Las carreras y los saltos se sucedieron ayer a los pies del monte Beriáin. Y es que el carnaval llegó a Unanu, una fiesta en la que mamuxarroak y mutuak son dueños y señores de este pequeño pueblo de Ergoiena. Ayer fueron doce jóvenes que renovaron esta costumbre ancestral para despertar a la naturaleza después de un duro y largo invierno aunque ese año no se haya dado el caso. Para ello, blandían los temidos urritzak, largas varas de avellanos con las que golpeaban los pies de sus víctimas. Si bien los niños y niñas así como las jóvenes eran sus preferidas, no hacían distinciones.

El carnaval es anónimo. Por ello, mamuxarroak y mutuak cubrían sus rostros con katolak, máscaras de chapa, algunas centenarias. Se distinguen por su atuendo. Mientras los primeros van vestidos de blanco y un cinturón con panpaxilak o cascabeles, que no llevan mutuak, vestidos de mujeres. Tanto unos como otros hicieron ayer bien su trabajo, persiguiendo a todo aquel a quién encontraron a su paso. Además, las casas no eran refugio seguro. Así ha sido desde tiempo inmemorial, sin interrupciones, como recordaba José Mayo, un unanuarra de 87 años. “En tiempos de Franco estaban prohibidos los carnavales y una vez vinieron guardias civiles pero nos dejaron seguir”, observó.

Después de largas carreras llegó el momento de recuperar fuerzas en un animado auzate, con txistorra, queso y piperopilak que se hicieron el día anterior en la sociedad. La fiesta continuó con la puskabiltza, cuestación que se hace por las casas. Ayer era el Mamuxarro txikien eguna, el día de los jóvenes y mañana serán el de los mayores, con parecidos ingredientes.