"Un verano, antes de que me sacara el carnet de conducir, comencé a tantear con el tractor. Hacía un poco el tonto con mi padre. Para adelante y para atrás. Con la pala para arriba y para abajo... Y mi padre me decía, 'ya que estás aquí, vente a ayudarme que está pariendo una oveja y sacamos el corderico entre los dos'.... Y así empecé en este mundo, hasta ahora", relata Maider Sarasa, ganadera y agricultora de Aldaba, localidad situada en la Comarca de Pamplona a 16 kilómetros de la capital navarra, que en la actualidad se encarga ella sola de 200 ovejas de raza navarra, 7.200 patos de Martiko, 18 yeguas y 55 hectáreas de campo de cereal.

De pequeña, Maider y sus hermanas no estaban muy implicadas en las labores agrarias y ganaderas, pero sí que les gustaba pasearse por la granja y los campos y así visitar a su padre, Joaquín Sarasa, que se pasaba gran parte del día fuera de casa. "Le veíamos subido en el tractor, cómo empacaba la paja, cómo llevaba las ovejas. Él, junto con un trabajador, se encargaba de las ovejas y del cereal. Mi madre era funcionaria y trabajaba en una guardería de Pamplona", señala.

Maider Sarasa, junto a sus animales. Foto: Patxi Cascante

Poco a poco, cuando Joaquín necesitaba que sus hijas le echaran una mano, Maider empezó a hacer "pequeños recados, como meter unas pacas de paja con el tractor" y, a su vez, comenzó a encariñarse del mundo agrario y ganadero. Al terminar el Bachillerato, estudió durante dos años el grado superior de explotaciones agropecuarias en la Escuela de Peritos Agrícolas de Villava, pero reconoce que sin mucho convencimiento: "La verdad es que lo hice por probar, porque el mundo del campo aún no me gustaba del todo", reconoce.

Al finalizar el grado, Maider empezó a trabajar unos meses en la explotación de su padre y "ahí es cuando me decidí definitivamente y me instalé como joven agricultora", explica. Al darse de alta, recibió un crédito cofinanciado por el departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno de Navarra y el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural que le permitió comprarse sus ovejas de raza navarra y un tractor. Eso sí, en la granja familiar de Aldaba: "Sin una base previa, sin instalaciones, es muy difícil empezar de cero en este sector", comenta.

Ambos hicieron un muy buen tándem hasta hace nueve años, cuando desgraciadamente Joaquín falleció a causa de una enfermedad. De repente, Maider se encontró con un triste relevo generacional y una carga de trabajo a la que no podía hacer frente sola. Por eso, las ovejas se redujeron de 1.500 a 200, pero mantuvo las 55 hectáreas de cereal y las 18 yeguas e introdujo los lotes de patos de Martiko.

El día a día

¿Y cómo es capaz de encargarse de tanto animal y campo ella sola? Organización y más organización. La jornada laboral es intensa desde primera hora de la mañana. Primero, dejar a sus hijos en la guardería -reconoce que con niños "todo es más difícil"-, volver a Aldaba y dar de comer a las ovejas, los patos y las yeguas. Alimentarles le cuesta unas tres o cuatro horas diarias.

Vistas de la zona de Aldaba con colza. Foto: Patxi Cascante

Tras ello, las labores de mantenimiento: "En la granja siempre hay algo que arreglar, cambiar, limpiar lo que ensucian a los animales...", asegura. Además, según la estación del año, hay que añadir otros trabajos extra: en primavera cortar el forraje -hierba verde o seca que se da al ganado para alimentarlo- y empacar, en verano cosechar el cereal... Una vida que muchos podrían considerar esclava, pero a la que no renuncia por nada en el mundo: "Dedícate a lo que verdaderamente amas y no tengas en cuenta el qué dirán", finaliza.