los estatutos, ha elaborado el acta fundacional y en breve celebrarán una asamblea para dar a conocerse en el barrio.

Detrás de esta asociación se encuentran vecinos y residentes de diferentes zonas del barrio y con perfiles distintos. Varios de ellos se han reunido este viernes para exponer sus inquietudes con respecto al barrio y a las necesidades que presenta.

Amaya Alonso, Gúmer Novillo, Asun Ulecia, Loli López, Paula Valero, Óscar Ramos, Javier Beruete, Joana Carbajales, Belén Lago, Virginia Castillo, Beatriz Valencia, Alberto Urralburu, Antonio Munilla, Naijb Ezzaher y Eider Macaya son algunos de los responsables de que se haya recuperado la asociación.

Son conscientes de las dificultades que van a tener, que encontrar vecinos comprometidos para colaborar con la asociación no será sencillo y que los problemas que presenta la Milagrosa son numerosos y muy complejos.

“Pensamos que somos un barrio abandonado. Nunca se han preocupado por el barrio y ahora que hacen unas obras para el supuesto bien de todos resulta que somos los principales perjudicados. No hay forma de entrar y salir con el vehículo y lo que nos han dicho es que es sólo el principio de lo que nos espera”, explicó Gúmer Novillo.

Amaya Alonso también hizo referencia a la preocupación que ha generada en el barrio la transformación vial en el espacio comprendido entre las calles Manuel de Falla, Río Urrobi y Río Irati. Aunque se ha convertido en la principal queja vecinal, enumera otros problemas como la necesidad de reservar plazas para vecinos y comerciantes y las quejas sobre el mantenimiento del parque Tomás Caballero.

Asun Ulecia, por su parte, lamenta la falta de comercios en el barrio, las molestias que generan algunas de las nuevas terrazas instaladas y alude a falta de seguridad, citando varios casos de robos a vecinos a plena luz del día.

Antonio Munilla, de la asociación ecologista Gurelur, comentó la contradicción que supone aplicar unos cambios de movilidad que están generando mayor tránsito de vehículos, no reduciéndolo. “El problema es que la solución que han buscado no reduce los tránsitos rodados, por el contrario, obliga al vecindario a realizar recorridos más largos”.