Hace apenas unos días, desapareció nuestro amigo Juan Antonio García Gorraiz. Este obituario es una muestra de cariño emocionado a nuestro muy querido amigo, pero también pretende ser un homenaje a su figura, que es mucho más importante de lo que él quiso mostrar a la sociedad pamplonesa, para la que trabajó discretamente con la humildad propia de los sabios durante toda su vida.

Juan Antonio fue un hombre de amigos viejos, y ahora que no está, esos amigos percibimos que algo que sustenta fuertemente nuestras vidas se ha ido con él. Su ausencia nos deja una forma de orfandad, porque perder una amistad tan valiosa nos hace conscientes del vacío en el que quedamos al perder la envolvente que ha hecho más feraz, más sensible y más bello nuestro paisaje. La vida con amigos como Juan Antonio es siempre más fácil porque fue para nosotros cariño, memoria, empatía, solidaridad, silencio cómplice, sonrisas, apoyo, respeto, implicación, garantía, palabra, consejo y todo lo que –como decía- ha hecho más confortable nuestras vidas.

Pero trascendiendo a lo más personal, es de justicia recordar su aportación. Empecemos mencionando que fue un gran estudioso. La música y la química centraron su formación, que siempre llevó más allá porque nunca dejó de profundizar en el conocimiento de esas materias. Con su autoridad como químico, llegó a obtener una cátedra de Física y Química que ejerció desde el CIP Virgen del Camino, en el que trabajó intensamente ocupando puestos de responsabilidad, enseñando, y ayudando incluso más allá a muchos jóvenes hoy profesionales a lo largo de intensos años de trabajo. La entrañable despedida que hicieron sus compañeros y sus exalumnos, dan buena muestra de lo que significó en ese ámbito.

Pocos conocen además que su sensibilidad le llevó a la poesía, y aunque la disfrutamos pocos más que sus amigos (de nuevo su modestia), afortunadamente llegó a ser reconocida con algún premio. Además, su refinamiento traducido en elegancia y mesura tanto en la interlocución como en su imagen, su excelencia en la cocina (¿cómo olvidar aquellos tocinos de cielo que hemos disfrutado cada navidad?), y su profundo amor a la Pamplona que habitó y que conocía hasta en sus detalles, definen una personalidad amable, curiosa, inquieta y activa.

Siendo todo esto un mérito excepcional, sólo es una parte de su vida y su temperamento, porque me voy a atrever a afirmar que Juan Antonio fue fundamentalmente músico, un buen músico. Todavía mantengo nítidos los recuerdos de aquellas aulas que compartimos, regidas por las grandes personalidades que poblaban el Conservatorio Pablo Sarasate que tanto disfrutamos. Las clases de D. Fernando Remacha, del Profesor Munárriz, de D. Luis Morondo... aquellos Maestros exigentes, estrictos, con un amor a la música que nos transmitieron sin fisuras, quedaron en nuestras vidas como excepcionales recuerdos agradecidos por la oportunidad de haberlos vivido. Y desde ahí, el salto al compromiso con la actividad cultural pamplonesa. El entorno de la música clásica en Pamplona ha disfrutado durante muchos años del trabajo que realizó desde la crítica respetuosa y ajustada que publicaba en prensa, o en las notas al programa siempre cultas e instructivas que hizo para nuestra orquesta. Participó activamente en determinados momentos históricos cuando la Orquesta Sinfónica de Navarra, era la Orquesta Santa Cecilia y después Orquesta PabloSarasate, contribuyendo a su desarrollo siempre con un espíritu creativo y con la solvencia de sus conocimientos musicales.

Nos ha dejado un archivo musical que es la mejor demostración de su compromiso, de su atención y del conocimiento que ha puesto al servicio de todos. Ahora en su despedida, también a todos nos queda el consuelo de la música, la maravilla de haberte vivido como amigos y el agradecimiento de todos cuantos hemos amado nuestra cultura.

¡Gracias, Juan Antonio!

La autora es compositora