Después de una prolongada batalla contra la bestia que le mordió un mal día, soportada con la hombría y la dignidad que le significaron siempre, se nos ha ido Victoriano Imbuluzqueta Alcasena, un amigo y por encima de cualquier otra consideración una buena persona. Apenas hace unos días le veíamos de adolescente en foto con su cuadrilla, luciendo orgullosos una de las primeras pancartas que salieron, año 1960, en las fiestas de Elizondo, pintada por el recordado Vicente Laborra, en una tarde que repasamos andanzas y recuerdos.
Sin ruidos ni algarabías, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, Victoriano ha mantenido una generosa vinculación con la cultura y el deporte y al servicio de la sociedad, en Baztan y fuera del valle. Compartimos madrugada de Adoración Nocturna en la de Santiago Apóstol, mediados los sesenta, movidos nosotros, creo, por la tentación de vivir unas horas “para mayores”, más que él que ha profesado una firme y profunda religiosidad, y ya luego, en 1968, en la refundación del CD Baztan que, con Julio Iturralde en la presidencia, devolvió el fútbol al valle.
El tiempo fue generoso con él y era en la actualidad el socio número 1 del club, y directivos y primera plantilla (“como no puede venir a vernos jugar, hemos venido nosotros a verle a él”) acudieron a su casa a expresarle agradecimiento y amistad, en gesto que les honra y que acogió con su mejor disposición. Quizás recordó con aquella visita aquel tiempo, también con sus hermanos Ángel y Miguel Mari, ambos prematuramente fallecidos, su ayuda en la organización de los primeros campeonatos de soka-tira de Baztan, el primer Olentzero de Elizondo asistidos por nuestros maestros de canto Pedro Ansorena, Iñaki Gorostidi y Mariano Izeta, en aquella que parecía oficina siniestra cedida por el Ayuntamiento, en la recuperación de los torneos de Paxaka en los que, precisamente también su hermano, el periodista Gabriel Imbuluzqueta, nos ayudó tanto desde las páginas del desaparecido Norte Deportivo, o la Vuelta Ciclista a Baztan.
Por aquel entonces también, animados por la curiosidad histórica y cultural que nos inculcó Salvador Martín-Cruz, el doctor al que como amigos siempre hemos llamado “el galeno”, que había llegado a servir al partido médico de Lekaroz-Gartzain en sustitución del jubilado Justo Eizaguirre, compartimos incursiones y excavación en Berroberria, la cueva de Urdax, en la cimentación del obelisco de Amaiur a la búsqueda de la arqueta enterrada el día de su inauguración y que nunca hallamos, en el solar familiar de San Francisco Javier de los Jaso y Azpilikueta, o en el caserón Iturraldea de formidable alero que la inclemencia y abandono lamentablemente arruinan en Arizkun…
Defensor entregado desde joven del Camino de Baztan, le faltó tiempo para incorporarse a la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Urdax y Baztan y se le alegró el ánimo al ver promocionada la Ruta Jacobea de Bayona a Pamplona, logradas la adecuada señalización y la rehabilitación de las ermitas de Urrasun (Azpilkueta) y de Belate, y silenciosa y generosamente volcado con la cárcel de Pamplona, hasta donde ha llevado un montón de veces balones y ropa deportiva del CD Baztan a los presos con los que ha participado en numerosas caminatas al aire libre, en demostración de los valores y el sentimiento humanitarios que le han significado siempre.
Legítimamente orgulloso de su condición baztandarra, admirador rendido de la Agrupación Coral de Elizondo y de su fundador director Juan Eraso Olaetxea, exacto conocedor de la historia y vida de Elizondo, al fin, en su vida personal y familiar, hombre leído y culto, estudió en el tristemente desaparecido Colegio de Lekaroz (1957) de cuya Asociación de Excolegiales era miembro, se empleó en las sucursales de Elizondo del Banco de Vizcaya y tras la absorción en el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, siguiendo a su padre Leandro que trabajó en el Banco de Bilbao, casó felizmente con Mari Puy a la que adoraba y ha sido padre ejemplar de Javier, Iñigo y María, y abuelo cariñoso y feliz de una preciosa cuadrilla de nietos, certificando una vida fecunda y ejemplar. Hace unos días, en unas horas que disfrutamos juntos, nos dimos la mano y le dije lo que sentía: “Sea lo que sea, quiero que sepas que eres una de las mejores personas que he tenido la suerte de conocer en mi vida”. La mayor verdad que podía decirle.