“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”, como cantaba Alberto Cortez. Así me siento al despedir a Juana Bellanato, a quien tuve la fortuna de conocer y tratar a raíz de haber leído una entrevista en Alfa y Omega en 2019. Cuando iba a Madrid solíamos vernos y, a pesar de su escasa autonomía los últimos años para moverse por la capital de España, un sobrino la acompañaba en coche para poder encontrarnos. Su charla siempre era muy enriquecedora tanto desde el punto de vista de su sensibilidad hacia todo lo humano, como por su gran curiosidad por seguir aprendiendo más. Era discreta y humilde al hablar de sus excelentes logros profesionales. Fue una brillante científica, pionera en un tiempo en que a las mujeres les resultaba casi imposible abrirse camino en los laboratorios; fue también una persona cálida, generosa con su tiempo y con su saber, capaz de transmitir entusiasmo incluso en las conversaciones más cotidianas. Le encantaba compartir noticias positivas de algo que había leído o recibido.

Su partida, el pasado 5 de septiembre en Madrid, deja un hueco en la ciencia española, pero también en quienes compartimos con ella amistad, conversaciones y momentos de complicidad.

Una vida entre la guerra y la ciencia

Juana Bellanato nació en Madrid en 1925, aunque sus raíces estaban en Ciudad Real. Su infancia estuvo marcada por las privaciones de la Guerra Civil, que templaron su carácter y reforzaron su sensibilidad hacia las dificultades de la vida. Tras el conflicto bélico, retomó sus estudios en Madrid y, contra todo pronóstico en aquella España donde las mujeres tenían poco acceso a estudios universitarios y más en el mundo de las ciencias, se matriculó en Química en la Universidad Central.

No fue un camino fácil. En los años cuarenta y cincuenta, muchos laboratorios preferían ayudantes sin titulación, más que licenciadas, y las mujeres se encontraban con un muro que limitaba sus oportunidades. Juana, sin embargo, perseveró y encontró en la espectroscopía infrarroja y en Raman, Premio Nobel de Física en 1930, su mentor, a quien conoció en su estancia investigadora en Friburgo y de quien aprendió la técnica de la electroscopia y de la espectroscopia infrarroja, un campo fértil para su talento y su futuro investigador. También investigó en Oxford donde conoció a otro Premio Nobel, Sir Cyril Norman.

Trayectoria científica

Gran parte de su carrera la desarrolló en el Instituto de Óptica del CSIC, bajo la influencia de Miguel Antonio Catalán. Allí se convirtió en una referencia internacional en espectroscopía molecular, aplicando estas técnicas a campos tan diversos como los alimentos, los fármacos, los microorganismos o los materiales industriales.

A lo largo de su vida recibió numerosos reconocimientos.

Entre sus numerosos premios figuran:

1968. Premio Perkin Elmer al Mejor Trabajo de Espectroscopía de Absorción (Con A. Hidalgo).

1996. Medalla de Plata del Comité Español de Espectroscopía (SEDO). 2002.

2002 Medalla de la Real Sociedad Española de Química.

2003 Medalla de la Real Sociedad Española de Química.

2006. Placa Institucional del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC. 2007. Insignia de Oro y Brillante de la Asociación de Químicos de Madrid (ANQUE).

2006. Premio “Jesús Morcillo Rubio”, de la Reunión Nacional de Espectroscopía, patrocinado por Bruker.

2007  Insignia de Oro y Brillantes de la Asociación de Químicos de Madrid .

2013. Medalla de la Cátedra de Bioética de la Universidad de Comillas, por su colaboración durante 25 años en dicha cátedra. Madrid.

2013. Mayor Magnífico de la Comunidad de Madrid.

El más reciente en 2025 el Premio a la Excelencia Química del Consejo General de Colegios Oficiales de Químicos de España.

Fue también presidenta del Comité Español de Espectroscopía y jefa de la Unidad Estructural de Espectroscopía Molecular en el Instituto de Óptica.

Más allá de la ciencia

Lo que siempre me impresionó en Juana fue su inquietud intelectual sin fronteras. Tras su jubilación, lejos de apartarse del saber, se matriculó en Teología en la Universidad Pontificia de Comillas y colaboró en el campo de la Bioética. Ella encontraba en el diálogo entre ciencia y fe, como creyente católica un espacio de coherencia vital y de reflexión ética.

Un legado humano y científico

Quienes la conocimos sabemos que su legado no se mide solo en publicaciones ni en medallas. Se mide en su capacidad de inspirar, en su generosidad al enseñar, en su empeño en abrir camino a otras mujeres en la ciencia y en la serenidad con que afrontó siempre los retos.

Hoy, al recordarla, pienso que ese “espacio vacío” del que hablaba Cortez está también lleno: lleno de recuerdos, de aprendizajes y de gratitud. Juana Bellanato nos deja ciencia, ejemplo y amistad, y eso permanece más allá de la despedida.

La autora es amiga de la fallecida y doctora en Literatura Española