Mikel Okiñena (Etxaleku, 1973) es en la actualidad uno de los artistas más reconocidos de Navarra. Este artista plástico, tal y como se define, empezó algo tarde en el mundo del arte, aunque siempre tuvo claro que ése sería su camino, al menos algo relacionado con esta profesión tan bonita a la vez que difícil para poder dedicarse en exclusiva a ella. Es muy conocido por sus obras hechas de metacrilato pero sus trabajos no se quedan solo ahí, pese a que en esa modalidad ha ganado 22 premios. "Creo que soy el único que lo hace y cuando empecé con el metacrilato de colores igual. Lo vendo a coleccionistas privados, museos", reconoce al mismo tiempo que dice que nunca ha sentido que ha trabajado. Ama el arte y ama sus obras, las cuales solo conserva las que siente que las ha tocado Dios.

El camino hacia lo que hoy en día es Mikel Okiñena fue único, al menos no como algunos podrían pensar de un artista. No tenía nadie en la familia que le sirviera de ejemplo para ser artista pero él sentía que le nacía en su interior la curiosidad por saber cómo se hacían las cosas artísticas. Le encantaban las formas, los dibujos, se perdía en los trazos, le llamaban la atención los carteles, los colores y como las estructuras, así como las esculturas que representaban acontecimientos pasados. Aun así, él no estudió arte, simplemente era un niño de nueve años que iba a la escuela y se divertía con sus amigos. Un día, como cada año, los Paúles llegaron a su colegio a intentar captar jóvenes que se unieran a ellos. Hacían salidas y distintas cosas más, y como Mikel no sentía pasión por la escuela convencional habló con sus padres para transmitirles su intención de irse con ellos. Los misioneros aceptaron y estuvo con ellos en Navarra hasta los trece años. Se divirtió mucho y poco a poco fue creciendo su interés, siempre de manera autodidacta, por querer hacer pequeñas obras de arte. Nada relevante pero que servirían como el inicio de algo en el mundo del arte.

Cuando cumplió los trece años los Paúles les dijeron, a él y sus compañeros, que los que quisieran podrían ir a Teruel a continuar con su formación. Mikel, que disfrutaba compartiendo estancia con amigos, pensó que podría ser una buena oportunidad para seguir aprendiendo. Una vez más habló con sus padres y estos le dijeron que si era lo que quería que fuera sin problema. Una vez allí continuó siendo él mismo, lo único que esta vez decidió empezar a desarrollar su arte vendiéndolo. Sí, vendiéndolo y así fue como Mikel comenzó a comprobar que lo que él hacía gustaba. No ganaba mucho dinero pero seguro que tenía más que sus compañeros. Se corrió la voz y le llegaron ofertas para que hiciera los carteles de viaje de estudios de varios colegios de Teruel. Evidentemente aceptó sin pensárselo y así estuvo durante cuatro años.

Al terminar, y ya con 17 años, se marchó a Zaragoza a continuar sus estudios de Teología. No lo pasó mal pero en su interior crecía cada vez más fuerte sus ganas por dedicarse al arte. Esta pasión la fue controlando con pequeñas obras que hacía y vendía pero nada excepcional. El tiempo avanzaba y sentía que de manera autodidacta había aprendido mucho pero necesitaba algún tipo de preparación. Aun así, continuó en Zaragoza. Pasado el tiempo hizo una estancia de 6 meses en París, algo que tenían que hacer sí o sí, aunque a la vuelta todo cambió. Se sentó con sus padres y les confesó que en todos estos años, 10 para ser exactos, había disfrutado, aprendido y crecido personalmente mucho pero que sentía que no era su camino, quería dedicarse a su pasión. Una vez más sus padres se mostraron comprensibles y le apoyaron en su decisión de abandonar sus estudios con los Paúles para empezar así, sus estudios de arte.

