Mezkiritz va perdiendo poco a poco a toda una generación de hombres y mujeres que nació a principios del siglo pasado y que trabajó con el tesón y la fuerza de sus manos para mantener vivo un modo de vida sustentado en la agricultura y la ganadería del que ya apenas quedan exponentes. Hombres y mujeres irrepetibles que realizaron el tránsito al mundo moderno manteniendo los valores, tradiciones y costumbres que representaba el trabajo y la vida en los baserris, el amor a la tierra, sin apenas participar de la nueva era. Al igual que ha ocurrido en casa Apesui, otros cabezas visibles y referentes de las familias como casa Adame, de Antorena o de Condia, también se han marchado. Honorio Ibarra Villanueva falleció este pasado martes a los 90 años de edad en su casa, donde siguió vinculado de alguna forma a las tareas de labranza. Un hombre duro, de carácter, robusto -“de pequeña lo veía como un gigante que cargaba un carro de hierba con cuatro sardazos” (contaba ayer su hija Amparo en el funeral )- que se mantuvo en plenas facultades hasta los últimos días en los que una operación de cadera fruto de una caída, consecuencia a su vez de una actividad constante que caracterizaba a estos hombres a pesar de sus avanzadas edades, complicó su salud. Siempre atento al trabajo de su hijo Honorito no perdía la pista del ganado. Honorio y su mujer, Aurelia Murillo Etxamendi, con siete hijos y diez nietos, habían sido homenajeados meses antes por la asociación Orreaga por celebrar sus bodas de diamante. Al igual que otros abuelos de la montaña pirenaica fue testigo de una época donde “se enlaza el pasado de estos hombres que fueron el núcleo de una familia grande, engarzados con la agricultura, con la ganadería, con la vida del baserri”relata Orreaga Ibarra, filóloga vasca y escritora. Representan una manera de vivir implicados en el mantenimiento del baserri y basados en su fuerza física y en ese empuje que tenían para sacar a la familia adelante. Otros se fueron en las fábricas. El aita, como otros, apostaron por la vida en el caserío. Hasta el último día preguntaba por las ovejas y lo que pesaba la última ternera que mataron...”.

Honorio era gente de frontera, vivió los años buenos y malos del contrabando, pasando mercancía de un lado al otro de la muga para poder mantener una familia. Un trabajo furtivo que pagó muy duro con la muerte de su hermano Nicolás tal y como recordaba Honorio en junio de 2012 en un encuentro que tuvo lugar en Sorogain, en el que veteranos excontrabandistas relataron sus aventuras como paqueteros en la muga obligados por el hambre. Cruzar el charco y marchar de pastores a América o atravesar el monte bajo el silbido de las balas, es decir, hacerse contrabandista. No había otra alternativa. Jamás olvidaría cómo los guardias mataron a su hermano Nicolás a los 28 años de edad un 27 de marzo de 1959 de la manera más cruel e injusta cuando, como él mismo reconocía, existía un pacto tácito de no agresión basado en una compensación económica para ambos bandos. “Un disparo a bocajarro por la espalda... No hubo condena y aquel guardia civil fue trasladado a otro puesto”, recordaba. La investigación de aquella muerte quedó totalmente impune.

En junio de 2014 también relataba a DIARIO DE NOTICIAS los detalles de la fascinante historia del avión Katrinka, el bombardero americano B-17 Powerful que se estrelló en 1944 a escasos metros del pueblo, en el término de Sakarte, con una tripulación que sobrevivió al ataque militar nazi y fue acogida por los vecinos del pueblo. Un grupo de militares de Logroño cortaron a trozos el avión y los vecinos de Mezkiritz Honorio Ibarra y Alfonso Eluzalde se encargaron de trasladarlos en carros con bueyes mediante 40 viajes. En el mismo momento en el que el avión se estrelló Honorio se encontraba muy cerca con el palo y sus ovejas, y desde allí observó cómo saltaban los tripulantes en el monte Berragu y como ardía el avión arrasando parte del monte. Lo primero que pensó al ver aquel aparato volando fue: “Vaya txoris” (vaya pájaros!). En el cielo, ahora, volverá a verlos, el pico dorsiblanco o al calzorro que bien conocía. Y seguro que tiene algo chisposo para contarles. Humor no le faltaba.