costumbradas al ritmo pausado y a calles desiertas, las personas que viven en los pueblos pequeños llevan mejor el confinamiento.

Además, pueden salir de las cuatro paredes de las casas más allá de los balcones, tan socorridos estos días. Y es que la mayoría cuentan con jardín y huerta pegada a casa.

Salen a por leña, a dar de comer a los animales o trabajar la tierra, pequeñas actividades que cobran especial importancia y sirven para coger aire y distraerse. Así es en Errotz, pequeño concejo de Arakil de poco más de medio centenar de habitantes, algunos de siempre, y también nuevos vecinos que optaron por un modo de vida más rural.

Es el caso de Jesús Pérez de Obanos, nacido en Munarriz y que llegó a Errotz junto con su familia hace cuatro años para encargarse de la posada. “La familia de mi mujer procede de aquí y nos gustó el pueblo”, recuerda. Desde el pasado noviembre la pareja regenta el ostatu de Arruazu, cerrado desde el 14 de marzo, al igual que todos los establecimientos de hostelería; ningún ingreso frente a numerosos gastos . “Habrá que ver las ayudas que nos dan a los autónomos para que podamos seguir adelante”, observa, al tiempo que destaca que desde el Ayuntamiento de Arruazu ya le han dicho que mientras continúe esta situación no deberán pagar el alquiler. “Estamos muy contentos”, señala Pérez de Obanos, de 27 años. “Nos acogieron muy bien. Tienen mucha unión de pueblo, que era algo que buscábamos y nos encanta”. Padre de dos hijos, Julen e Irai de, de seis y dos años y medio, la familia está aprovechando este parón para realizar actividades juntos. Además, ha vuelto a coger la trikitixa, acompañado con Julen al pandero.

Aficionado al motor, también está aprovechando el tiempo para preparar su coche de carreras, tarea en la que cuenta como ayudante con el más pequeño, Irai. “Ha descubierto las herramientas, y se le ve interés. Al mayor le gusta más la naturaleza y los animales. Estos días hemos construido una caseta para pájaros”, apunta, al tiempo que observa que “somos unos privilegiados”.

Muy cerca viven Santi Moreno y Ana Ruiz con sus hijos, Ander y Alaia, de 16 y 12 años. “Estamos en casa bien, muy tranquilos”, apunta el padre. Precisamente, en busca de la tranquilidad eligieron Errotz para vivir, a donde llegaron hace 15 años procedentes de Irurtzun y Pamplona respectivamente. Mientras su pareja continúa su actividad como profesora a través de teletrabajo, él, vendedor de la ONCE, lleva sin trabajar desde que se decretó el estado de alarma. Así, ahora es el amo de casa y se encarga de todas las tareas mientras el resto de la familia está en lo suyo. “Las tardes son de jardín y mucha televisión”, observa. Cómo ahora no puede salir a hacer kilómetros con la bicicleta, mantiene su forma física en el rodillo, a veces acompañado de su hijo, tal vez el que más nota el confinamiento. “Me está costando sobre todo hacer la tarea y no ver a mis amigos. ¡Pero me voy a terminar Netflix antes de que levanten el confinamiento¡”, bromea. Así, el contacto físico lo sustituye con mucho móvil, sobre todo para navegar en las redes sociales y música.

De Errotz de toda la vida es Jesús Mari Altuna, de 74 años. “Mucha televisión. En la huerta hay poco trabajo, quitar malas hierbas y poco más”, responde a la pregunta de cómo está viviendo el encierro, en su caso en soledad. “Me arreglo bien. El panadero pasa todos los días al mediodía y los jueves uno con productos congelados. Yo hago la compra cada 15 días. Me pilló con la compra recién hecha y todavía no me hace falta nada”, cuenta. Así, pasa el día delante del televisor, cuidando que en el fuego no falte leña, y alguna salida a la huerta. También le gusta mirar por la ventana “para ver si pasa algún gato. También ves a otros que hacen lo mismo”, observa. “En el pueblo hay cuatro personas con más de 80 años”, añade.

“Habrá que ver las ayudas que nos dan a los autónomos para seguir adelante”

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