Enseguida se apuntó al curso superior de escultura, lugar donde además de poder desarrollarse en lo que siempre había querido conoció a su mujer y madre de sus tres hijos Ainhoa Sánchez. "Era la más guapa de toda la escuela, lo tuve claro desde el primer momento", afirma. A estos estudios le siguió la carrera de Bellas Artes, algo que le recomendaron hacer, y finalmente decidió abrir su propio taller en Irurtzun hace 22 años junto Ainhoa. Ahí estuvo dando clases de talla madera pero no duró mucho, ya que enseguida se puso a hacer sus propias obras de arte.

Su obra favorita

Durante todo su trayectoria ha hecho muchísimos trabajos, aunque no se queda con uno en concreto o no cree que ninguno resalte por el encima del resto. Siempre dice que la obra más importante es la que tiene entre manos, aunque reconoce que le tiene mucho cariños a una que tiene en el lugar de trabajo colgado en la pared. Se trata de dos ramas pequeñas pintadas de blanco y que están colocadas una encima de la otra de una manera muy sutil. La terminación o uno de los extremos de ambas ramas es de color rojo y se enciende. Esta obra costaría 1.000 euros, siendo éste el precio más bajo que le pone a sus obras.

Reconoce que existe una dificultad en el mundo de la escultura, por ejemplo, a la hora de establecer precios de venta al contrario de lo que sucede en la pintura, ya que en este tipo de arte vendes por el tamaño y ya está. Aun así, hace mucho tiempo estableció unos estándares que van de los 1.000, la más pequeña, a 10.000 la más grande, aunque luego hay otras que ascienden el precio de manera proporcional en base a su tamaño.

Trazos abstractos de colores

Mikel Okiñena ha hecho obras con metracrilato, con ramas, algunas esculturas torneadas, varios trofeos, figuración, cuadros y también obras de neón. Estas últimas han ocupado gran parte de su obra, y ocupan de hecho, ya que está en la continua búsqueda del trazo perfecto. ¿Cómo lo hace o en qué consiste? Para que todos lo podamos entender simula lo que todos hemos hecho alguna vez para descubrir cuál puede ser nuestra firma y tras mucho probar hay una de todas ellas que le llama la atención, tanto que decide replicarla con neones de colores y otros cortados con el láser. "Cojo un papel y empiezo a hacer garabatos totalmente abstractos pero buscando un significado. Hago muchos pero al de un tiempo hay uno que me parece perfecto. En ese momento sé que he conseguido lo que quería y lo traslado a neón", explica Mikel Okiñena.

Nada más entrar a su estudio en uno de los laterales se puede ver una obra de estas colgada y que desprende un llamativo e intenso color azul. No tiene nombre de momento y aunque le tiene un cariño especial cree que ya le queda poco en su taller. Afirma que después de visitar uno de los locales de uno de sus clientes en Pamplona, concretamente el del empresario Bustillo, para entregarle un encargo vio un sitio en donde le encajaría a la perfección.

Esta obra en concreto no tiene nombre, espera que se lo de el comprado, pero tiene otra que sí lo tiene. Mikel Okiñena veía la cantidad de inmigrantes que perdían la vida en los cayucos en el Mediterráneo y pensó que algo tenía que hacer para representar su sentir frente a lo que veía. Se puso a hacer garabatos y de repente le salió uno donde se aprecia un cayuco a la deriva con varias personas dentro de él.

Serie: 'Hoy no te voy a mentir'

Nos gustaría destacar otro tipo de arte, el de la pintura, en donde Mikel Okiñena no se prodiga mucho últimamente, pero por ello no deja de ser interesante. Hablamos de la serie 'Hoy no te voy a mentir'. Este proyecto es sencillo, al menos para alguien como él, y consiste en escribir con un lápiz 0'5, en letra muy pequela, todo lo que se le ocurra en ese momento. Confiesa que esta obra le sirve como limpieza interior, algo que no viene nada mal hacer de vez en cuando.

Lo va haciendo poco a poco, párrafo a párrafo. Como curiosidad, marca en uno de los laterales del papel la fecha en la que lo escribió. La extensión es variante, en base al tamaño del folio en el que se esté haciendo, pero al terminar hay que borrar todo lo que se ha escrito. Lo hace de tal manera que resulta imposible ver qué pone. En definitiva, tal y como reconoce, es una especie de arte curativo.