Su sueño era vivir en el campo rodeadas de animales y lo han llevado a la realidad desde que residen en el pequeño pueblo pirenaico de Mezkiritz. Las amigas Teresa Etxarri, de 26 años y Cristina Azpeitia, de 27 años, son veterinarias, ambas trabajan en el Hospital Veterinario Pamplona y les apasiona el mundo rural. En el caso de Teresa, su madre es de Mezkiritz y, siempre que ha podido, se ha escapado al pueblo, hasta que por fin compró una vivienda con terreno junto a su pareja Yerai, con aras de asentarse definitivamente. “Yo lo tenía claro, no me veo viviendo en ninguna ciudad. Mezkiritz me da todo, la naturaleza, el poder tener todos los bichos, esa libertad, y si me apetece algo de la ciudad, al final estoy en media hora en Pamplona”, asegura.

Cristina, en cambio, no conocía Mezkiritz. Ella es de Logroño, aunque lleva tiempo viviendo en Navarra. “Caí de casualidad. Siempre me ha gustado el campo, mis abuelos son de Ojacastro (La Rioja) y me gustaba ir allí con los animales, así que, en algún momento de mi vida, tenía en mente acercarme a este modo de vida rural”, declara. Por eso, cuando hace un año su amiga y compañera de trabajo Teresa le avisó de que había una casa en alquiler en este pueblo, no se lo pensó dos veces. “Me he sentido muy acogida. Para mí vivir en un pueblo no es más tranquilo que en una ciudad, pero tengo más opciones de hacer lo que me gusta: los animales, el monte, las plantas, cuidar de la huerta y la convivencia con los vecinos, que es mucho más cercana. Es una suerte estar aquí”, confiesa.

Sin embargo, no vino sola. Junto a sus maletas, en la mudanza también le acompañó su yegua Cancanilla, de raza hispanoárabe. “Mi abuelo tenía una yegua de trabajo que me gustaba mucho y después de darles la murga a mis padres, conseguí que me apuntaran a clases. Ahí empezó todo”, comenta Cristina. Ahora, desde que vive en Mezkiritz, ha extendido la afición a montar a caballo. De hecho, al poco tiempo, Teresa se animó a hacerse con un caballo de raza española, que lo trajo de Soria y al que llamó Escribano. Y, con esfuerzo y empeño, la mezkiriztarra ha logrado aprender a montar de la mano de Cristina. “Era la pasión de mi abuelo. Él tenía caballos de raza Burguete y, de pequeña, siempre me montaba en los potros. Veía muy lejos poder tener uno para mí”, manifiesta.

Desde entonces, Escribano y Cancanilla son la atracción del pueblo. Cada vez que dan una vuelta por sus calles, lo hacen bajo la mirada atónita de sus vecinos. Al igual que sus dueñas, los caballos se han adaptado bien al lugar: les gusta la libertad, pasear, pastar en los campos y cada vez se van haciendo más sociables. Y es que el cariño con el que les cuidan y lo bien que les tratan en el pueblo, no es baladí. “Cuando lo tenía en la huerta, algunos vecinos pasaban y le daban de comer pan”, asevera Cristina, quien también tiene una oveja en su cuadra.

VIVIR EN EL PIRINEo Entre animales trazaban su futuro y entre animales viven felices. El caso de las jóvenes Teresa y Cristina es una muestra más de que es viable habitar en un medio rural. Así como ellas, hay otros jóvenes que están apostando por residir en Mezkiritz, algo que resulta beneficioso para garantizar un futuro para la vida de los pueblos del Pirineo que sufren la escasez de población y envejecimiento.

Sin embargo, aún le queda un sueño por cumplir a Teresa: le gustaría instalar en Mezkiritz un Centro de Recuperación de Fauna Silvestre. “Sería recuperar la fauna autóctona, como crías de jabalí o ciervas que quedan heridas en una cacería, cuidarlos y poder acercarlos a la gente para que conozcan la fauna de la zona”, manifiesta. De momento la idea se ha paralizado por la pandemia, pero, en cuanto pueda, tiene intención de sacar el proyecto adelante, a pesar de las trabas que se vaya encontrando en el camino. “Nosotras vivimos aquí porque nos gusta, pero no hay muchas facilidades para empezar un negocio, las ayudas son ridículas. Si hubiese más, la gente se quedaría”, concluyen.