Las lágrimas empañan mis ojos, el dolor perturba mi corazón, y creo que es día de luto para toda la comunidad baska fiel a sus raíces. Revivo aquel día, hace más de 40 años, en que Elvira Ariztizabal, la viuda digna de Fortunato Agirre, rompió su silencio y me fue contando y lo publiqué en mi libro, La Mujer Vasca, su terrible historia. El fusilamiento de su marido... a quien ni San Miguel (del que era devoto) podía salvar, del parto de gemelas al mes del terrible suceso, y la formación de una familia sin padre, aunque lo hicieron vivo todos los días de su vida, en una localidad amedrentada y miedosa a represalias, que Mola, el rebelde militar, había dejado estipulado: Sembrar el terror.

Elvira, la mujer de aspecto frágil, voz suave y sonrisa hermosa, fue relatando su inmenso dolor con extrema sencillez, y sentí la exigencia íntima de arrodillarme ante ella, de besarle las manos de bordadora que fueron el sostén de su familia de 5 hijos.

En el regreso de Manuel Irujo a Lizarra, tras su exilio, en acto simbólico, abrazo a Elvira Ariztizabal en el cementerio de Lizarra donde reposa, y le susurró aquello que escribió y no pude salvar su vida, él, que tantas vidas salvó. Y que siempre cuando alguien flaqueaba en su condición bakla, Irujo le reclamaba Y como podrás mirar a los ojos a Elvira Ariztizabal. Es que ella era referente de la conducta impecable del nacionalismo basko en el que no afloró la venganza, sino una causa que, al ser justa, estaba sustentada de lealtad y la certeza de que había de triunfar.

Fui conociendo a sus hijas, Miren y Mikele, sus familias encontrándolas en los actos patrios que por aquel fragoroso tiempo íbamos celebrando, herederas de la sencillez y el valor de su madre, portadoras del impecable nacionalismo de su aita. No hubo en ellas, tal cosa aprendió de sus progenitores, marcha atrás. Emprendieron acción. Jamás exigieron venganza, pero hicieron presente a su padre, al que no conocieron, entre nosotros.

Mirentxu fue presidenta de la Asociación AFNA 36 y siempre portando la ikurriña, casada con Antontxu Zabalza, hombre unido al desarrollo de las ikastolas, especialmente la de San Fermín, en aquellos años difíciles en que reivindicábamos tantas cosas y de manera pacífica, es decir, civilizada, y entre ellas la resurrección del euskera. Fue presidente en 1983 de la Federación de Fútbol de Nabarra, tienen 3 hijos, Iranzu, Atxon y Xabier, comprometidos con la causa baska. Me permito un recuerdo personal: Xabier bailó un aurresku en la entrada del cementerio, en aquel día luctuoso cuando enterramos a su Ramona Rementeria, viuda de Estanis Aranzadi. La familia nacionalista de Navarra rompió el silencio por los años perdidos, por los años vacíos, en que quisieron hacer de nosotros una cosa diferente a la que somos.

No, Mirentxu no se nos ha ido. Está aquí con nosotros en cada paso que demos, en cada palabra que pronunciemos, en cada gesto que hagamos. Es el símbolo junto a su hermana gemela y su familia entera, de una razón nacionalista que no procura una reivindicación de la puesta en marcha de sus valores culturales y de su civilidad expresa.