Hace algo más de un año que Marcilla cuenta con un Centro de Menores Extranjeros No Acompañados (MENAS) y, a pesar del revuelo o incertidumbre que generó la llegada de estos jóvenes en un primer momento, las aguas enseguida volvieron a su cauce y la convivencia a día de hoy entre todos es “muy buena, se ha normalizado”.El convento de las Madres Concepcionistas fue el lugar elegido por el Gobierno de Navarra para derivar a estos menores que no tenían hueco en otros centros o campings. En la actualidad, este Centro de Orientación y Acogida cuenta con 40 chavales (38 chicos y dos chicas de entre 16 y 18 años) a los que se pretende ayudar para que “lleguen a un nivel de autonomía básicos”.

En principio los y las jóvenes están entre 3 y 5 meses en Marcilla. Durante ese tiempo, se observa su comportamiento y se les prepara para dar el salto a uno de los pisos de preautonomía que hay en Tudela, Alsasua, Pamplona y Estella, donde viven con un educador para después pasar a un piso con más autonomía mientras se les gestionan los papeles.

Con ellos están todos los días un gran equipo formado por 30 educadoras, tres coordinadores, dos cocineras y el director. Además, siempre hay una educadora que sabe árabe para que la comunicación sea más fluida.

El día a día

Las rutinas del centro están estipuladas. Se despiertan a las 7.30 horas, desayunan y después limpian sus habitaciones y las zonas comunes. De 9.00 a 13.30 horas tienen clases de español en tres niveles: básico, intermedio y avanzado, con un pequeño recreo en medio. La asistencia a clase es obligatoria y el móvil, cuentan como anécdota, se les quita por la noche y no se les devuelve hasta después de clase para que “estén centrados”.

Para comer, y con el objetivo de ser más dinámicos, han establecido dos turnos y dos cocineras se encargan de preparar cada día los menús. Tras limpiar y recoger todo, tienen descanso hasta las 17.00 horas.

Para acabar el día tienen actividades, talleres de cocina o de pintura, así como asambleas en grupo. “La verdad es que son muy responsables. Cuesta arrancar cuando llegan, pero lo cierto es que se implican mucho”, apuntaban las educadoras del centro. De hecho, el gran patio del que gozan, con gallinero y huerta incluida, lo cuidan y mantienen ellos mismos.

En este momento, lamentan desde el centro, no hay sala de ordenadores, algo que echan en falta, por ejemplo, a la hora de hacer talleres de búsqueda de empleo o para preparar el currículum.

No se trata de un internado, y es que los menores salen del edificio sin problema, pero con hora de regreso, eso sí. “Dentro de lo complicado que puede ser la convivencia, no ha habido grandes problemas. De hecho, ellos mismos median si hace falta porque saben que si pasa algo les supone marcharse de aquí. El ambiente es bueno”, apuntaban desde el centro marcillés.

Las dinámicas

Entre los retos que tienen los educadores están el de fomentar el refuerzo individual de los menores mediante la estimulación, el empoderamiento y el trabajo en equipo. Para ello, explican, promueven el ocio y los hábitos saludables, la inserción socio laboral y tratan de dotar a estos menores de las capacidades necesarias para la consecución de una futura autonomía; hábitos diarios, higiene, limpieza de espacios, respeto y confianza en uno mismo y los demás.

De hecho, el salto a un piso, la salida de un menor de allí, se da cuando creen que ha adquirido “las herramientas físicas y psicológicas que garanticen la autonomía necesaria y esté preparado para la vida de forma independiente”.

Cada semana, además, se les entregan 10 euros. Algunos lo guardan para poder ir el fin de semana al bar a ver el fútbol, otros lo utilizan para comprar tabaco y hay muchos que lo guardan para enviárselo a sus familias. “Muchas veces tienen una gran presión por mandar dinero a sus familias y suelen frustrarse porque el tema de los papeles tarda”. Además, siempre repiten el mantra de que no quieren que sus hijos pasen por lo que han pasado ellos.

El confinamiento, explicaban las educadoras, “fue muy bien ya que, además de que no hubo ningún caso positivo, al disponer de un espacio tan grande al aire libre fue más fácil. Todos se responsabilizaron mucho porque, además, tenían bastante miedo”.

Vivencias

La mayoría de ellos vienen de zonas como Marruecos, Argelia, Ghana y Gambia. De este último país es un joven de 17 años que comentaba que hace 7 meses decidió montarse en una barca dejando atrás a su familia: a su madre y hermana. Tras su paso por Libia llegó a Italia y después a España. “Estoy bien aquí, a veces contento y a veces triste, pero es normal. Espero irme pronto a un piso. Quiero buscar una mejor vida que no tengo en mi país, estudiar y trabajar. Me gustaría ser chef o camarero”.

Otro de los jóvenes que está ahí llegó desde Marruecos en patera hace 9 meses. Su primera parada fue Algeciras, de ahí a Granada, después Pamplona y finalmente Marcilla. “Me gusta bastante estar aquí, quiero estudiar y trabajar”.

En este caso, además de como cocinero, explicaba que le gustaría trabajar con aluminio, como personal de mantenimiento. “Me gusta la comida de aquí, pero más la de Marruecos, sobre todo el tajine y la repostería de allí”. Con su familia lejos, aseguraba que “quiero tener un futuro aquí”.

Integración

Lo cierto es que estos jóvenes se han integrado en la sociedad y es que, por ejemplo, participaron en el torneo de fútbol sala de Navidad, en el cross navideño, fueron voluntarios en la cabalgata de Reyes, almorzaron en fiestas con la comparsa de gigantes que fue allí a bailar y también están con los scouts e iban (ahora no debido a la situación) a la residencia de ancianos.

Los fines de semana, además, hacen excursiones por la zona: han estado en las Bardenas, en el pantano de Alloz, en Bertiz o en Olite, entre otros lugares.

“El objetivo es que se sientan integrados en la sociedad”. De hecho, en diciembre hubo una jornada de puertas abiertas: “La gente vio otra realidad diferente a la que se esperaba o había imaginado. Los chavales contaron sus historias en primera persona, explicaron sus vivencias y respondieron a preguntas, algo que hizo que los vecinos tomasen otra visión de las cosas”, finalizaban.

Los menores. Hay un máximo de 40 plazas. Allí promueven el ocio y los hábitos saludables, la inserción socio laboral y tratan de dotarles de autonomía.

Rutinas. Además de limpiar su habitación y las zonas comunes, tienen clases de castellano, asambleas abiertas y talleres.

Puertas abiertas. En diciembre hubo una jornada de puertas abiertas que sirvió para que los vecinos conocieran de cerca la realidad de estos chavales.

Llegó hace 7 meses en barca tras un periplo por Libia e Italia.

Tras cruzar en patera, sueña con ser cocinero o trabajar de mantenimiento.