Papá, hoy es el día en que todo el mundo va a hablar bien de ti, porque es el día en que te fuiste. Por eso celebro tu legado, aunque el maldito cáncer metastásico te haya arrebatado de nuestro lado.
Naciste al final de una guerra, pero tu última y más cruel batalla fue contra ese maldito cáncer que, como metralla, te hizo tirar la toalla. Eras un hombre con un apellido nobiliario de gran linaje, pero de pueblo, con alma sencilla, básico, alegre y bien plantado, con raíces fuertes como espuelas que cargaste con la dura infancia del 36 en un entorno forjado por la adversidad. En Yecora conquistaste el corazón de una buena mujer alavesa, Alicia, con quien forjaste nuestra familia. Eran tiempos muy difíciles, pero a base de trabajo y sacrificio nos sacaste adelante. Ya sabes que ni siquiera los más ricos no lo tienen todo en esta vida, y por eso es que a veces sois los más pobres los que nos dejáis la herencia más rica, cargada de principios y valores.
Me enseñaste que las cosas hay que conseguirlas por nosotros mismos, con tenacidad en el esfuerzo y mucho trabajo. Recuerdo que me decías: “El que se aparta del trabajo lo pilla debajo”, y cuando hablaban entonces de reducir la jornada laboral a 35 horas, tu respondías: “¡Pero al día!”. Y es que tú eras un trabajador de media jornada (12 horas diarias). Incluso te pusiste a trabajar en Bilbao cuando estabas de viaje de novios. Hombre de 30 oficios que con tu creatividad encofraste una piscina en forma de guitarra para la gran María Ostiz, convirtiendo el hormigón en melodía y el agua en una armonía de notas silenciosas que parecía cantar con cada rayo de sol. Jamás te dieron la medalla al trabajo, quizá porque no hay metal suficiente en el mundo para fundir una condecoración tan merecida. Trabajador incansable, ingenioso, perseverante e insistente, con una voluntad de hierro. Aunque también tozudo, gruñón, cabezón y un tanto rencoroso, como buen Tauro. Tu pueblo, Armañanzas, y tus grandes pasiones: la gente y el vino, néctar divino, sangre de la vid, compañero de historias, testigo de risas y de lágrimas, confidente silencioso, consuelo para el corazón, lazo de amistad y puente de culturas, elixir de dioses, manjar de los mortales. Que tu esencia perdure, tu magia nos inspire y tu sabor nos acompañe en este atardecer dorado.
Algunos te llamaban Corneta porque tu padre en la guerra tocaba con la turuta a retreta, otros “Materiales” porque con un trozo cuero hacías unas bisagras muy rurales, y otros “Mudo” porque hablabas muy a menudo. En cualquier caso, de lo que sí estoy seguro es de que ahora en el cielo estarán mucho más entretenidos. Lo primero que le vas a preguntar a San Pedro nada más llegar es dónde están Dioniso y Baco para salir a alternar.
Más fuerte que el roble, pero fue el 21 de febrero de 2025, con la partida de tu esposa, Alicia, se quebró el pilar fundamental que sujetaba el forjado reticular de nuestro hogar. La muerte de un hijo es lo más duro que te puede pasar en la vida y, desde entonces, nada ha vuelto a ser igual. Ahora por las noches al mirar al firmamento, me invadirá la nostalgia al ver las tres estrellas más grandes juntas brillando en el cielo. Por fin estáis los tres juntos, formando una nueva constelación, como la de Orión.
Papá, dicen que uno solo se muere cuando se olvidan de él... así que tú vivirás eternamente.
Brindemos para que seas feliz con los ángeles, querubines y serafines, y para que, entre las estrellas, nos mires desde el cielo mientras te recordamos como el gran padre que fuiste. Adiós, papá (D.E.P.) Descansa en paz.